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el mundo fragmentado

Cajón de sastre

Venecia, una ciudad en palabras

Venecia, una ciudad en palabras

Por Graciela Cutuli

El moro de Venecia, los celos, la tragedia. La silueta de una dama de Henry James. Las baldosas desparejas que pisa Marcel Proust. La sombra de la muerte de Thomas Mann. Hemingway frente a una cerveza y a sus papeles. Los ecos de Petrarca...

Es la magia de Venecia, la ciudad flotante, la maravilla de un mundo del pasado que se resiste a desaparecer. Un vínculo misterioso une a Venecia con la literatura universal: algo en la otrora poderosa ciudad subyuga a los hombres de letras y los atrapa con un abrazo que nace en los canales y termina en el cielo por donde se internan sus torres y campanarios.


Hay muchas maneras de recorrer Venecia, pero para quien quiera una manera más íntima, más esencial, un paseo literario será inolvidable. Un paseo por donde caminaron, vivieron y amaron personajes de papel y autores de carne y hueso, por lugares donde se dan la mano la vida y el arte.

 

Hablar de Venecia, desde luego, es hablar de Thomas Mann. Quienes hayan leído su “Muerte en Venecia” querrán ver el Lido, aquella zona residencial entre la ciudad y el mar que evoca la novela. Esta isla era uno de los lugares más amados también por los románticos ingleses, como Shelley y Lord Byron, siempre deseosos de buscar en Italia aquello que su país no les daba. Sol, sueños, aventura, un pasado glorioso... Con el tiempo, el Lido se transformó en un lugar de moda, frecuentado por la realeza europea y los personajes de moda: es precisamente la época de “Muerte en Venecia”, de aquel Von Aschenbach obediente al llamado oscuro de la belleza y de la muerte que emana de la ciudad de los canales. Aquí, en el Lido, se encuentra también el Hotel des Bains, donde Mann escribió la novela y donde Visconti ambientó la película.

Hubo otro inglés que cayó bajo el influjo de la ciudad. Henry James ambientó aquí parte de “Las alas de la paloma” y su corta novela “Los papeles de Aspern”, escrita en el Palazzo Barbaro, uno de los magníficos edificios que muestran su fachada sobre el Gran Canal. Su Venecia, como la de cada escritor, es una ciudad personal y propia, un escenario a la medida de Mlle.Bordereau y de Jeffrey Aspern, probablemente muy diferente de lo que fue realmente la ciudad a fines del siglo XIX. James también terminó en Venecia el “Retrato de una dama”, en la residencia que lleva el numero 4161 de la Riva degli Schiavoni, otro de los lugares imperdibles de la ciudad por su tradición libresca. Muy cerca de allí en la distancia, pero muy lejos en el tiempo, esta calle era también aquella donde vivió Petrarca durante su estadía veneciana.
La Riva degli Schiavoni recibe su nombre de los antiguos comerciantes dálmatas que pasaban por este lugar, siempre superpoblado de embarcaciones, y tiene el orgullo de albergar uno de los hoteles más conocidos del mundo: el Hotel Danieli, donde en 1630 se realizó la primera presentación de una ópera en Venecia. Los huéspedes del antiguo palazzo tienen nombres ilustres: Charles Dickens, Jean Cocteau, Richard Wagner, Claude Debussy, Honoré de Balzac, John Ruskin, Marcel Proust... Las guías turísticas no dejan de señalar que en este hotel, habitación número 10, vivieron su apasionado y escandaloso romance la novelista George Sand y el poeta Alfred de Musset: “Dans Venise la rouge/pas un bateau qui bouge/Pas un bateau dans l’eau/pas un falot...” (En la roja Venecia, ni un barco se mueve. Ni un barco en el agua, ni un farol...).

 

Hay una Venecia de piedra, de canales, de “carne y hueso”. Y hay una Venecia de palabras, de papel, de literatura. Tal vez nadie como Marcel Proust haya recorrido mejor el camino que hay entre una y otra. El autor de “En busca del tiempo perdido” estuvo sólo dos veces en Venecia, la ciudad de sus sueños de la infancia. De la primera vez, en la primavera de 1900, se conserva su conocida foto en el Lido: en esa oportunidad estaba acompañado por Reynaldo Hahn y su prima inglesa, Marie Nordlinger, gran admiradora de la obra de John Ruskin, y que entre el Florian y el Quadri ayudó a Proust con las traducciones del escritor inglés. El segundo viaje fue en octubre de aquel mismo año, esta vez solo. Será suficiente para hacer de Venecia una de las cuatro ciudades evocadas al principio de su larga novela: “Pasaba la mayor parte de la noche recordando nuestra vida anterior en Combray, en casa de mi abuela, en Balbec, en París, en Venecia...”. En el largo camino de recuperación del “tiempo perdido”, Venecia será al final de la obra la conjunción de la naturaleza y la cultura, de lo soñado y lo realizado, de la literatura y el arte.


Paradójicamente, en su larga historia Venecia tuvo muchas veces una imagen ambigua, un lado de pureza y un lado de corrupción simultáneos, como el reflejo de sus edificios en las aguas de los canales. Esta ciudad ambigua es también la de Ezra Pound, que había visitado Venecia tempranamente, a los 13 años, durante a un viaje a Europa con una tía en 1898. “Oh sol veneciano/tú que alimentaste mis venas/y ordenaste el curso de mi sangre/tú llamaste a mi alma/desde el fondo de lejanos abismos”... Para él Venecia era esencialmente aquella ciudad de piedras vistas a contraluz, de mármoles veteados, de piedra cincelada y de arte que había conocido en sus estadías: pero era también el sinónimo del comercio y la comercialización de ese arte, y por eso también de corrupción. Quienes vayan tras las huellas del poeta, no dejarán de visitar la isla cementerio de San Michele, donde fue enterrado Ezra Pound después de una vida llena de vicisitudes no siempre literarias.


Volviendo atrás en el tiempo, para encontrar fantásticas vicisitudes habrá que recordar también al seductor aventurero Casanova, nacido en una casa de la calle Malipiero, cerca de la iglesia San Samuele, donde hoy lo recuerda una placa. Tiempo después vivió en el Palacio Bragadin, en el barrio de Santa Marina, en la época en que vivió un secreto romance con una monja de un convento de Murano. Pero Venecia no sólo le reservaba placeres: el 25 de julio de 1755, Casanova es arrestado por “muy graves faltas, principalmente de ultraje público hacia la Santa Religión”, según reza en el registro de sus carceleros. Poco después de un año, Casanova se evade junto con otro prisionero y escapa en góndola, dando comienzo a su largo exilio. No volverá a su ciudad natal sino hasta 1774: es cuando vive en Barbaria delle Tole, una larga calle detrás de la iglesia de San Giovanni y San Paolo, en un modesto barrio de artesanos. Es su última dirección en Venecia, antes de volver a partir rumbo a otros destinos más acogedores de la Europa de su tiempo. Hoy día se pueden visitar las celdas de donde se escapó Casanova gracias a una visita guiada por los calabozos del Palacio Ducal, llamada “Itinerari segreti”.

El amor de los hombres de letras por Venecia parece no tener ni principio ni final. Seguir recorriendo la ciudad que los escritores amaron y, a veces, también odiaron, implica por lo menos pasar por la Casetta delle Rose, donde vivió Gabriele D’Annunzio en tiempos de la Segunda Guerra; por el magnífico Ca’Rezzonico, donde el escocés Robert Browning vivió en 1888; por el Palazzo Mocenigo donde se hospedó Lord Byron en 1818, por el imperdible Museo Goldoni (Palazzo Centrani, en la calle dei Nomboli) que reúne objetos de la historia de la Commedia dell’Arte. Pero tampoco se puede dejar de pasar por los célebres cafés Florian -donde gustaban ir Proust, Dickens y Lord Byron- y Quadri, además del más moderno Harry’s Bar, el preferido de Ernest Hemingway.

¡¡¡ A Castro lo han secuestrado!!!

¡¡¡ A Castro lo han secuestrado!!!

Esa foto de Castro está realizada con muy mala leche. Esa no es la foto de un enfermo que se recupera en la habitación de un hospital de una intervención médica.

La puesta en escena es inconfundible : chándal adidas última generación ;periódico del día con foto  en portada; barba de varios días, sonrisa forzada, mensaje de ánimo a los familiares y amigos...

No hay dudas : ¡¡¡ A Castro lo han secuestrado!!!

Patología de la vida cotidiana

Patología de la vida cotidiana

"Un amigo cuenta que hace apenas unas horas, al visitar al Comandante a fin de despachar brevemente ciertos asuntos, fue testigo de una buena noticia que entusiasmado resumió en una frase: 'El caguairán se levantó'", refiere 'Granma' en su portada haciendo referencia al árbol con que comparó a Fidel Castro hace seis días.

Desde el corazón de la tragedia

Desde el corazón de la tragedia

( Angel Souto es un ciudadano gallego. Esta crónica la dejó en un blog y es, desde mi punto de vista, la mejor que se ha escrito sobre los incendios de Galicia. Es un relato de una emoción contenida donde no faltan los datos y la propia experiencia. Más allá de los hechos narrados, suficientemente críticos y trágicos, copio su relato a mi ventana para dejar constancia, una vez más, que internet supera en veracidad a quienes tienen la obligación - los periódicos- de no despreciarla nunca. Gracias Angel por tu contundente escrito)

Desde el corazón de la tragedia. San Xorxe en Cotobade (Pontevedra) uno de los municipios más afectados hasta ahora por los incendios de agosto. Extensiones enormes forman una franja negra y humeante que abraza a varios términos municipales. Me dice un concejal que el 75 % del término ha ardido.

Lo que he visto:

Estamos a jueves. El lunes, de buena mañana, la ruta entre San Xorxe, el pueblo donde nací, y Santiago atravesaba lugares cubiertos por un manto blanco. Pero no era la pacífica bruma de otras mañanas, sino espesas capas de humo. De un humo, que en ciertas zonas, sigue brotando de la tierra calcinada. En San Xorxe, el humo se había hecho dueño del ambiente, irritaba la garganta y los ojos, hacía doler la cabeza. Sin urgencia, con calma, sacamos a todos los niños de casa, los de mi hermana y los míos, y nos los llevamos a Santiago. Para proteger sus pulmones y no desencadenar la superada bronquitis de uno de ellos, y para evitarles la tristeza de ver como tanta belleza, árboles y naturaleza espléndidos, con todas las tonalidades del verde, quedaban convertidos en esqueletos negros, marrones, grises, desmadejados y muertos o moribundos sobre una alfombra negra. Nos los llevamos por prudencia, con el fuego a unos ochocientos metros de la casa de mis padres. Ayer, el fuego paró a unos cincuenta metros, en el perímetro que forman algunas fincas y prados y que han defendido, con desesperación, mangueras y máquinas portátiles, los dueños de la casa, los vecinos y amigos.

La Guardia Civil, infatigable, se ha multiplicado, pero sólo podía aparecer y manifestar su disposición. Algún avión ha dejado caer su carga con precisión y sin regularidad. Pero, al final, ha ardido todo, absolutamente todo, hasta esa última frontera donde ya sabíamos desde el principio que se libraría la última batalla. Y donde estaríamos, solos, haciendo guardia toda la noche. Para que la hierba de las fincas no trasladase el fuego hasta la misma puerta de la casa, hasta los frutales. Incluso sin electricidad para extraer agua de un pozo. Allí, solos, cada uno defendiendo lo suyo, en un frente de decenas de kilómetros, cada uno con sus vecinos, parientes y amigos. Como murió el vecino de Campo Lameiro, a seis kilómetros de la casa de mis padres, temerario, audaz, desesperado, impotente.

A los gallegos no les queda más remedio que ser ndividualistas y autosuficientes; para sacar petróleo de la entrada de las rías y para apartar el fuego de las casas. El Ejército, representado por un camión, una ambulancia y un vehículo de mando, estaba aparcado a cincuenta metros con órdenes expresas de intervenir sólo en defensa de las personas, o sea, para desalojarlas a la fuerza, se ve, y para exasperar más a los vecinos con su inactividad. Tal como son estos gallegos, si llegado el caso tienen que intervenir, más de algún uniformado se habría llevado una pedrada en la cabeza o algo peor. El que los envió ahí, ya no sólo es un total ignorante de la situación, sino que, además, le falta sentido común. Para más exasperación, en la TVG se los veía apagando el fuego. En San Xorxe, como vio mi hermano, sólo corrieron cuando pasaron las cámaras.

Hoy es miércoles, los niños siguen en Santiago. Las líneas telefónicas están cortadas. Ayer sólo funcionaba una compañía de móviles. Esto es normal. El fuego se lo lleva todo por delante. Pero volveremos a nuestro pueblo. Con el corazón en un puño, les diremos a los niños que todo volverá a crecer y en cinco o diez años todo será igual. Los carballos (robles) habrán brotado de nuevo, si sólo se han quemado superficialmente. Los buxos (bojes), sabugueiros (saúcos), vidueiros (abedules) y freixos (fresnos) tendrán que empezar de nuevo, pero lo harán. Y los eucaliptos correrán suertes variadas dependiendo de si los talan o no. Pero todo volverá a ser verde. Y quizá las ardillas y los zorros que hemos visto escapar vuelvan al monte. El bosque habrá recuperado su esplendor y su enorme masa forestal y todo volverá a ser igual. Y todo volverá a arder como ahora, tras una época sin fuegos, como la que hemos vivido estos últimos años, gracias a la cual éste ha sido el más devastador de todos. A la fuerza, los de mi pueblo tenemos que ser fatalistas. Salvo que se pongan los medios para evitarlo: ordenación de las plantaciones, con mayores masas de robles y castaños, que crean muy poco sotobosque; cortafuegos bien planificados y mantenidos con regularidad; mayor dotación de aviones antiincendios; personal de mantenimiento preventivo de los bosques (ordenación y limpieza) y no solo esforzados apagafuegos. Pero no se preocupen, para no defraudar a los alimentadores de tópicos, los gallegos seguiremos siendo fatalistas y nos conformaremos con un gran centro coordinador de incendios en Santiago, más personal en oficinas y muchos GPS en camiones que no entran por algunos caminos. O quizá no, ya veremos.

Hoy es jueves, pero el sábado rozamos la tragedia. Recordarlo nos provoca una emoción ambivalente, de gran alivio, por un lado, y de terrible desasosiego, por el otro, con solo imaginarnos la ratonera en la que podríamos habernos encontrado los participantes en la romería del pueblo, ni más ni menos que unas dos mil personas.


A Romería do San Xusto se celebra en una carballeira que ocupa un estrecho llano situado a medio camino en una abrupta ladera que desciende hacia el río Lérez. El paisaje es prodigioso, con suaves meandros hacia el Noreste, río arriba, y una inmensa ladera enfrente, con peñascos tapizados de arbustos, virgen, salvaje y exuberante. El llano de la carballeira está poblado por robles que alguien empezó a poner, o a reponer, allí en el siglo XIV, época de construcción de la ermita. Seguramente, no queda ninguno de aquellos primeros ejemplares, pero puede que alguno de los que hay pase de los cinco siglos y en general, muchos de ellos, pasan sobradamente de las tres centurias. Pasear entre estos enormes árboles crea un estado de ánimo especial, de arraigo, de vinculación con el pasado y el futuro. Cambia la percepción de uno mismo en el tiempo saber que bajo esas mismas ramas, una noche precisa del año, los tatarabuelos de nuestros tatarabuelos bailaban, bebían, reían, besaban, adoraban, holgaban y ... ¡estos gallegos!

Pues bien, para llegar a esta carballeira, hay que bajar por una estrecha carretera que serpentea por la ladera medio kilómetro, en medio del monte. El sábado por la mañana, 5 de agosto, día de San Xusto, todo el pueblo la recorría varias veces para llegar allí e ir preparando el lugar donde se celebraría más tarde la romería, con procesión, cena y luego baile, bajo los árboles. Mientras movíamos tablas y maderos de mesas, asientos y toldos, veíamos una inmensa columna negra en dirección Noreste, a unos diez kilómetros. Un humo espeso y extrañamente negro que venía en nuestra dirección arrastrado por un fuerte viento y que teñía el terreno de un amarillo intenso, al tamizar la luz del sol. Aquel humo, demasiado negro, demasiado abundante, no presagiaba nada bueno. Mientras trabajábamos, un vecino se acercó para decirnos que tenía que asistir al levantamiento de dos cadáveres en la carretera entre Pedre y Cerdedo, a unos cinco kilómetros: dos personas en un coche, calcinadas por las llamas. Aquel fuego era más de lo que había visto nunca en mi vida, yo que a los doce años, me paseaba con una sulfatadora al hombro apagando rescoldos a cien metros de la casa de mis padres, con toda la buena voluntad e ingenuidad del mundo. Pero entonces el humo era gris plomizo y esta vez era negro, mortífero, devastador. Quizá el fuerte viento, quizá la masa forestal que había crecido durante diez años sin grandes ataques, quizá una maldición. Cuando llegamos por la tarde, después de la procesión y tras entrar a los santos en la capilla, los presagios eran todavía peores. El fuego estaba todavía en la otra ribera del río, pero ya sólo nos separaban de él unos dos kilómetros. Nada lo había detenido. Se empezaba a respirar el humo y cierto nerviosismo. Las ganas de fiesta se iban disipando y sólo nos mantenía allí el pundonor de acabar lo que habíamos empezado y el ánimo acumulado durante el año. Bajamos de los coches las viandas, empanadas, jamón y cordero asado, roscas y dulces, vinos blancos y negros de las viñas de casa y nos empezamos a sentar en las mesas. Pero, en cuestión de minutos, empezó a correr por todo el campo de la fiesta un estado de alerta especial y generalizado: había que salir pitando de allí, sin histeria, pero lo más rápido posible. En diez minutos, las dos mil personas que allí estábamos nos pusimos espontáneamente de acuerdo y recogimos todo lo posible, nos distribuimos apresuradamente por los coches, cada familia controlaba que nadie se quedase sin asignar a algún coche, sin caos, pero con cierta inquietud, y emprendimos la salida por la estrecha carretera que nos llevaba a la carretera general. En la parte de arriba de la ladera, todavía nos detuvimos algunos para ver que la otra parte del río ardía como una tea, con varios frentes de fuego que la recorrían en horizontal. El calor, a unos quinientos metros, era apreciable y en la ribera en la que nos encontrábamos ya habían empezado a brotar algunos focos del incendio. Trasladamos la cena a casa y todavía nos reímos cuando un vecino nos trajo una caja de botellas de vino que uno de nuestros invitados, con la precipitación, había puesto en su coche. A partir de ahí, conscientemente, dimos la espalda al drama y celebramos nuestra reunión, unas treinta personas, con la mayor alegría de la que éramos capaces. Era la ocasión de sentarnos a la mesa juntos, algunos tras un año sin vernos, y no podíamos desaprovecharla. De noche el fuego avanza cuanto quiere, no salen los aviones, ni las brigadas, por pura lógica.

Al día siguiente nos contaron que la ladera por donde sube la carretera había ardido en no más de media hora. El fuego había hecho un efecto chimenea y, avivado por el viento, que soplaba cada vez con más fuerza, había recorrido de abajo arriba la ladera como una ola de llamas. Dicen que los coches explotan sólo con la proximidad del fuego. Al día siguiente, los vecino nos evitamos los detalles al comentar el hecho, pero la parquedad con la que abordábamos el asunto era suficiente para deducir las imágenes que cada uno de nosotros se estaba haciendo: dudas a la hora de salir con presteza, algún problema mecánico o atasco, decidir entre quedarse y aguantar el humo o huir por caminos, mejor dejarlo. No pasó nada. Nos contaron luego que un vecino, al ver que los coches estaban atrapados en la carretera por la que salíamos, cortó la carretera nacional para que no tuviéramos que hacer el Stop.


Lo que no he visto, pero he leído, me han dicho o he deducido:

En el 2005, Portugal ardió de Norte a Sur. Se repiten las mismas escenas desoladoras. Hoy le toca a Galicia, pero también al Norte de Girona. Hasta el 30 de julio había ardido sólo la mitad que el año pasado. Estamos ante un hecho no solo premeditado y planificado, sino también coordinado. Parece un acto de terrorismo. O quizá alguien quiere alterar el precio de alguna materia prima, del papel, por ejemplo. Durante unos años, la producción de eucalipto, la mejor madera para hacer pasta de papel, se habrá visto mermada extraordinariamente en Portugal y Galicia. Que investiguen los que puedan.

El año pasado, Portugal ardió de Norte a Sur. Se ve que nadie (en Galicia/España) puso las barbas a remojar cuando vio pelar las de su vecino (Portugal).

Hay muchos que, tradicionalmente, tienen interés en quemar el bosque y así lo han hecho, o se dice: enfermos mentales, madereros, ganaderos, personal de brigadas antiincendios, vecinos que quieren ahorrarse una limpieza, pero es difícil pensar que hubiesen podido actuar con tanta coordinación y tanta maldad en todo lo que hemos visto estos días. Se habla de que han apresado a 50 personas. Ya veremos, quizá algún loco pirado se ha apuntado a la quema general. Pero el asunto es muy complejo. No es fácil simplificar, ni seguramente hay un único culpable.

Los medios antiincendios son ridículos: dos aviones Canadair para toda Galicia. El mismo número que en 1975 y quizá sean los mismos aviones. Las tripulaciones vuelan sin descanso hasta jugarse la vida.

La contratación de personal antiincendios se ha demorado tres meses hasta coincidir con el inicio de la temporada. Se ha contratado bastante menos personal. Los máximos responsables de la lucha antiincendios, con gran experiencia, fueron cesados en su totalidad con el cambio de gobierno. A los integrantes de las brigadas se les exige acreditar su conocimiento de gallego, cuando la mayoría de ellos son gallego hablantes, pero su nivel educativo es bajo.

Los policías autonómicos que estaban de vacaciones siguen así (los que trabajan están doblando turno). Se les ha ordenado que “vayan a dar la cara y aguantar el rapapolvo”.

El presidente de la Xunta dice que “Todo está bajo control”. Realmente, si no es así, la tendencia es que lo sea en un futuro cercano: cuanto más arde, menos queda por arder. Mientras tanto, la descoordinación es supina y los medios ridículos. Y él con su voz enfática nos transmite la tranquilidad de un capitán iletrado en el puente de mando de un barco que se hunde. Por suerte, no se lo cree nadie. La magnitud de la tragedia convierte al presidente Pérez Touriño en un pelele ridículo incapaz de valorar la situación en su amplitud. La exhibición pomposa de su autoridad se reduce a manifestar que han pasado del nivel 3 al nivel 2 de alerta. Y ...??? No hay otra muestra de acción, más que la que se deduce: dejar arder. Hoy, ya no se puede hacer nada. Es evidente. Quien haya estado cerca de un bosque con eucaliptos de doce metros sabe que ese fuego es imparable. Pero ese fuego hay que combatirlo en enero, febrero y marzo, limpiando los bosques, abriendo cortafuegos, preparando personal, contratando medios, reforestando con sensatez.

La ministra Narbona, en su distante ignorancia, atrevida y simplificadora hasta casi la estupidez, nos dice que “tenemos que acostumbrarnos a denunciar a nuestros vecinos, si desconfiamos de ellos”. La pobre no conoce el tema. En vez de decir lo primero que se le ocurra entre baño y baño en la piscina, tendría que hablar con algún responsable del germen de la policía autónoma de Galicia, miembros de la Policía Nacional asignados a ese cuerpo. Ese responsable le diría que saben exactamente quienes son, pero que es tremendamente difícil pillarlos con las manos en la masa. Los expedientes se archivan y ya está. A lo mejor, a la ministra se le ocurre ponerles pulseras controladas por GPS. La ministra Narbona, en vez de cargar la responsabilidad sobre las víctimas, tendría que leer más, estudiar más, ser más aplicada y ser más prudente con su tremenda y osada ignorancia, al menos, en este caso.

Hemos visto correr a muchos vecinos con las llamas al pie de sus casas, a algunos bomberos para protegerlas, a algún personal de las brigadas, a miembros del Ejército cuando han pasado las cámaras de televisión y a la Guardia Civil, sobre todo a la Guardia Civil. Sus coches pasan zumbando, hasta en la más recóndita carretera. Me han apartado más de una vez con la sirena y he visto como se dejaban los retrovisores por los caminos estrechos. Me imagino que ni han dormido, ni han comido, ni casi bebido. Ayer, una conocida le estaba medio echando una bronca a uno de ellos, porque no iban a atender un fuego cerca de una casa y el guardia se echó a llorar, tal cual, desbordado por el agotamiento y la impotencia. A ese guardia yo le diría que, al menos para mí, ha quedado claro que es una de las pocas instituciones que se ha tomado las cosas con responsabilidad. Nunca sabremos si los muertos del sábado se hubiesen podido evitar con un corte de carretera. Pero parece como si la Guardia Civil se hubiese tomado ese hecho como un fallo propio y ahora nos vuelve locos con los cortes de carretera. Pero lógicamente, solo pueden extremar la prudencia, porque no pueden confiar en nuestra sensatez como conductores ante una carretera invadida por el humo, donde en un par de minutos, puedes encontrar fácilmente la muerte, si después del humo, vienen las llamas.

Conclusión:

La fecunda exhuberancia de Galicia, donde los árboles adquieren proporciones majestuosas y donde crece la hierba hasta por dentro de las ventanas, se nos ha vuelto hoy en nuestra contra. Esa pletórica naturaleza nos ha estallado como un polvorín. Un polvorín ignorado por gestores y políticos con la mirada muy corta e incapaces de prever lo que es evidente, que en Galicia, en verano, el bosque arde. Arde poco, si se adoptan todas las medidas posibles para evitarlo, y arde mucho, si uno espera a verlas venir.

Expongo los hechos tal como los he visto y los interpreto, supongo que con la parcialidad de no poder expresar la rabia de otra manera. Desde Santiago de Compostela, a 10 de agosto de 2006.

Angel Souto

Malditos, heterodoxos y alucinados

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Disfruten de este alegre montón, arrimadito por Javier Memba, patrocinado por El Mundo y pescado por rocko. Y por favor: lean lo que lean, no lo intenten en casa. Ser maldito es cosa de profesionales.

(Gentileza de LPC)

El terrorismo como antítesis para conseguir la síntesis de siempre toda vez que a la tesis ni se le toca.

La policia británica detiene una red de "dimensión mundial" que pretendía atentar en aviones

El Gobierno decreta el nivel "crítico" de alerta .- Los vuelos procedentes con destino Nueva York, Washington y Los Angeles, serían los objetivos del grupo de terroristas desarticulado

AGENCIAS  -  Londres
ELPAIS.es  -  Internacional - 10-08-2006

La policía británica ha detenido esta mañana en Londres a 21 personas como presuntos integrantes de una red terrorista "de dimensión mundial" ligada a Al Qaeda que planeaba hacer estallar artefactos explosivos ocultos en el equipaje de mano en aviones en pleno vuelo entre Reino Unido y EE UU. La operación ha obligado a aumentar los niveles de alerta en Reino Unido y EE UU y está provocando un caos aéreo en toda Europa. El ministro del Interior, John Reid, que daba las primeras explicaciones de la operación antiterrorista, "compleja y sin precedentes", ha declarado que los principales miembros de la red terrorista han sido arrestados, aunque la operación, iniciada hace meses, continúa abierta. Las 21 detenciones se han producido en Londres y sus alrededores y en Birmingham (centro del país), según ha declarado el jefe adjunto de la policía, Paul Stephenson, que estima que los agentes han impedido que los terroristas cometieran “un asesinato en masa de una amplitud inimaginable”.

El jefe de la policía antiterrorista, Peter Clarke, ha dicho que la red tenía una "dimensión mundial" y que “las reuniones, los viajes, movimientos y gastos de un gran número de personas en el Reino Unido y en el extranjero han sido objeto de una estrecha vigilancia”. Por el momento no se conoce la identidad o nacionalidad de los detenidos. El secretario estadounidense de Seguridad Nacional, Michael Chertoff, ha afirmado que lo descubierto "apunta a una trama de Al Qaeda".

Los planes de los terroristas consistían en detonar “artefactos explosivos, que debían ser construidos en Gran Bretaña, [en aviones que partieran] desde los aeropuertos británicos", según Clarke, aunque no ha podido precisar cuántos aviones eran objetivo de los terroristas -la BBC los cifra en unos 10. Según las investigaciones, los artefactos debían estar compuestos por algún tipo de explosivo líquido, como los utilizados el 7-J, y ocultos en el equipaje de mano. Por ello, en los aeropuertos británicos y estadounidenses se ha prohibido que los viajeros accedan a los aviones con ningún tipo de envase con líquido –refrescos, cremas, lociones, champú…

El Gobierno ha elevado en todo el país el nivel de alerta hasta “crítico”, el máximo de una escala de cinco, que significa que el atentado o atentados iban a cometerse de forma inminente, tal vez hoy mismo, y que “conllevan un extremado nivel de amenaza para el Reino Unido”. También EE UU ha elevado su nivel de alerta antiterrorista para los vuelos desde Reino Unido, después de que el primer ministro británico, Tony Blair, telefoneara al presidente americano, George W. Bush, para informarle de la situación.

Retrasos y cancelaciones

La operación antiterrorista está provocando un caos aéreo en toda Europa. La autoridad aeropurtuaria británica ha pedido la suspensión de todos los vuelos que tengan como destino el aeropuerto de Heathrow, el mayor de Europa, al menos hasta las dos de la tarde (las cuatro de la tarde en España) y muchas compañías -British Airways, Lufthansa, Olympic, Air France, Iberia, entre otras- así como algunos aeródromos, como el de Bruselas, han cancelado sus vuelos a este aeropuerto y a otros del Reino Unido. En España, Iberia ha cancelado todos sus vuelos al aeropuerto de Heathrow y el Ministerio del Interior ha ordenado aumentar los controles aéreos en los vuelos con destino al Reino Unido y EE UU.

Los aeropuertos británicos registran retrasos debido a que se han incrementado las medidas de seguridad. Las compañías han prohibido a sus viajeros que entren en los aviones con los equipajes de mano y se revisa exhaustivamente –incluido el calzado- a todo el pasaje. Sólo se permite subir a bordo bolsos transparentes con lo estrictamente necesario: pasaporte, documentación, biberones, medicamentos. Todos los aparatos eléctricos están prohibidos a bordo.


 

Cut them out!




A campaign done for Amnesty International to save the political prisioners.

El fabuloso redentor

El fabuloso redentor

 PAUL AUSTER
Maneja a los personajes de sus novelas como un mago. El premio Príncipe de Asturias 2006 ama también llevarlos al cine, como hace ahora con ‘La vida interior de Martin Frost’

La literatura es un oficio de fe. Pero la fe, pese a lo que digan los metafísicos y los creyentes más fervorosos, es algo cuantitativo: se puede llegar a poner en la báscula de un sistema métrico decimal muy particular e igual de fiable. El mundo de Paul Auster nos lo demuestra de sobra, porque en él algunos rasgos del comportamiento humano rebasarían varias toneladas de optimismo y vitalismo, en igual medida que otras variables menos recomendables para afrontar los agujeros negros de la vida.

Los personajes que pueblan el ADN de este escritor adoptado en la orilla neoyorquina, pero que nació en Newark (Nueva Jersey, el Estado del otro lado del río) en 1947, saltan del poderoso cocteleo de su imaginación, que produce fluidos de seres que huelen y tienen sabor, que padecen y respiran, que intentan ser felices a la altura de sus circunstancias, cuando en algunos casos éstas no dan más que para la desolación.

Cuando pintan bastos es cuando Auster, como un superhéroe, como un fabuloso redentor, los rescata, en un alarde de confianza ciega en su oficio. Como quien está absolutamente convencido de que posee las claves secretas de la salvación mediante la creación de historias, que es el medio para que, según él predica, toda la humanidad vea un poco de luz en el camino. Así, Auster, más que en un escritor, se convierte en un evangelista de nuestro tiempo. Un urdidor de parábolas fantásticas protagonizadas por gente de lo más corriente para que podamos seguir confiando en la especie de los de aquí abajo. Él ha demostrado también que ese tipo de historias es el método más eficaz contra los fanáticos del más allá y los fabuladores baratos de discursos apocalípticos que tratan de atemorizarnos con demonios y terroristas.

Uno cae en esto cuando comprueba que casi todas sus narraciones comienzan con alguien desesperado o que va a morir, como el desvalido Nathan Glass, el héroe de su última y maravillosa novela, Brooklyn follies, que elige regresar al barrio de su infancia para quitarse la armadura. Glass es un todo, un referente de ese enternecedor circo de pobres diablos en crisis, nómadas triturados por la vida que parecen toros en busca del burladero para doblar la pata bien resguardados. Son las criaturas que inventa Auster al principio de sus libros para poderlos redimir, el auténtico y más cabal sentido de su literatura, a lo largo de toda la narración. Inventa para salvarlos. Escribe para darles esperanza. Urde palabras para que se confiesen y confíen.

Dice que no es consciente de ello, que le sale así sin querer. “No me doy cuenta”, asegura Auster, en un hotel de Lisboa, un día de descanso del rodaje de su película La vida interior de Martin Frost, que ha filmado allí casi en familia, con su hija Sophie, de 18 años, cantante y actriz, en el reparto. Está relajado, contento y con ganas de hablar del Premio Príncipe de Asturias de las Letras, que recogerá en Oviedo en octubre y que le hizo imponerse en las votaciones a otro de los enormes escritores estadounidenses del presente, Philip Roth, al que conoció esta primavera por casualidad. Muchos le han querido contraponer al estilo de Auster, en una especie de lucha literaria bipolar en busca quizá de conflictos que en esta época del imperio ecléctico no llevan a ninguna parte. Ya no es pecado que te puedan gustar los dos. Elegir a uno frente a otro resulta una niñería fuera de lugar cuando se les puede sacar su jugo a partes iguales y cuando ambos retratan una América tan real como desolada, tan aterrada como digna de elogio, tan perdida como desesperada en su búsqueda de una felicidad que se hace cada vez más cara.

Auster, con sus ojos esféricos de gurú indio y su voz grave y quebrada, no muestra más que buenas palabras por Roth, a quien le emocionó realmente conocer en un restaurante de Nueva York hace nada. El maestro le felicitó por haber ingresado en “el club”, es decir, en la academia norteamericana de las letras. El autor de Mr. Vértigo, La noche del oráculo, La música del azar, El libro de las ilusiones o Trilogía de Nueva York, entre otras obras, lo cuenta con el mismo entusiasmo que habla de los poetas a los que más admira y que le guiaron sus primeros pasos como autor lírico antes que novelista; la misma ilusión que le hace releer constantemente el Quijote, a Shakespeare o a García Márquez, un autor con el que se siente especialmente identificado este novelista que ha sido marinero y profesor de universidad.

Le estimula hablar de ellos lo mismo que de Brooklyn, el barrio en el que vive hace 26 años, y que, según él, “no es el paraíso, pero es muy interesante”. O lo mismo que escrutar los secretos de la creación en palabras o imágenes porque no deja escapar en la conversación su delirio por el cine, un espacio creativo al que se enganchó lo mismo que a la nicotina de los puritos que fuma sin cesar cuando escribió Smoke, de Wayne Wang, con quien codirigió después Blue in the face antes de lanzarse solo a rodar Lulu on the bridge y ahora La vida secreta de Martin Frost.

Buen premio le ha caído.

No sabía que este año era candidato. Otras ediciones también fui finalista en las votaciones; el año que ganó Claudio Magris, que leí en The New York Times: “Magris gana el Príncipe de Asturias imponiéndose a Paul Auster y Milan Kundera”. ¡Ja, ja! Pero este año, ni me había enterado.

Y eso que ha ganado a Philip Roth en la votación. Dos visiones diferentes de la literatura en su país luchando hasta en Oviedo.

Lo gracioso es que, aunque los dos hemos nacido en Newark, Nueva Jersey, nos conocimos por primera vez en un restaurante en Nueva York una semana antes de que me viniera a Portugal a rodar. Hablamos y me dijo: “Tenemos que volver a Newark juntos”. Me pareció muy simpático, encantador. Es un escritor completamente opuesto a mí, otra sensibilidad radicalmente distinta. Aunque compartimos gustos: él adora a Conrad, como yo.

Pero no creo que le guste García Márquez tanto como a usted.

Yo también lo creo. Muy probablemente, aunque tengo que hablarlo con él.

A mucha gente le parece que es usted un explorador del realismo mágico del norte; al menos, que comparte esa mirada sobre la realidad.

Mi obra tiene una escala muy ancha. Hay novelas muy atadas al suelo. A mí también me resulta extraño ser al tiempo el creador de Mr. Vértigo, la historia de un chico que levita, como también les ocurre a algunos en Macondo, y de Brooklyn follies. O haber filmado una comedia loca como Blue in the face y una película como Lulu on the bridge. Pero la medida de eso ya lo da Shakespeare; para él, un día era una tragedia, y otro, comedia. De lo que se trata es de hacerlo bien.

La película que rueda en Portugal dice usted que es un ‘haiku’. ¿Cómo se mide eso?

Porque es una película muy pequeña. Un haiku es como un respiro; una película así, con cuatro actores y unas localizaciones como las que hemos utilizado –una casa, su jardín y un camino, no hay más–, también.

Una casa y un camino son como una metáfora de su obra.

¡Quién sabe! ¡Quién sabe!

Lo digo porque usted enfrenta a sus personajes a algunas paradojas curiosas. Algunos disfrutan de una libertad absoluta encerrados en algún sitio y otros se sienten oprimidos siendo nómadas. ¿La buena literatura surge de la contradicción?

Cierto, muchas cosas desagradables les ocurren a algunos cuando están en el camino. Estoy totalmente de acuerdo en ese punto de partida para la literatura, el de la paradoja. O el de las preguntas sin respuesta. Las preguntas que todos nos hacemos, pero que carecen de respuestas. Algunos las consiguen a veces, pero suelen ser locuras las conclusiones que sacan.

Para obtener esas respuestas se puede escribir un libro, ¿pero vale eso como garantía de que se obtengan o sólo para ahondar en las dudas?

Eso es lo que puede pasar. Creo que todo mi trabajo reta a las dudas, busca un equilibrio en un mundo inestable. El escritor es un ser dudoso; no sólo del mundo, sino de sí mismo. Si no dudaras, si no te plantearas lo que realmente merece la pena de lo que haces, no valdría para nada, no sería bueno. Nunca he conocido a un buen escritor completamente seguro de lo que escribe. Lo que la gente no entiende es que te sientes a escribir una novela de un tirón. Escribes muchísimas cosas que no valen nada, lo tiras, luego lo vuelves a intentar; así que lo que aprendes cada día es lo inútil que puedes llegar a ser, y eso es una cura de humildad.

¿El secreto, entonces, es no fiarse de lo que uno escribe?

No, tampoco. Tienes que creerlo para hacerlo, y estar convencido de que la historia que tienes entre manos es tan real como la vida misma. Cuando escribo una novela trabajo todos los días, siete a la semana, y pongo mi cabeza y mi alma a su servicio. Si me tengo que ir una semana o dos y luego vuelvo a la historia, me entran las dudas, me cuesta meterme dentro otros dos días, en ese mundo creado. Por eso busco estabilidad, para mí es la mejor manera de hacerlo.

Así que mientras rueda, no escribe.

No, estoy tan ocupado que la idea de escribir algo me resulta imposible. Pero es bueno tomarse un descanso, sin quejas. Yo elegí meterme en esto, nadie me ha obligado y lo estoy disfrutando. Me viene bien salir de mi cuarto y trabajar con gente.

No mucha, por lo que cuenta.

Muy poca, poco reparto, poco equipo, pero resultados alucinantes. Las interpretaciones son tan buenas; la fotografía, tan increíble, que estoy muy satisfecho, me da muy buen pálpito. Mi hija Sophie está en la película, tiene un papel muy pequeño, y me dice que es impresionante que durante el rodaje no haya habido ninguna metedura de pata de nadie, y es porque están tan concentrados que no corren el riesgo de equivocarse, ni de olvidarse de sus partes, ni nada. También ha venido muy bien que ensayáramos dos semanas antes del rodaje.

Y ha resucitado usted a Martin Frost, un personaje de ‘El libro de las ilusiones’.

Martin Frost surgió como un guión para un cortometraje que me encargó un productor alemán y que finalmente no se hizo. Pensé que la historia daría para mucho más. Luego lo incluí en El libro de las ilusiones, y después se me ocurrió que lo interesante es lo que le pasa después de que acaba la historia tal y como está en el libro. Así que lo único que quiero contar de él es lo que está publicado, no más; sólo que es una historia tan salvaje como impredecible.

Da la impresión de que sabe usted separar su trabajo como escritor del de cineasta.

Lo gracioso es que soy esencialmente un escritor, aunque amo el cine. Pero me considero un escritor muy poco cinematográfico. Mis libros no parecen películas; no están poblados de escenas pequeñas, seguidas una de otra. No hay mucho diálogo, son muy descriptivos. Precisamente por eso creo que trabajar en el cine es bueno para mí. Porque es una manera completamente distinta de contar una historia.

O sea, que no es usted de esos autores que mientras escriben ya están pensando en la adaptación al cine. Lo bueno, uno de los grandes retos de un escritor en estos tiempos, ¿no es escribir una novela que nadie sea capaz de adaptar al cine?

Estoy de acuerdo, sí señor. Una de mis novelas fue adaptada al cine, La música del azar, y me di cuenta de que al adaptarla perdería mucho, se convertiría en algo distinto. Lo que ocurre en mis libros tiene tanto que ver con el interior de los personajes que no acaba de plasmarse bien en pantalla. Aunque he hecho una excepción. Con mi primer libro, In the country of last things. Hay un joven director argentino, Alejandro Chomsky, que quiere hacerlo; un chico con mucho talento. Le he ayudado con el guión y ahora está intentando juntar el dinero para rodarlo en Buenos Aires en inglés y en español. Vamos a ver. Los proyectos de cine tienen propensión a evaporarse, pero es algo que me gustaría que saliera adelante.

Así que ha elegido el camino de la pureza. Y ésta, en literatura, ¿con qué tiene que ver?, ¿con el lenguaje?

Cierto. Mi lucha, mi ambición es la claridad, la limpieza; mi sueño es escribir un libro tan transparente que el lector sienta que el médium entre él y la historia no son ni siquiera las palabras, que se sienta dentro de ellas, metido en algo invisible. Al tiempo, el proceso de la escritura tiene que ver con la música, el sonido, el ritmo; relacionar un párrafo con otros, para que la gente no lea sólo con la mente, sino también con el cuerpo. Los lectores muy sensibles captan esa música. Yo no sé en qué parte del proceso surge eso, pero sé cuando lo hago bien y cuando lo hago mal.

A eso le llamo ambición.

Tampoco. El trabajo debe ser así y ya está. Sin compromisos. La obligación de contar la verdad a cada paso, y, como sabemos, la verdad puede ser muy incómoda, y hay está la dificultad. El dolor, lo que dejas de ti en cada libro.

¿Compromiso?

Sí, es compromiso. Pero, ¿por qué?, ¿por qué nos comprometemos?

Eso, ¿quién les llama a comprometerse?

Creo que el arte es una enfermedad, te infectas y no te recuperas. Todos los artistas, aunque tampoco quiero exagerar, son gente que sufre, gente que no encaja en este mundo y busca otro. Hay gente encantada de conocerse a sí misma; que se siente cómoda con su mente, con su cuerpo, con su manera de ser. Yo les admiro, pero no soy de ésos.

¿Les admira o les envidia?

Lo mismo da. Tampoco quiero ser como ellos. Hay una frase de Tarkovsky, el director ruso, que decía que necesitamos el arte porque el mundo es imperfecto.

De hecho, usted siempre comienza sus libros con alguien desesperado, al borde de la muerte. ¿Pretende ser usted un resucitador?

¿Un resucitador?

Sí, porque necesita todo el libro para salvar a sus personajes.

Para salvarles o para condenarles.

¿Es consciente de ello?

No, llegan de lugares a los que no tengo acceso, de sitios muy inconscientes. No les busco, me encuentran.

Y bien salvándoles o condenándoles, ¿qué siente por ellos?

Un enorme cariño. No me abandonan, siguen a mi lado años después. Lo verán en mi nueva novela, que saldrá pronto, Troubles in the scriptorium, que trata de la relación de un autor con sus personajes. Empieza con un hombre sentado al borde de la cama, en pijama, aguantándose la cabeza con las manos. Así, con esa imagen comienza, explorando esa visión.

Una imagen un tanto nihilista.

Neutral. ¿Por qué ese hombre viejo mira al suelo?

Así que le preocupa envejecer.

No mucho, es un hecho. ¿Qué puedo hacer para impedirlo? Es fascinante, no me asusta. Simplemente me impresiona tener la edad que tengo, 59 años ya. En mi mente me parece que tengo 32, y no es así.

A lo mejor lo que le inquieta es envejecer de determinada forma.

Tampoco. Me llama la atención el misterioso trabajo que lleva a cabo el tiempo, eso me interesa cada vez más. También llegas a un punto, ahora, en que te das cuenta de que muchas de las personas que has querido han muerto. Empleas mucho tiempo hablándoles a sus fantasmas. Cuando eres joven no haces estas cosas. Es como si tuvieras un pie en ese mundo de los muertos y otro en el presente. Ahora me acuerdo de cuando tenía veintitantos años y veía a escritores mayores que me impresionaban porque parecían vencidos, derrotados; se les notaba vagos, no se interesaban por nada. No era así, ahora que he envejecido me he dado cuenta de lo que les pasaba: que sentían que nadie iba a ser capaz de cambiarlos, que no vendría ningún jovencito a descubrirles nada. Cuando tienes 20 años cambias cada día: un día escribes como Hemingway, otro como Faulkner; pero cuando superas eso encuentras tu manera de ver el mundo y no vuelves atrás.

Y cuando usted era joven, ¿cómo disfrutaba más? ¿Imitando a Ernest Hemingway o a William Faulkner?

Siempre estaba insatisfecho, porque buscaba mi camino y no lo encontraba. Por eso escribía tantos poemas, cientos de poemas, y no me gustaban, no se los enseñaba a nadie. Fue cuando comenzó todo. Dejé de preocuparme por encontrar una voz propia cuando de repente comenzó a surgir, y lo que escribía cobraba importancia en su propio sonido. Lo que es el contenido y la forma. Si tienes que expresar algo, la historia en sí encontrará la manera de hacerlo.

Entonces, las estructuras de las novelas no surgen sólo de la creatividad del escritor, sino que es la propia historia la que va moldeando su estructura, la que de alguna forma necesita su propio encaje.

Absolutamente. Todo tiene que ver con la imaginación, nos pongamos como nos pongamos.

Y en esa relación de forma y fondo hay una novela ejemplar, como es el ‘Quijote’. ¿Qué es lo que le apasiona de esa obra?

Novela de novelas. Historias que entroncan con historias hasta que de repente te encuentras en un agujero con espejos. Soy un gran amante del Quijote, pero sobre todo de la segunda parte. Ésa es la novela moderna. Me fascina esa manera de dejar rastros para el lector, reales, fiables o no, que nos conducen hasta el camino que seguimos explorando hoy día.

¿Se considera muy influenciado por Cervantes?

El Quijote es un libro que leo y sobre el que reflexiono a menudo. Pero no pienso en mis influencias. No quiero ser consciente de ellas. Ni tampoco de lo que desprecio. Pero creo que han influido más en mí los poetas que los novelistas.

De ahí su obsesión por el lenguaje y la transparencia. ¿Ese fanatismo por las palabras es lo que lleva a muchos a escribir?

Hay algo de eso. Hay que ser un obseso. Casi no existe otra cosa más fiable que el lenguaje, por eso me refugio en los grandes a menudo; leo mucho a Shakespeare, a John Donne; pero también a quienes me han aportado mucho personalmente, como George Oppen, un poeta desconocido que fue amigo mío, por ejemplo.

El compromiso en los escritores es algo que usted se toma muy en serio. Es miembro muy activo del Pen Club, por ejemplo.

Ahora soy vicepresidente, sí. Me lo pidió Salman Rushdie, que es el presidente, y no podía negarme. Es de las pocas organizaciones de escritores que promueven los derechos humanos en el mundo. Me siento obligado a ayudar a escritores en peligro, cuyos derechos no se respetan, y tenemos influencia, hemos sacado a muchos de la cárcel. Créanme, es muy aburrido sentarse en las reuniones, discutir los presupuestos, muy tedioso; pero lo hacemos porque es por una buena causa.

Más ahora, porque se están poniendo las cosas feas en el mundo, gracias al Gobierno de su país, en parte.

Está más enfermo que nunca en la historia. En el Pen hemos creado un grupo de emergencia, 10 o 15 escritores lo forman en Cooper Union; allí hay un lugar muy emblemático, llamado The Great Hall, que fue donde Abraham Lincoln anunció que se presentaría a las elecciones. Allí hacemos reuniones y congresos, el último fue sobre la tortura. Se llena de gente. Son cosas que hay que hacer; no sé si valen para algo, pero al menos hablamos. Si nos quedáramos callados seríamos cómplices de lo que ocurre. Creo que somos responsables y debemos hacer algo, por pequeño que sea.

No es poco.

También hacemos un festival internacional. Tratamos muchos temas, pero hay uno que a los estadounidenses nos preocupa muchísimo. Una de las tragedias de nuestro país es la completa falta de interés por lo que ocurre en el resto del mundo, cada vez menos; se traducen poquísimos libros, se pierde el contacto con otras culturas, el país se desgaja del resto y va a la deriva. ¡No éramos así! Solíamos tener curiosidad por las cosas, pero ahora estamos aislados y demasiado satisfechos de nosotros mismos. Así que reunimos a 60 o 70 escritores de todo el mundo para que hablen y participen. Lo malo es que la prensa americana lo cubre poco, aunque todos los actos están a rebosar. Aparece más en la prensa extranjera.

Ha entonado usted en ‘Brooklyn follies’, su última novela publicada, un canto a la vida sencilla. ¿Lo necesitaba después del 11 de septiembre de 2001?

Es un himno a la vida normal. Comenzamos un nuevo periodo en la historia. Hay que ser conscientes de que es una suerte y una gozada vivir. Es una comedia, literalmente; lo necesitaba para tomar distancia. Me inspiró esa frase de Billy Wilder: “Si te encuentras bien, satisfecho, escribe una tragedia; si por el contrario te sientes desesperado, derrotado, haz una comedia”. El 11 de septiembre me hundió; estaba tan afectado, tan desolado, que no podía trabajar. Di más entrevistas entonces que en toda mi vida, la gente buscaba respuestas y a mí me venía bien hablar. Me dejé la cabeza conversando.

Pero las consecuencias han sido hasta peores de lo que esperábamos.

Escribí un artículo el año después, en 2002. Todavía se hablaba de invadir Irak, algo que desde la perspectiva que me daba la zona cero suponía un desastre completo para mí. Ya han pasado cuatro años, y desgraciadamente he comprobado que entonces tenía razón. A día de hoy no veo la salida, hemos creado un monstruo. Ni siquiera estoy seguro de que retirar las tropas hoy mismo fuera una solución. Supongo que habrá que hacerlo, pero con un plan. No puedes ocupar un país tanto tiempo. Ni siquiera el petróleo lo vale.

En estos tiempos, su literatura también cobra un extraño sentido. Esa lucha de sus personajes entre el nihilismo y la necesidad de respuestas adquiere una fuerza enorme.

Muchos de mis personajes son excesivos y están en el extremo, a punto de tirarlo todo por la borda, aunque buscan lo mismo que todo el mundo: amor, un sentido del equilibrio en sus vidas, escapar de la soledad. Muchos de ellos se rinden, y es cuando encuentran espacio en mis libros.

Y usted, para empezar, no permite que tomen decisiones drásticas, que se suiciden. ¿Le parece pecado como escritor?

Es un tema interesante. Todo el mundo se lo ha planteado. Es humano, pero tanto como pecado… Simplemente es algo sobre lo que no me gusta escribir.

También hay que animarse. Sacarle jugo a la vida leyendo. Jugar con el lector.

Claro, tenemos que proporcionar placer, gusto a los lectores; si no lo hacemos, no va a merecer la pena que la gente nos lea. ¿Para qué? Si nos sintiéramos constantemente desesperados no tendría sentido agarrar la pluma.

Y eso es algo que usted se toma muy en serio, porque no trabaja con ordenador, sigue escribiendo a mano.

No me siento cómodo con un teclado. La pluma es distinta, o el lápiz. Aunque luego, cada día, lo paso todo a máquina. Hay tantos tachones que si espero al día siguiente no hay forma de que me aclare.

De ese paso ya quedan pocos escritores que se den cuenta, porque, en un ordenador, lo borras y ya está.

Ni siquiera lo borras, lo haces desaparecer.

Y no eres consciente del trabajo que has hecho.

En cambio, yo sí; cada falta, cada imprecisión la tengo en el papel, tachada.

JESÚS RUIZ MANTILLA
El País.es


 

Represaliados después del 39

Cientos de miles de republicanos sufrieron la represión franquista tras la contienda. Algunos viven para contarlo

CARLOS E. CUÉ
DOMINGO - 23-07-2006

Para muchos españoles, el parte más importante de la Guerra Civil reza: "Cautivo y desarmado el ejército rojo...". Pero es otro el que recuerdan, con los ojos enrojecidos, numerosos represaliados del franquismo, sus hijos y sus nietos. Decía así: "Nada tiene que temer de la justicia aquel que no tenga las manos manchadas de sangre". Era falso.

Tres larguísimos años de guerra habían traído un deseo enorme de paz. Y ganas de creer en el espejismo. Muchos miles de republicanos y sus hijos, los que no se exiliaron, confiaron en esas palabras del dictador. Se entregaron, y fue el principio de su calvario. "Cuando escuchamos eso gritamos: '¡Viva Franco!'. Pero al día siguiente ya bajaban sus tropas quitándonoslo todo, abusando de las chicas. Tenía 15 años. Pensé: la guerra no ha terminado, la guerra empieza ahora, la más larga, la de verdad. La del hambre, la miseria, la esclavitud, el terror, el fusilamiento, la injusticia", se emociona a sus 79 años el guerrillero José Murillo, Comandante Ríos.

 

El viernes, el Gobierno discutirá la Ley de Memoria Histórica, que intenta resarcir a aquellos que creyeron en ese segundo parte de Franco. Muchos de estos hombres y mujeres, algunos muy ancianos, confían en que por fin, tras casi 30 años de democracia, el país reconozca oficialmente su desgracia.

 

La guerra fue terrible -600.000 muertos en total-, y la represión, aún peor. En la zona nacional cayeron 100.000 personas asesinadas; en la republicana, 60.000, entre ellos 7.000 religiosos. Hasta ahí el terror compartido. Porque a partir de 1939, con todo a su favor para ser generoso, el régimen de Franco encarceló a 270.000 personas y fusiló a 50.000. Al menos 4.000 murieron de hambre y frío en las prisiones (Víctimas de la Guerra Civil, Temas de Hoy; Morir, matar, sobrevivir, Crítica).

 

 

Marcos Ana

 

- - - Poeta, comunista. Pasó 23 años en la cárcel, 15 de ellos en Burgos.

 

 

"Los primeros años fueron durísimos. Nos comíamos las hierbas que crecían entre las piedras de la prisión. Cada día te enterabas de algún compañero muerto o fusilado. La cárcel estaba en el centro de Madrid, y cuando los sacaban para matarlos gritaban: '¡Viva la República!'. Les ponían un tapón de corcho en la boca".

 

"En 1943, en Ocaña, un día me dijeron que me iban a matar esa madrugada. Los compañeros me despidieron. Pasé toda la noche viviendo las últimas horas; escribiendo cartas al partido, a mis amigos, y escondiéndolas en las grietas, como hacían todos los condenados. Escuchaba los pasos de los carceleros, pero no venían a por mí. A la mañana siguiente leyeron mi conmutación. El jefe de servicio, que me odiaba, lo había retenido para que pasara la última noche de un condenado a muerte".

 

"En Ocaña, cuando había saca, el corneta tocaba silencio de una manera especial, prolongaba el sonido. Cuando se iban los camiones había un silencio mortal, porque escuchábamos los tiros de gracia para saber a cuántos habían matado. Y comenzábamos a golpear con las cucharas".

 

"Nos organizábamos y repartíamos hasta el hambre. Al principio fue durísimo; pero cuando los nazis perdieron en Stalingrado, los carceleros empezaron a aflojar. Pensaron que el franquismo se acabaría".

 

"La verdad es que siempre he sentido más calor fuera que dentro de España, porque nosotros, los comunistas y republicanos españoles, estábamos en el corazón del mundo. Los falsificadores del pasado quieren establecer un juicio salomónico sobre la historia de España, pero no es igual luchar contra la libertad que defenderla. Esa guerra nosotros no la queríamos, no la necesitábamos, habíamos ganado las elecciones unos meses antes. Necesitábamos la paz. Quisieron cerrar a sangre y fuego ese proceso democrático".

 

"Se hacen algunas cosas, pero de extranjis, sin afirmar los valores que representamos. Incluso en el terreno económico se hace poco. Los portugueses dieron un millón de pesetas por cada año de cárcel. ¡Yo me habría podido comprar una casa, que no tengo! He sido el que más he cobrado: 2.200.000 pesetas. Un millón por los primeros tres años y 200.000 por cada trienio".

 

 

 

Nicolás Sánchez Albornoz

 

- - - Pasó cinco meses en el Valle de los Caídos en 1948. Su fuga inspiró la película Los años bárbaros.

 

 

Nunca ha vuelto al valle. Ni siquiera lo llama así. Para él es Cuelgamuros, el nombre de la finca. Este periódico le propuso acudir allí para rememorar su condena. Su respuesta fue tajante: "Cuando desalojen al bicho". O sea, cuando saquen de allí los restos del general Franco y se los entreguen a su familia. "Pueden hacer un centro de interpretación o lo que les dé la gana, pero para mí es insuficiente. ¿La cripta puede tener la tumba de Franco y José Antonio, y al lado unas placas hablando de la represión y los campos de concentración? ¡Se dan de patadas!".

 

"España tiene que darse cuenta de que es Europa, tiene que compartir sus estándares, y no admitir el mausoleo. Algunos sostienen con toda la razón que ellos, como europeos, tienen derecho a opinar sobre el mausoleo, que no es un hecho privativo de los españoles. Es un hecho europeo".

 

"Conmigo había gente que desde 1939 no había pisado la calle. ¿Por qué nueve años después de terminar la guerra tenían que estar presos? Era un gran negocio. Éramos alquilados a las empresas por 10,50. Nos daban 50. Los patrones tenían obreros a precio de saldo y disciplinados".

 

"[El Valle de los Caídos] se ha convertido en un símbolo del fascismo, donde se reúnen para todas sus ceremonias, incluidos los de la Legión Cóndor. La gente está harta; 4.000 fascistas no son nada frente a 40 millones de españoles y 500 millones de europeos. En España ha aparecido una generación que está pidiendo cuentas y reabriendo las fosas, pidiendo información de sus abuelos. Si sacan a Franco de allí, qué va a hacer el PP cuando vuelva, ¿traerlo otra vez? Sería irreversible y resolvería el problema para siempre. Si no, resurgirá".

 

 

José Murillo

 

- - - 'Comandante Ríos', guerrillero en Sierra Morena, 82 años.

 

Vive en una humilde casa del barrio de Usera, en Madrid. Nunca se reconoció el carácter militar de la guerrilla, por lo que no recibe más pensión que la mínima. "Mi padre era socialista de toda la vida, pero cuando acabó la guerra creyó que no le pasaría nada porque no tenía las manos manchadas de sangre. Acabó en Castuera (Extremadura), uno de los peores campos de concentración. Los hombres morían comiendo raíces. Logró sacarlo un amigo falangista. Tenía seis hijos, yo era el mayor. Pensó que todo había acabado, pero el mismo día que volvió, con piojos y sarna, irreconocible, vino un falangista al que llamaban El Berraco -imagínese el personaje- y dijo que nos requisaba los animales y la casa".

 

"Mi padre me llevó aparte y me dijo: a mi hijo no lo van a matar de rodillas. Defenderemos nuestras vidas, no somos hombres de cárcel. Nos fuimos al monte. A mi madre la metieron en la cárcel como represalia. Seis años. A mi padre lo mataron de un tiro".

 

"Me hirieron, aún tengo las cinco balas en el hombro. Para hacerse una idea de cómo era un juicio franquista había que escuchar al fiscal: '¿Se puede consentir que en esta España católica, apostólica y romana existan seres que seis meses antes de nacer ya tenían instintos revolucionarios? ¡Pido la pena de muerte!".

 

"En la cárcel comíamos habas podridas y lentejas con bicho. Vivíamos entre ratas, yo incluso amaestré a un lironcillo para que comiera el bicho de las lentejas de mi mano, en la celda de castigo".

 

"La hermana de un compañero se hizo pasar por hermana mía para escribirnos, y así pasamos cuatro años. Nos enamoramos sin vernos. Luego nos casamos".

 

"Yo no he matado a nadie. He disparado muchas balas; me defendía, pero nunca a sangre fría. Murieron guardias civiles, sí, a manos de la guerrilla; pero los mató Franco, no yo. Él empezó la guerra. Sólo quiero que se reconozca que luchamos por la libertad, y que nos den una pensión digna".

 

 

Tario Rubio

 

- - - Tiene 86 años. Pasó ocho en prisiones y campos de trabajo, entre ellos el Valle de los Caídos.

 

 

"Las nuevas generaciones no tienen ni idea de lo que llegamos a sufrir, moral y físicamente. Por eso yo, a mis 86 años, sigo en la brecha: para que no se pierda esta memoria. Yo no quiero venganza ni remover el pasado. Pero veo esas inmensas manifestaciones contra el terrorismo de la ETA, apoyadas por el PP y la Iglesia católica, y pienso: vale, ¿pero por qué no condenan también el otro terror, el del franquismo? Porque en la guerra hubo bestialidades en los dos bandos, pero cuando acabó, en vez de ser generosos, siguieron matando, y de qué manera. Yo estuve en la cárcel Modelo de Valencia. Allí cada día se llevaban 10 o 15 a fusilarlos".

 

"Pasé ocho años encerrado después de la guerra. Estuve en cuatro campos de concentración. Te pegaban tantos palos que firmabas cualquier cosa. En las oficinas de depuración era terrible, había informes falsos que venían de los pueblos. Éramos 10 o 12 presos en tres metros cuadrados. Teníamos un váter y nos turnábamos para no dormir al lado de él".

 

"Mi tío Miguel, el cuñado de mi padre, tenía influencia con un falangista importante. Mi padre le pidió ayuda. Le respondió: '¿Tú vienes a pedirme avales cuando sabes que debías estar tú también en la cárcel por republicano? ¡Mi tío!".

 

"Cuando llegué a Cuelgamuros, en 1942, era diciembre. Hacía un frío horrible en esos barracones de madera, que tenían brechas por donde entraba el viento helado. No podíamos dormir por el frío. No te podías lavar porque allí no hay ríos ni nada. Te daban un cazo de agua sucia que le llamaban café, y hala, al tajo. A picar. Y eso que no me tocó en el agujero, sino en la carretera de acceso".

 

"Todavía hace poco, en una entrevista, vi que el abad de Cuelgamuros, con toda su caradura, un representante de Dios, decía que íbamos acumulando mucho dinero en un banco y que cuando salíamos ¡nos comprábamos las mejores casas! Le voy a escribir para saber en qué banco está mi dinero, para reclamarlo. Hicimos líneas de ferrocarril, reconstruimos el país, y empresarios como Banús se hicieron millonarios con los presos".

 

Vicente Muñiz

 

- - - 71 años. Fusilaron a sus padres, anarquistas, en 1941. Ha llegado hasta Estrasburgo para pedir la anulación del juicio.

 

 

"Mis padres trabajaban en la sede del POUM en Valencia: él, de chófer; ella, limpiando. Yo tenía cinco años cuando los nacionales entraron en la ciudad. Hice el saludo fascista, como todos, y mi madre, una mujer profundamente anarquista y republicana, me pegó un coscorrón enorme. Nos metieron a todos en la cárcel; allí estuve con mi madre y mi hermano pequeño dos años, hasta que los fusilaron, en Paterna. Allí cayeron 2.238 personas entre 1939 y 1956. A ella le acusaron de matar 'a una mujer rubia de 17 años'. Sin nombre, sin cadáver, sin testigos. Hasta los 17 años estuve en un asilo de monjas, una cárcel de otra manera".

 

"Yo no puedo resucitar a mis padres, pero sí se les puede devolver el honor. Al pasar de la dictadura a la democracia se olvidaron de los perdedores. Yo no he pedido nunca dinero. Para mí el fusilamiento de mi madre y mi padre no tiene precio. Yo quiero que con los mismos papeles con los que los condenaron, que los tengo, pongan un tribunal de demócratas y anulen la sentencia".

 

"Un señor alemán dijo haber oído a mi madre decir que había matado a tres mujeres. Luego dijo que era mi padre. El tribunal, en vez de aclarar la cosa, dijo: bueno, pues los dos. Los mataron el 5 de abril de 1941, San Vicente Ferrer, patrón de Valencia, con otros 10. Los enterraron como perros en una fosa. La llenaban, y cuando estaba repleta, le echaban cal y abrían otra".

 

"El PSOE de Felipe González no tocó para nada este tema. Pero una herida cicatriza bien cuando se limpia bien. Si dejas el pus dentro, vas a tener que volver a abrirla para curarla. Piensan que el tiempo lo va a arreglar. Sólo la justicia lo arregla. Sólo pido que no se les acuse de auxilio a la rebelión. ¡Los que se sublevaron fueron ellos! Es como si ahora alguien cogiera las armas porque no le gusta el Gobierno. A mí no me ha gustado ninguno desde que hay elecciones, pero no se me ocurre coger un arma contra él, porque es democrático".

 

 

Nieves Galindo

 

- - - Nieta de Dióscoro Galindo, maestro republicano enterrado en una fosa en Víznar (Granada) con el poeta Federico García Lorca.

 

 

"Mi padre se murió pensando que algún día se recuperaría la memoria de mi abuelo. Casi desde el principio se supo que lo habían matado y enterrado con García Lorca en Víznar (Granada). Mi padre tenía 23 años, estaba en cuarto de medicina. Huyó. Cuando Franco dijo lo de las manos manchadas de sangre, se presentó, le pegaron palizas porque le reconocieron como hijo de Dióscoro y le metieron en la cárcel, dos años. Luego se vino a Madrid para estar lejos del pueblo, por miedo. Le destruyeron la vida. Estaba estudiando y tuvo que dejarlo. No quiso reclamar sus papeles universitarios por miedo a que fueran a buscarlo. Trabajó de repartidor, albañil y descargador de camiones. Nunca fue a Víznar, por miedo".

 

"Yo cumpliré su deseo. Ni siquiera pedimos sacarlos de la fosa, sino sólo tener la certeza de que están allí. Es muy fácil, porque a mi abuelo le faltaba una pierna. La familia de uno de los banderilleros también está de acuerdo. Pero la familia de García Lorca no quiere porque dice que eso es remover el pasado. Está todo pendiente de la Junta de Andalucía, que no ha dado el paso. Si es necesario, iremos al juzgado".

 

 

Carmen Puig Antich

 

- - - Es hermana de Salvador, el último ajusticiado a garrote vil. Condenado por la muerte de un policía. Era anarquista.

 

 

"Lo detuvieron un 25 de septiembre y lo juzgaron el 7 de enero. Ese día ya estaba la condena a muerte. Apelamos. El 15 de febrero se confirma la sentencia, y el 2 de marzo de 1974 era ejecutado. Les interesaba ir rápido, como venganza por lo de Carrero Blanco [diciembre de 1973]. Al día siguiente del atentado teníamos visita con Salvador. Sólo 20 minutos. Nada más vernos, él lo dijo: 'ETA m' ha matat'. Tenía razón. Recuerdo cada minuto de las últimas 12 horas, las que llaman en capilla. A ratos hablábamos, a ratos nos abrazábamos, nos tocábamos el pelo. A veces él tenía que ir al servicio por el miedo que estaba pasando, y le obligaban a hacerlo con la puerta abierta. Era horrible. Una hermana mía perdió la cabeza y decía que mi madre, muerta, iba a hacer algo".

 

"Hay un momento en que yo me quedo sola. Eran las cuatro de la mañana. Y un hijoputa de funcionario, un tío de 50 años, que me acuerdo de su cara, pero no de su nombre, me dijo: '¿Tú sabes cómo van a matar a tu hermano?'. 'No', le contesté, ingenua. Me explicó con pelos y señales cómo funciona el garrote vil. Cuando volvió mi hermano no sabía qué cara poner. Yo tenía 19 años".

 

 

Ricardo Limia

 

- - - 89 años, comunista. Trabajó como preso cuatro años en el Canal del Guadalquivir, al que ahora llaman "canal de los presos".

 

 

"Cuando estalló la guerra y tomaron Sevilla, yo estaba en las Juventudes Socialistas. Organizamos una columna para venir a buscar a Queipo de Llano. Pero nos engañaron, nos dejaron solos a los de las Juventudes, nos ametrallaron y mataron a todos los que iban en el camión. Yo me salvé porque iba detrás con una moto".

 

"Nos fuimos al monte. Vivíamos en los túneles de viejas minas abandonadas. Nos juntamos 200 personas. Cuando acabó me entregué. Me condenaron a muerte, pero me libré gracias a un familiar. Acabé en el campo del canal. Era muy duro, pero mejor que la cárcel. Se comía algo, porque había que trabajar duro y no podían tenernos muertos de hambre".

 

"En la cárcel moría mucha más gente, de hambre y de pena. Te daban un cazo de agua a mediodía y otro por la noche. En la prisión de Cádiz estuve siete meses comiendo lentejas con bicho al mediodía y por la noche. Aún así, en el campo había hambre. Un día cayó muerto un mulo atravesado en el canal y a los 20 minutos no quedaba nada, nos lo habíamos comido. Aunque no todo era malo. Allí me enamoré de una chica de Dos Hermanas que venía a llevarme comida. Me llevó tortilla la primera vez, aún me acuerdo del sabor. Luego nos casamos".

 

"El Gobierno no se preocupa de nada. No es justo que te den un milloncejo de pesetas por pasar 15 o 20 años de cárcel y campos de concentración sin ningún motivo. Sólo quiero que reconozcan que luchamos en beneficio de España, no nuestro, por la libertad de todos. A mí, como a todos, me hacen homenajes, pero a nivel particular; el Estado no hace nada, no hay reconocimiento oficial".

 

Isabel González Losada no ha hablado para este reportaje, pero también fue víctima del franquismo. Perdió a su hermano. Su tesón hizo que se abriera la primera gran fosa en El Bierzo, en 2002. Hace unos meses se quejaba de la lentitud del Gobierno: "Estábamos esperando algo de una vez, fuimos a la comisión interministerial para las víctimas de la guerra y el franquismo. Nos escucharon, pero luego no nos han dicho nada. Estamos perdiendo la paciencia. Somos gente muy mayor y no podemos esperar". Isabel murió hace dos semanas.

 





 

Comisiones de la verdad en Suráfrica y Argentina
 

DESDE EL NAZISMO hasta los regímenes comunistas en la Europa del Este, pasando por las dictaduras en América Latina, casi todos los países tienen un pasado cargado de tragedias, crímenes, odios y víctimas, pero muy pocos han sido capaces de ajustar las cuentas con él para aliviar el dolor. Suráfrica ofrece uno de los caminos más interesantes. En su transición del apartheid a la democracia en los noventa no se podía permitir un Nuremberg: los miembros de la policía y del Ejército acusados tenían las armas para abortar la transición. Otra opción fue una amnistía general; una posibilidad inválida porque, como recordó el arzobispo Tutu, "resultaría una amnesia general". Se optó por una tercera vía: la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, en la que los perpetradores serían amnistiados si reconocían la verdad y en la que las víctimas se explicarían. Muchos perpetradores desvelaron la verdad del apartheid: torturas, secuestros, desapariciones, asesinatos. Muchas de las víctimas se mostraron agradecidas sólo con ser escuchadas.

Alemania ha tenido que luchar dos veces con su pasado. Tras la II Guerra Mundial, los aliados impusieron el procesamiento de los nazis más destacados. Sin embargo, muchos siguieron en cargos públicos hasta su jubilación. A finales de los años sesenta, los jóvenes provocaron un profundo debate al preguntar a la generación de sus padres cuál fue su papel durante el régimen nazi. Hoy, las insignias nazis son anticonstitucionales. Además de la apertura de los archivos de la antigua policía política, las víctimas de la dictadura en la antigua República Democrática Alemana (RDA) perciben ya una pensión del Estado. En Hungría y Rumania, el pasado es un arma arrojadiza en la vida política cotidiana. Algo que también ocurre al otro lado del Atlántico.

Argentina no ha logrado pasar la página completa de los años más atroces de su historia reciente, mientras que Uruguay sí. Tan pronto como el presidente Raúl Alfonsín llegó a la Casa Rosada en 1983, tras una dictadura de casi nueve años, ordenó el enjuiciamiento de los dirigentes de los grupos guerrilleros ERP y Montoneros y los de las tres cúpulas militares que habían estado en el poder desde 1976. Una comisión de la verdad dirigida por Ernesto Sábato sacó a la luz las atrocidades. El procesamiento y posteriores condenas logradas por un Gobierno democrático supusieron un hito en el mundo. La democracia encabezada por Alfonsín, sin embargo, aún era vulnerable. Mucha presión y un par de alzamientos de jóvenes oficiales llevaron al Gobierno a aprobar las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida, dos normas muy cuestionadas en Argentina. En 1989, siendo ya Carlos Menem presidente, éste indultó a los jefes militares y guerrilleros. El actual presidente, Néstor Kirchner, arrancó su mandato pidiendo perdón en nombre del Estado por los desaparecidos y ha reabierto el debate proponiendo la anulación de esas leyes de impunidad. La herida sigue sangrando.

En honor a mis antepasados vascos balleneros.

En honor a mis antepasados vascos balleneros.

Duro retorno al pasado

El país.es

"Ha sido emocionante y duro a la vez. Teníamos la comida racionada y había días que navegábamos hasta 14 horas. Cada jornada debíamos buscar un lugar para dormir. Hemos pernoctado en cabañas de pescadores, en la playa...", relató ayer recién llegado, en San Sebastián el bertsolari Jon Maia, uno de los componentes de la expedición que se ha desplazado a Canadá para estudiar y recrear la vida de los balleneros vascos en el siglo XVI.

A principios de junio siete vascos del siglo XXI cambiaron los pantalones vaqueros por atuendos propios de hace 500 años, se avituallaron de alimentos básicos en aquella época y se embarcaron en Quebec en la réplica de una chalupa de hace cinco siglos. ¿El objetivo? Conocer de primera mano el modo de vida de los cientos de antepasados que se dedicaron a la caza de la ballena en las aguas de la Península canadiense de Terranova y Labrador.

El germen de esta aventura se remonta a 1565. Aquel año, el ballenero vasco San Juan, al que acompañaban seis chalupas, se hundió en aguas próximas al pequeño pueblo de Red Bay. Hace tres décadas, el Gobierno canadiense decidió invertir en un proyecto científico que pasó por sacar el galeón del mar para su investigación. Entre la nao y el fondo los arqueólogos encontraron, bien conservada, una de las chalupas.

El centro de investigación y construcción de embarcaciones tradicionales Ontziola, ubicado en la localidad guipuzcoana de Pasaia, se hizo en 2004 con los planos de la chalupa. Desde entonces ha construido dos réplicas de ocho metros de largo y dos de ancho.

A bordo de una de ellas, Beothuk, han navegado los miembros de la expedición, a remo o a vela, desde Quebec hasta Red Bay. Les acompañó un indígena de la tribu Mi' kmaq. En seis semanas recorrieron 700 millas y recalaron en las más importantes estaciones balleneras vascas del siglo XVI.

"Fue un largo viaje geográfico e histórico", subrayó Maia. De la presencia allí de los vascos dejan constancia "un montón de toponimia" en euskera y las "historias orales" que todavía pasan de una generación a otra.


 

Los nuevos hallazgos en Atapuerca ofrecen una nueva teoría sobre el canibalismo

Los nuevos hallazgos en Atapuerca ofrecen una nueva teoría sobre el canibalismo

El hallazgo de nuevos restos de homínidos en la sierra de Atapuerca ha cambiado los esquemas de los arqueólogos en la teoría sobre el canibalismo que practicaba uno de los antecesores del hombre hace unos 800.000 años. “Pensábamos que el canibalismo en el Homo Antecesor había sido algo puntual, pero los nuevos hallazgos nos llevan a pensar que practicaron el canibalismo seguramente durante cientos de años”, ha dicho uno de los codirectores del yacimiento, Eudald Carbonell. Según esta teoría, hace 800.000 años los habitantes de la sierra burgalesa comían a “miembros de grupos que venían de fuera”, fundamentalmente niños y niñas, lo que es, para los expertos de Atapuerca “más un hábito cultural que gastronómico”. Los encargados de las excavaciones esperan encontrar nuevas pruebas que consoliden esta teoría en la parte del yacimiento de la Gran Dolina, donde ya se han localizado una decena de fósiles pertenecientes al Homo Antecesor.

Los arqueólogos que trabajan durante este verano en la Gran Dolina están sorprendidos por la cantidad de restos de este antecesor del hombre. La riqueza de esta parte del yacimiento es tal que estudian la posibilidad de reforzar el equipo de trabajo y prolongar la época de excavación, que actualmente es de poco más de un mes, a tres o cuatro meses al año. Los trabajos en este nivel (a unos 15 metros) se habían paralizado en 1994, pero ahora han confirmado la cantidad de fósiles existentes, “esperamos un festival de restos del Homo Antecesor en los próximos años”, ha dicho otro de los codirectores, José María Bermúdez.

Los arqueólogos que trabajan en Atapuerca estudian también la importante industria lítica hallada tras las excavaciones, lo que permite barajar la hipótesis de que pudo haber un desarrollo de los homínidos en Europa, Asia y África.

Las excavaciones también han sacado a la luz restos más recientes –de hace 500.000 años-en la Sima de los Huesos. Los arqueólogos han desarrollado un sistema de identificación de la cadena de ADN con restos en osos y prevén hacer lo mismo con los restos humanos. Aunque el objetivo es encontrar restos de homínidos, los hallazgos realizados hasta ahora han permitido establecer el clima que había en esa época en la sierra.


 

La guerra de Israel en dos frentes



SHLOMO BEN-AMI
EL PAÍS  -  Opinión - 18-07-2006

Independientemente de que logren sus objetivos militares la incursión de Israel en la franja de Gaza y su masiva reacción a lo que fue sin duda un acto de guerra de Hezbolá -representante de Irán en Líbano- sin que hubiera existido ninguna provocación, hay una cosa que está clara. La guerra que libra actualmente Israel en dos frentes ha asestado un golpe mortal al "plan de convergencia" para Cisjordania, la razón de ser fundamental del Gobierno de Olmert y su partido Kadima. Tres meses después de su formación, el Gobierno israelí se ha quedado sin agenda política. Y lo curioso es que sólo Hamás puede salvarle de caer en una agonía política sin perspectivas.

El caso de Hezbolá es distinto, y la solución a la crisis en el frente norte tiene que ser diferente. Israel no mantiene ninguna disputa territorial con Líbano, y Hezbolá no es ningún movimiento nacional que esté luchando legítimamente para "acabar con la ocupación". Es, por el contrario, un instrumento de la estrategia regional de desestabilización que propugnan Irán y Siria. Existen razones para creer que el arsenal de misiles de Hezbolá -algunos seguramente más complejos que los empleados hasta el momento en la presente crisis- forma parte del despliegue militar regional de Irán, y no del sistema de defensa de Líbano. En Líbano, lo que está en juego es la credibilidad de la comunidad internacional, que hizo de intermediaria y dio legitimidad a la retirada israelí del país en mayo de 2001. Hezbolá es un actor importante en la política libanesa; incluso tiene ministros en el Gobierno. Sin embargo, en la crisis actual, está actuando más como una pieza en el puzzle regional de Irán que como defensor de los intereses nacionales de Líbano. Israel ha entrado en guerra con Irán y Siria a través de los grupos que les representan.

Es triste y lamentable que, en ambos lados, la población civil tenga que sufrir las consecuencias de esta tragedia. Pero los motivos de Israel son justos. Ésta no es una guerra de ocupación ni una guerra de asentamientos. Es una guerra por la validez de una frontera internacional trazada, definida y reconocida por Naciones Unidas. Cualquiera, sea en Israel o especialmente en la comunidad internacional, que predique que los israelíes deben retirarse de los territorios palestinos ocupados a las fronteras permanentes reconocidas tiene que estar de acuerdo con Israel en el caso de la guerra actual. Cualquiera que proclame seriamente la necesidad de que los israelíes "pongan fin a la ocupación" debe apoyar ahora a Israel. Lo contrario supondría eliminar con cualquier perspectiva de acabar esa ocupación en donde más importa, en el caso palestino; significaría además desautorizar a las fuerzas políticas que, dentro de Israel, llevan años luchando por un Estado palestino con unas fronteras reconocidas internacionalmente. Esto no quiere decir, en absoluto, que haya que aprobar todas las acciones del ejército israelí, aunque algunos de los que hablan del uso de una "fuerza desproporcionada" por parte de Israel podrían darnos a todos lecciones sobre cómo borrar ciudades enteras del mapa; es el caso de Putin en Grozny. Personalmente, creo que la reacción de Israel podría ser más imaginativa y precisa. La indignación causada por la pérdida de vidas humanas en Beirut está justificada; pero tampoco pueden dejar de mencionarse los ataques indiscriminados contra la población civil israelí.

En cuanto al dilema palestino de Israel, es evidente que el estallido actual plantea la necesidad de revisar el plan de convergencia del Gobierno, como, de hecho, ya han pedido varios ministros. En cualquier caso, la retirada y el desmantelamiento de los asentamientos en Cisjordania, de donde hay que evacuar a 800.000 colonos, constituyen una operación mucho más complicada que la retirada unilateral que llevó a cabo Ariel Sharon en Gaza, de donde sólo se repatrió a 8.000 colonos. Ahora bien, si en Gaza, una franja compacta cuya frontera con Israel nunca ha estado en duda, la retirada engendró tal estado de guerra que Israel se vio obligado a invadir los territorios que había abandonado menos de un año antes, ¿qué posibilidades hay de que una operación similar salga bien en Cisjordania, donde es necesario un reparto de responsabilidades mucho más sutil, fluido y ambiguo, con un lado palestino -el Gobierno de Hamás- que ha quedado descartado como socio desde el principio?

La operación Lluvia de Verano en Gaza ha dejado al descubierto de forma dramática la equivocación de la estrategia israelí de retirada unilateral de los territorios palestinos, y los primeros que se han dado cuenta han sido los propios israelíes. Un sondeo de opinión del Instituto Reut de Tel Aviv, realizado bajo la conmoción del brote actual de violencia, muestra una marcada caída del respaldo de la población al "plan de convergencia"; hoy sólo

se opondría enérgicamente a él.

Las tristes lecciones de la retirada de Gaza significan que el espectro del lanzamiento de misiles Kassam desde un nuevo frente en Cisjordania contra los principales centros urbanos de Israel en la zona de Tel Aviv, incluido el aeropuerto internacional Ben-Gurion, ya no es una hipótesis exagerada. Si el primer ministro Olmert desea salvar su "plan de convergencia", tendría que coordinarlo con un socio palestino, que sólo puede ser el Gobierno de Hamás presidido por Ismail Hanyieh. Eso significa, fundamentalmente, utilizar la guerra actual en Gaza como oportunidad para alcanzar un acuerdo con Hamás que no se reduzca al problema del soldado secuestrado. Un Gobierno israelí dispuesto a abandonar la inercia de las incursiones y los asesinatos selectivos debería ser capaz de aprovechar el sondeo del Instituto Reut que indica que al menos el 45% de los israelíes apoyaría hoy unas negociaciones directas con Hamás.

Después de una victoria electoral no deseada ni prevista, porque le obliga a reducir considerablemente su libertad de acción para poder mitigar las penosas consecuencias que tuvo su triunfo para el pueblo palestino, Hamás es más susceptible que la OLP de Abbas a la posibilidad de alcanzar un acuerdo provisional a largo plazo con Israel. Lo que la OLP, obsesionada con el resultado final, se niega a tener en cuenta -un acuerdo provisional- es algo que Hamás, con toda probabilidad, estaría dispuesto a estudiar.

Sin embargo, para lograr un acuerdo con Hamás que sea más duradero y fiable que un acuerdo con la OLP, Hamás debe volver a ser lo que siempre fue, una organización disciplinada y jerárquica, capaz de respetar un alto el fuego. Tanto el fracaso de la lógica que representó la retirada israelí de Gaza como el que supone el asalto de Hezbolá a los razonamientos que acompañaron a la retirada de Líbano en mayo de 2000 son un triste recordatorio de un fallo fundamental en la estrategia del presidente Bush para Oriente Próximo. La democracia árabe no es necesariamente la clave para la paz y la estabilidad. Es una cuestión de orden y autoridad. Al fin y al cabo, la guerra actual en dos frentes la desencadenaron milicias independientes sobre las que los dos únicos Gobiernos elegidos democráticamente de todo el Oriente Próximo árabe, los de Palestina y Líbano, no tienen absolutamente ninguna autoridad.

Para ser un socio respetable, Hamás debe tener cuidado de no caer en una anarquía institucionalizada tan desastrosa como la de Al Fatah ni convertirse en un Estado dentro del Estado como Hezbolá. Ariel Sharon conocía perfectamente la capacidad de Hamás para cumplir sus compromisos cuando, al retirarse de Gaza, y gracias a la mediación del presidente Abbas, alcanzó un acuerdo tácito con el movimiento que garantizaba la retirada suave y pacífica de la franja.

Pero los motivos para llegar a un acuerdo con Hamás sobre el "plan de convergencia" en Cisjordania son más fundamentales. Curiosamente, Israel y Hamás comparten un profundo escepticismo respecto al "proceso de paz". Ninguno de los dos cree en que sea factible una paz negociada inmediata, ni se aferra a sueños pasados sobre un "final del conflicto" celestial. Israel no está dispuesto a pagar el precio de un acuerdo definitivo, y Hamás no es capaz todavía de hacer concesiones en su ideología esencial mediante un apoyo inequívoco a la solución de dos Estados y las fronteras de 1967, que supondría prácticamente renunciar al derecho de retorno de los refugiados palestinos.

Un acuerdo sobre el "plan de convergencia" es positivo para el interés de Israel en tener una frontera estable, aunque sea provisional, con Cisjordania, y beneficia perfectamente a Hamás. Supondría el fin del ostracismo internacional al que ha vivido condenado su Gobierno desde que asumió el poder y les permitiría conciliar el rechazo ideológico a Israel con un paso importante hacia el "fin de la ocupación", al mismo tiempo que les permitiría tener un respiro para poder abordar sus problemas internos, que, al fin y al cabo, fueron el motivo principal por el que la gente les votó.

Es cierto que, como diría con razón Israel, la situación de los palestinos no es más que un pretexto para las provocaciones de Hezbolá. No obstante, la guerra en dos frentes que libra actualmente Israel representa el fracaso de la filosofía de la derecha israelí -así como de los neocons del entorno del presidente Bush- de que alcanzar un acuerdo con el mundo árabe e imponer disciplina a los "Estados canallas" de la región eran dos condiciones previas y necesarias para llegar a una paz entre Israel y Palestina. Lo que vemos hoy es una clara confirmación de que la estrategia política de "primero Palestina" emprendida por dos Gobiernos laboristas, el de Rabin y el de Barak, era la acertada. Lo que llevó a Rabin a Oslo y a Barak a Camp David y Taba fue la convicción de que existía una mínima oportunidad para lograr la paz con los palestinos antes de que Irán se convirtiera en una potencia nuclear y el fundamentalismo islámico en una amenaza mortal para los regímenes árabes moderados.

Ahora debería ser un objetivo fundamental para Israel y para esos regímenes árabes moderados que la guerra en el norte no empeore hasta ser una conflagración regional. Y, a diferencia del caso palestino, en el que hay tantas diferencias que resolver entre las partes antes de poder llegar a un acuerdo, en el caso de Líbano la solución está ya inventada. Israel se retiró hace seis años del país, hasta la frontera internacional, conforme a la resolución 425 del Consejo de Seguridad, y posteriormente se aprobó la resolución 1559, que exigía a Líbano que desmantelara Hezbolá, desplegara su ejército en el sur y acabara con la absurda y peligrosa anomalía consistente en que una milicia al servicio de Irán y Siria controle la frontera con Israel y prácticamente tenga en sus manos la llave de la estabilidad de todo Oriente Próximo.

La vieja costumbre de culpar a Israel por el uso de una "fuerza desproporcionada" no puede sustituir a un esfuerzo multilateral serio para terminar con este espantoso ciclo de violencia. En lo esencial, eso significa un alto el fuego y que el Consejo de Seguridad reitere la validez de la resolución 1559, además de ofrecer al Gobierno libanés toda la ayuda que necesite para su puesta en práctica.

Líbano es una sociedad que ha demostrado recientemente una capacidad admirable de movilización por la causa de la democracia y por su independencia de la tutela de Siria. Puede hacer lo mismo respecto a Hezbolá. Y si, incluso con la atención de la comunidad internacional, Líbano llega a la conclusión de que el desmantelamiento de la estructura militar de Hezbolá -como exige de manera explícita la resolución 1559- está por encima de su capacidad, aun así contribuirían a la paz el despliegue definitivo del ejército libanés junto a la frontera israelí y el establecimiento de mecanismos que impidan que este "Partido de Dios" vuelva al sur. Un Estado soberano es el que se comporta como tal, y el monopolio del Estado sobre el derecho a llevar armas es una barrera crucial contra la desarticulación de la soberanía. La debilidad del Gobierno libanés y la fragilidad de su equilibrio inter-étnico exige que el posible alto el fuego vaya acompañado del despliegue de una sólida fuerza internacional en el sur del país.

Me temo que Israel no estaría dispuesto a aceptar un alto el fuego que no vaya acompañado de nuevas normas de conducta en su frontera norte. Es más, en realidad, no es que sean nuevas normas, porque son las condiciones que estableció la propia comunidad internacional hace seis años para conseguir que Israel se retirara hasta la frontera. En aquel tiempo yo era miembro del gabinete de crisis de Israel, y recuerdo hasta qué punto se pactó con la ONU cada mínimo detalle de nuestra retirada (a la que, por cierto, se opuso el ejército). Por consiguiente, es la comunidad internacional la que debe garantizar que un alto el fuego no degenere en otro estallido de aquí a unos cuantos meses.


 

Las vergüenzas de un escritor

Las vergüenzas de un escritor
Juan Gelman

Dijo que el operativo de las fuerzas armadas israelíes en Gaza “está fuera de toda proporción” y que “lo avergüenza ser amigo de Israel”. Estas palabras no provienen de algún “judío que se odia a sí mismo”, como Tel Aviv y sus lobbies de Occidente califican a todo judío de la diáspora –o no– que rechaza sus políticas de colonización y agresión al pueblo palestino. Pertenecen a Mario Vargas Llosa, quien no entra en esa categoría por razones obvias: no es judío ni se odia a sí mismo. El gran novelista las formuló en una entrevista al diario israelí Haaretz (www.haaretz.com, 9-7-06): “Israel –agregó– se ha convertido en un país poderoso y arrogante y cabe a los amigos ser muy críticos de sus políticas”. Qué habrá pensado en materia de proporciones el Premio Jerusalén 1995 y miembro honorario de la Universidad Hebrea de Jerusalén cuando días después tropas israelíes, en represalia por la captura de dos de sus soldados, incursionaron en el sur del Líbano, bloquearon sus puertos, bombardearon el aeropuerto de Beirut y dos bases militares libanesas, causaron la muerte de 53 civiles y provocaron la respuesta de Hezbolá (Reuters, 13-7-06).

Tel Aviv recibe de EE.UU. un promedio de 15 millones de dólares diarios en concepto de subsidios y ayuda militar. Las ONG palestinas, unos magros 232.000 dólares diarios que además la Casa Blanca ha suspendido desde el triunfo en las urnas de Hamas. Gracias a la ayuda norteamericana, las Fuerzas de Defensa de Israel cuentan con más de 3800 tanques, 1500 piezas de artillería pesada, 2000 bombarderos, helicópteros de combate y cazas, incluidos los F-16 de fabricación estadounidense, y un número indeterminado de bombas nucleares que se estimaba en 300 a fines de la década pasada. El año que viene se cumplen 40 desde que Israel ocupa territorios palestinos con mano de hierro y sus tropas han vuelto a entrar en Gaza. La respuesta, esos atentados suicidas que siegan la vida de inocentes civiles israelíes, es ciertamente repudiable. Pareciera, como señaló Vargas Llosa, que “paradójicamente, los extremistas de uno y otro lado comparten una agenda cuyo propósito es impedir cualquier posibilidad de negociaciones y de concesiones mutuas”. Claro que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.


La notable periodista israelí Amira Hass ha hecho los distingos. “Un palestino es un terrorista cuando ataca a civiles israelíes y cuando ataca a soldados israelíes acantonados a las puertas de una ciudad palestina... cuando una unidad del ejército israelí irrumpe con tanques en su vecindario y el palestino dispara contra un soldado israelí que emerge por un instante de la torreta de su tanque... cuando es alcanzado por fuego procedente de un helicóptero mientras empuña su rifle. Los palestinos son terroristas tanto si matan a soldados como si matan a civiles.” Agrega: “El soldado israelí es un combatiente cuando dispara un misil desde un helicóptero, o un obús desde un tanque, contra un grupo de personas reunidas en Kahn Yunis (poblado de Gaza)... cuando dispara una granada contra una casa (palestina) de la que el ejército israelí afirma que ha salido un cohete Qassam y mata a un hombre o una mujer... el soldado israelí mata a gente armada y mata a civiles... mata a comandantes de batallones de terroristas asesinos y mata a bebés y ancianos que se hallan en sus casas. Más exactamente, éstos caen bajo el fuego israelí” (Haaretz, 9-10-02).

No es el único modo de morir que los palestinos conocen. La Cruz Roja Internacional ha informado en El Cairo que entre 3000 y 7000 palestinos esperan desde fines de junio el permiso para regresar a Gaza. Se amontonan del lado egipcio de la caseta de cruce al poblado fronterizo de Rafah y578 de ellos necesitan atención médica urgente (Haaretz, 11-7-06). El martes 4 fallecieron una joven palestina de 19 años que había sido operada en un hospital cairota y cuyas condiciones se deterioraron durante la espera hasta que le llegó la muerte, y un infante de año y medio por infarto. Dos enfermos más cruzaron esa otra clase de frontera, un hombre de 68 años y un muchacho de 15 que habían sido tratados de enfermedades cardíacas en la capital de Egipto (Reuters, 11-7-06). Los demás siguen aguardando el permiso israelí para volver a Gaza mientras se escriben estas líneas.

No son los únicos que esperan: por primera vez desde la Guerra de los Seis Días de 1967, Tel Aviv prohíbe ahora la entrada de palestinos con ciudadanía extranjera, en su mayoría estadounidenses, pero también europeos. Varios miles no pueden regresar a sus casas y puestos de trabajo, o visitar a sus familias, en el territorio palestino ocupado de la Ribera Occidental. Esta medida también incluye a extranjeros casados con una palestina o un palestino y a profesores visitantes. Hace falta un permiso emitido por la Autoridad Palestina y autorizado por los funcionarios israelíes, pero este mecanismo se interrumpió en septiembre de 2000. “El Ministerio del Interior y la Administración Civil (de Israel) declinaron comentar el hecho de que durante 40 años los ciudadanos palestinos residentes en países occidentales no necesitaban un ‘permiso de visita’” (Haaretz, 11-7-06). Pero ése es un detalle y el gobierno de Israel no es detallista.


 

Glosas

Por JON JUARISTI

¿POR qué no se puede hablar de los judíos?, se pregunta un tal Berlanga en La Razón. Las preguntas estúpidas no buscan respuesta. Son formas de empezar y de encubrir. Exordios y eufemismos. El tal Berlanga no quiere preguntar nada, sino colarnos su opinión (sería excesivo atribuirle un pensamiento) disfrazada de visión del mundo. «¿Por qué no se puede hablar de los judíos?» significa: «¿Cómo que no se puede hablar mal de los judíos? Pasen y lean lo que pienso de esta cuestión». Pensar, lo que se dice pensar, el tal Berlanga, repito, no piensa nada. Shakespeare y Baroja hacen el gasto, Berlanga glosa. Los judíos, dice, se hacen las víctimas para matar más a gusto: esto es de Mein Kampf, Berlanga. No es tuyo, aunque opines lo mismo. Los judíos, dice, protestan todavía de que los expulsaran de la España de los Reyes Católicos y de la Alemania nazi. Opinión errónea, Berlanga. A los judíos no los expulsaron de la Alemania nazi. Los exterminaron. Que sí, Berlanga, ceporrillo. Entérate. No es cuestión de opiniones, como parece que le contestaban a la pobre Hannah Arendt en la posguerra alemana cuando hacía preguntas indiscretas y, al contrario que la tuya, inteligentes: ¿Por qué invadieron ustedes Polonia? No, mire usted, los polacos nos invadieron primero. Pero, oiga, eso no fue exactamente así. Cuestión de opiniones. El nazismo siempre pretendió ser cuestión de opiniones.
A mí me parece que las opiniones del tal Berlanga son perfectamente prescindibles. Me parece incluso que el tal Berlanga es perfectamente prescindible, no ya en La Razón (lo que cae de su peso), sino en la Historia y en la existencia en general. Pero no voy a ponerme a enmendar la plana al Eterno, que, si lo ha creado, algún motivo habrá tenido. Como judío, sé que hasta la más miserable de las criaturas cumple una función en el orden moral. Intuyo, por ejemplo, que Simancas existe para que Aguirre resplandezca. Encontrarle función y sentido a la existencia del tal Berlanga, para qué les voy a engañar, es mucho más difícil. Pero tenerla, seguro que la tiene. Quizá sólo fue creado para que yo escribiera este artículo. Todo un dispendio, una inversión excesiva del Rey del Universo, bendito sea su Nombre. Con lo que ha costado producir al tal Berlanga, cualquier ONG habría salvado de la extinción a varias tribus de la Amazonia o mantenido una red de orfanatos en los Urales. O los israelíes habrían convertido el Neguev en un bosque ártico. Vale, pero no eran esos los designios del Altísimo, que algún día espero conocer, porque me intrigan, y en este caso aún más: me desconciertan.
Ser judío en España no es fácil. No voy de víctima, entiéndase. Ahora bien, cuando te ponen alegremente el sambenito de verdugo, desconfía. Van a por ti. Llamar a los israelíes genocidas es apuntarse a los planes de Irán, que son los de Hitler ¿Cómo? Entonces, ¿no se puede llamar genocidas a los israelíes? Hombre, por poder, sí se puede, como lo demuestran Simancas, Berlanga y un largo etcétera, pero hay que saber dónde te colocas al hacerlo. Contra mí, para empezar, y a muerte. Una web islámica me acusa de estar preparando con otros sionistas el futuro holocausto de los musulmanes europeos. Tal como van las cosas, en efecto, no es imposible un nuevo holocausto en Europa. Pero no será el de los musulmanes, con el barril de crudo a ochenta dólares y la marea integrista inundándonos. Ni siquiera el de los judíos, porque no nos pillarán en otra, pero, si yo fuera cristiano, ya estaría tomando precauciones, lo digo en serio. En cuanto a la pornografía antisemita, pienso en nuestros niños judíos. En los compañeros de mi hijo, por ejemplo, en niños concretos. Y te juro, Berlanga, que ninguno de ellos terminará en un nuevo Auschwitz. O sea que ve tomando nota. Ya sabes dónde me tienes.

Llueven misiles sobre mojado

Maruja Torres

El País.es

Hacia las 10.30 horas de la mañana (una hora menos en la península), esta cronista regresó al hotel justo a tiempo para contarles a Hanan y Ahlam, que salían para instalarse en un pequeño apartamento cercano, cómo ha quedado su barrio, el suburbio Haret Hreik (imaginen Leganés o Hospitalet), que sigue siendo bombardeado. Desde el principio, intensamente bombardeado por Israel. Apenas queda gente allí. Algunos coches con banderas de Hizbulá, con personas muy amables y amistosas dentro. Muchos edificios destruidos, y muchos otros por destruir, les he dicho. Hanan y Ahlam son hija y madre, y durante estos días han sido vecinas de mi planta del hotel, pero ya no pueden permitirse los precios de las habitaciones. Las he visto a la hora del desayuno, con su sirvienta srilankesa (sentadas a la mesa las tres: no crean que ocurre con frecuencia: hay quien les deja dar cuenta de las sobras), día tras día. Nos hemos abrazado, nos hemos deseado buena suerte. Hanan, la hija, lleva velo color de rosa; la madre, una bonita melena negra, suelta y libre. Las dos forman parte de este país convertido en víctima colateral y que a nadie parece importarle. Arrancadas de cuajo de sus hogares, como tantas familias.

Los barrios de la periferia sur mayoritariamente chiíes de Beirut, lo que aquí se llama Dahiye (literalmente en árabe, suburbio), cercanos al aeropuerto, forman un paisaje de desolación perfectamente indescriptible, que espero que ustedes contemplen en imágenes. Las personas merecen palabras: esas víctimas, esas familias escindidas. La gente que no puede encontrarse, aunque que llegó a tiempo (o no) para poner a buen recaudo a su mujer o a su hija, y a refugiarse en otro lugar. Hay una conmovedora emisión en el canal New TV: continuamente recibe llamadas de espectadores que dan su dirección e indican el número de camas de que disponen, para acoger a refugiados. Uno de los grandes objetivos de Israel en estos momentos es fragmentar Líbano para comérselo a trozos. Es de esperar que el pueblo libanés sepa que su única oportunidad para el futuro consiste en unirse ante la agresión (y convertir a Hizbolá en parte del ejército regular, bajo las leyes civiles estatales), y no permitir que los puentes materiales que ya empiezan a separarles se conviertan en puentes psicológicos. Esto va a empeorar mucho, lo dicen fuentes diplomáticas europeas muy fiables.

Familias escindidas, decía. Hombres y mujeres pendientes de cualquier televisión por si reconocen, entre los escombros de cada bombardeo, su lugar natal, aquel donde dejaron a su madre; o la casita que han ido haciéndose con sudores de esclavo para retirarse cuando puedan. Abed, maître del café Gemayze en la zona cristiana, se pasa las horas muertas pegado al televisor del mostrador, junto con otros compañeros. Él sufre por una vieja tía que se asusta por todo y a la que no puede localizar. Vivía con su mujer, su hija (recién licenciada en literatura francesa) y su hijo, en un piso adquirido con esfuerzo en el populoso y humilde barrio de Mreijeh, pegado al aeropuerto. Se han mudado un poco más lejos, a Chiah, que tal vez sea más segura porque allí viven también maronitas que antiguamente bajaron de las montañas. Pero yo no daría un duro, en este momento, ni siquiera por el barrio de Hamra, en el que vivo. Esto tiene toda la pinta de que Israel quiere repetir el acoso del verano del 82. Porque, si sólo quieren eliminar a Hizbulá, ¿por qué bombardea hospitales? ¿Qué daño les ha hecho el faro de Beirut? ¿A qué viene inutilizar el laborioso puerto, y el más chiquitín de Junieh, en el norte cristiano, cerca de la estatua de la Harisa, la virgen, y con el casino de juego y espectáculo al lado? Tienen hambre de Líbano. Y de Siria e Irán. Y sed de venganza. Hizbulá precipita las cosas.

Sigamos con Abed. Es un chií laico, que reza por dentro, carnal y emotivamente enamorado de su esposa de toda la vida. Una vez me sorprendió dándole una palmadita en el trasero en mi presencia, en la intimidad de su hogar. Abed sufre porque su esposa había recibido a sus tres hermanas, libanesas que emigraron a Senegal, y hacía tiempo que no se veían. Planeaban pasar el verano en familia, pero han tenido que marcharse al poco de llegar. Abed tiene a su primogénito, Ahmed, trabajando en el mismo café, en otro turno. Así puede pagarse una Universidad de poco prestigio, en la que esperaba ingresar este curso. Este incierto curso. En cuanto a Farida, la chica, da clases de francés para contribuir a la economía familiar. Ahora no tiene vecinas con ganas de saber idiomas, y eso le permite leer a Flaubert y Stendhal en lengua original.

Les estoy contando quiénes son las víctimas de esta guerra atroz. Gente que vive muy mal. Entre clase media-baja e infrabaja, trabajadores humildes. La mayoría de ellos, ahora mismo, no tienen para comer.

Hizbulá ayuda a los pobres. Esa es su estrategia. Cuando cobras 400 dólares al mes por doce horas de trabajo diario, tienes que elegir entre alimentar a tus hijos o enviarlos al colegio. Hizbulá tuvo la astucia de instalar dispensarios, dar trabajo y ofrecer escuelas. Más vale aprender el Corán que no saber nada. Más vale tener a buen recaudo a los niños sin escolarizar, en un lugar piadoso, antes de que vaguen por las calles o se pasen al pegamento. Por eso Hizbulá tiene tanta fuerza en el sur de la marginación y el abandono, que el tan (póstumamente: en vida era otra cosa) llorado presidente Rafic Hariri, ocultó construyendo las autopistas y los puentes elevados que han destruido los israelíes: no los sirios, ni los iraníes, ni tampoco Hizbulá.

De modo que abracé a Hanan y Ahlam, quedamos en vernos pronto, nos deseamos suerte. Cuando entraba en mi habitación sonó la primera bomba. Una más, entre las muchas que volvieron a caer sobre Harek Hreik y alrededores, ahora como represalia por los misiles recibidos en Haifa desde el sur de Líbano.


 

La escalada de violencia, al minuto

  • 15 de julio
  • El Mundo.es

20.30.- El primer ministro libanés pide un cese de las hostilidades.

19.40.- Israel ataca puertos en Beirut y en la ciudad norteña de Trípoli.

19.00.- Israel destruye la oficina de Hamas en Beirut.

16.00.- El cuartel general del jefe de la facción libanesa de Hizbulá, situado en el sur de Beirut, es destruido totalmente por los bombardeos israelíes, según la agencia oficial.

11.45.- Proyectiles israelíes impactan contra dos vehículos que evacuaban habitantes de la localidad libanesa de Shamad el Bayada, en el sur del país, y matan a 18 civiles, nueve de ellos niños. Aviones israelíes bombardean además un barrio chií de Beirut.

10.47.- Israel bombardea Masnaa en la frontera líbano-siria.

9.50.-La aviación israelí prosigue los bombardeos y alcanza las cercanías de ciudad norteña de Trípoli.

8.00.- Hizbulá reanuda los ataques con cohetes Katyusha contra distintas localidades del norte de Israel.

3.35.- El Ejército de Israel confirma la desaparición de cuatros de sus soldados tras el ataque de Hizbulá a uno de sus barcos.

3.00.-Hizbulá lanza otro ataque contra un barco israelí, pero erró el objetivo y alcanzó a una embarcación egipcia.

01.30.- El Gobierno sirio ofrece su "pleno apoyo" a sus aliados de Hizbulá y el Líbano contra los ataques de Israel.

Un país arrancado del mundo

Un país arrancado del mundo

Maruja Torres

El País, 16-07-2006 

Cuando esto acabe, voy a enmarcar tres documentos como recuerdo de los días y las noches de Beirut. Uno, la codiciadísima entrada que conseguí para asistir la noche del sábado, ayer para ustedes, al concierto de la diosa Fairuz en el festival de Baalbek (pospuesto indefinidamente). Dos, un folleto del Museo Nacional. Y tres, el billete de mi regreso a Barcelona, por Air France, previsto para el próximo día 21 y en absoluto realizable, por razones de bombardeos israelíes repetidos, del aeropuerto de Beirut, y de las rutas que a él conducen.

En realidad, debería enmarcar también el mensaje electrónico que Air France acaba de enviarme, amabilísimo, anunciándome que mi vuelo ha sido anulado. Mira tú.

Todos esos papeles, que antes representaban el cotidiano fluir de la vida en circunstancias normales, han devenido en objeto de culto porque son el símbolo, en papel, de algo muchísimo peor: la destrucción de una porción de Líbano por parte de una fuerza invasora que responde como un Goliath, armado con los últimos adelantos, a un David (Hezbolá) que hace lo que puede para aumentar su predominio en el país y el de Siria e Irán en la zona.

Esos papeles pertenecen a los días antiguos. En los de ahora hay lo que ustedes ya han visto por televisión y en las fotos de los diarios, y que me voy a ahorrar describir porque una imagen de personas que huyen del horror -hacia no saben qué otro horror-, arrastrando sus pertenencias, no sólo vale más que mil palabras. Es la insignia de nuestro tiempo: refugiados, desplazados, perseguidos.

Líbano ya pasó por esto, por demasiados estos y aquellos, y aquí en Beirut todos los que tienen edad para recordar, incluida esta reportera, sabemos que estamos abandonados a nuestra suerte, pero no solos. Pegadas a cada nuca se encuentran las sombras de la ruina y el dolor de nuestros ayeres. Y no podemos creer que en este pobre país lo peor esté sucediendo de nuevo. Un pobre país con una de las sociedades más vitales y una iniciativa privada de las más ingeniosas que conozco; frenadas, sin embargo, por la inoperancia de su clase política y por el exceso de sectarismo que marca a todos, del Gobierno y el Parlamento abajo.

El conflicto de la región levantina, de la que constituye un punto estratégico, es la guinda que corona el desastre. Líbano no tiene otro tesoro que su situación, su belleza, su gente y su agua, que mana de las montañas y brota de los manantiales subterráneos. Agua que, por cierto, cuando le apetece le roba Israel, saqueando el sureño río Litani, cuyos puentes también ha volado ahora el invasor.

Sólo horas antes de que los papeles de que hablo se convirtieran en parte de mi historia en esta historia, recibí la llamada de mi colega Tomás Alcoverro, de La Vanguardia, decano de los corresponsales en Oriente Próximo, acérrimo beirutí y tan hamriota -ciudadanos de Hamra, el barrio más apasionante de la ciudad- como quien esto firma. "Hezbolá ha secuestrado a dos soldados", me anunció. "Se te han acabado las vacaciones, porque se va a armar". Calculé, con esa absurda lógica que se impone cuando avistas un abismo, que, por poco que tardara la reacción israelí, me daba tiempo a visitar, una vez más, el Museo Nacional.

Les contaré por qué. Una razón personal: por el entonces llamado "paso del museo" corría yo como loca en la primavera del 89, para pasar de zona musulmana a zona cristiana y viceversa, en medio de los bombardeos entre sirios y las tropas del general Aoun. Y el edificio semidestruido del museo, con su estilo neofaraónico, seguía en su sitio, como un pilón de resistencia. Las extraordinarias antigüedades que cobija -todo Líbano es un vivero subterráneo de civilizaciones anteriores- se encontraban en el sótano, protegidas de la destrucción por baños de cemento que las habían convertido en bloques fantasmales. Igual que, en la Banque du Liban, se encontraban las reservas de oro, en sus cofres, con el director viviendo allá abajo, ejerciendo de vigía.

Por tanto, fui al reconstruido museo porque para mí constituye un monumento a la belleza y al orden y a la perseverancia. A la persistencia de la idea de que puede existir un mundo mejor: conservado, no derruido. Pero había otra razón: quería relativizar. Pasear lentamente desde la prehistoria hasta el siglo XVI. Llenarme de la Fenicia sometida a los persas, conquistada por Alejandro, descontrolada por los seléucidas, anexionada por Pompeyo, regalada por Marco Antonio a Cleopatra; del país árabe en que se convirtió 637 años después de Cristo, de su periodo bizantino, y de la conquista de los mamelucos. Este museo calienta el corazón y enfría la cabeza. Del mismo modo, las placas que otros ejércitos invasores de los dos siglos pasados dejaron en el Nahr el-Kelb, en las afueras de Beirut, hacia el norte, para conmemorar que estuvieron allí, y es la prueba palpable de que todos, lo digan o no las placas, tuvieron que irse. También se han ido otros conquistadores de tiempos más recientes, Israel especialmente. Esas señales en la agreste montaña forman parte en este momento del patrimonio más volátil, el que más se necesita. El de la esperanza. Tarde o temprano, acabarán yéndose.

Sin embargo, el presente viene mordiendo la yugular, y los hospitales rebosan de heridos, hasta el punto de que el ministro de Sanidad va a (o dice que va a) obligar a los hospitales privados y carísimos, que aquí rebosan y resultan inaccesibles, a atender al pueblo soberano.

Y anoche salí a dar una vuelta por Beirut. Previamente había estado en el café El Rawda, inocente merendero situado junto al mar que ahora cuenta con el inconveniente de hallarse cerca de los barrios chiitas en los que Hezbolá huronea e Israel bombardea. Las enormes terrazas, vacías. Cuatro clientes. Un par de camareros. Se notaba que tenían cargo, porque lo hacían fatal; los camareros de verdad, que son pobres, están escondidos en sus peligrosos suburbios, o han huido a las montañas.

Debajo, en las rocas, unos viejecitos en bañador, en mesas de cámping, jugaban al baggamon. Nos saludamos y nos dirigimos una patética V de victoria. Entonces retumbó un proyectil más al sur, en el mar, y luego sonó otro. En dos minutos estaba en el coche, camino del hotel, en donde me informaron de que Hezbolá había acertado a un barco israelí.

Salí a la noche beirutí y lo encontré todo cerrado, todo oscuro. Las dicharacheras discotecas, los bares de moda, los restaurantes refinados de Monnod y Gourad, las calles hace poco inundadas de jóvenes, parecían sepulturas. Cerca, la fatídica calle Damasco parecía recuperar su antiguo maleficio, del tiempo en que durante más de tres lustros dividió en dos la ciudad como un frente y también como un nido de ratas humanas armadas. Los boquetes que aún quedan en bastantes casas parecían, anoche, torvos anuncios de lo por venir.

Se hace muy cuesta arriba tanto dolor aquí y tanto cinismo internacional, ahí fuera. Ahí, en el mundo del que este país ha sido arrancado de cuajo.


 

La escalada de violencia, al minuto

La escalada de violencia, al minuto
Actualizado sábado 15/07/2006 17:42  
ELMUNDO.ES

 

  • 15 de julio

19.40.- Israel ataca puertos en Beirut y en la ciudad norteña de Trípoli.

19.00.- Israel destruye la oficina de Hamas en Beirut.

16.00.- El cuartel general del jefe de la facción libanesa de Hizbulá, situado en el sur de Beirut, es destruido totalmente por los bombardeos israelíes, según la agencia oficial.

11.45.- Proyectiles israelíes impactan contra dos vehículos que evacuaban habitantes de la localidad libanesa de Shamad el Bayada, en el sur del país, y matan a 18 civiles, nueve de ellos niños. Aviones israelíes bombardean además un barrio chií de Beirut.

10.47.- Israel bombardea Masnaa en la frontera líbano-siria.

9.50.-La aviación israelí prosigue los bombardeos y alcanza las cercanías de ciudad norteña de Trípoli.

8.00.- Hizbulá reanuda los ataques con cohetes Katyusha contra distintas localidades del norte de Israel.

La escalada de violencia minuto a minuto.

La escalada de violencia minuto a minuto.
Actualizado sábado 15/07/2006 06:47  
ELMUNDO.ES

 

  • 15 de julio

3.35.- El Ejército de Israel confirma la desaparición de cuatros de sus soldados tras el ataque de Hizbulá a uno de sus barcos.

3.00.-Hizbulá lanza otro ataque contra un barco israelí, pero erró el objetivo y alcanzó a una embarcación egipcia.

01.30.- El Gobierno sirio ofrece su "pleno apoyo" a sus aliados de Hizbulá y el Líbano contra los ataques de Israel.

Aquí estamos

"He salido a dar una vuelta por Beirut y he visto a la gente de siempre más triste que nunca"

MARUJA TORRES

 

Suelo elegir para ir de vacaciones las ciudades que más amo, y aquellas que temo no volver a ver. Mi repentina decisión de pasar unos días en Beirut se vio apoyada por este periódico con un estimulante consejo: "Haz un reportaje para agosto y cuenta cómo se pasa allí el verano". "Así fue como llegué a Beirut la primera vez, en 1987: para informar sobre la paradoja del verano libanés en guerra", respondí. Por entonces el verano era caliente -campos palestinos sitiados, coches bomba, secuestro de extranjeros-, y éste va a serlo de nuevo.

De modo que, 20 años después, estaba yo tomando el sol en la piscina del hotel St. George, pegada al lugar donde volaron al primer ministro Rafik Hariri, un pedazo de calle hoy convenientemente reasfaltado y cercado para guardar todos los secretos; un sitio piadosamente bautizado como Rafik Hariri Place. Hay que reconocer que en Beirut te ponen una calle cuando estás vivo y que, cuando te han asesinado, te ponen varias. Pocas horas después, Hezbolá montaba lo de los soldados israelíes, y el futuro ya será historia. Como el pasado. Desde el profundo lugar en donde le mantienen en coma, Ariel Sharon ve cumplidos sus designios. Destruir la resistencia palestina, jorobar a Líbano.

Una temporada turística que se prometía feliz, que ya empezaba a dar sus frutos -el lujoso Movenpick Hotel lleno de saudíes con bungalós que cuestan lo que un piso en Madrid-, los tenderos de Hamra frotándose las manos: "Dicen que vendrán millón y medio de visitantes". El cuento de la lechera que los beirutíes se cuentan para resistir la realidad se ha visto, una vez más, con el cántaro roto. Todavía con las emociones calientes del Mundial de Fútbol, que les había hecho sentirse ganadores, pues con astucia iban reemplazando banderas hasta hacerse con la del ganador.

Se rompió el cántaro. Mientras escribo esto, en mi hotel de toda la vida, Le Cavalier, la gente espera con las maletas hechas los autobuses que les llevarán a Damasco o a Ammán -las únicas vías expeditas, al menos en estos momentos-, desde donde tomarán un avión hacia sus países respectivos, o recuperarán la paz de sus hogares en Siria y Jordania. Hoy me han entrevistado para una televisión, cazándome en la calle: mujer extranjera sola que elige quedarse. Formaba parte de lo exótico del día.

He salido a dar una vuelta por los alrededores -conviene no acercarse a los barrios chiíes del sur de Beirut, más fácilmente bombardeables: y además, con sus excitados habitantes celebrando las hazañas de Hezbolá mediante tiros al aire o petardazos-, y he visto a la gente de siempre, más triste y desesperanzada que nunca. Ha vuelto. Se refieren a algo más que los israelíes. Se refieren a la incapacidad de sus políticos, a la inoperancia de un Gobierno que se reúne para decidir que no decide o para determinar -e incumplir- que no se insultarán mutuamente en público. Sólo la extrema gravedad de esta crisis les ha hecho juntarse en consejo de ministros... para realizar una declaración que es toda una demostración de esquizofrenia. El Gobierno se desentiende de aquello que hace un partido al que pertenecen algunos de sus ministros. Israel lo tiene fácil. Hezbolá y sus patrocinadores, también.

Pero es la gente la que sufre, la que teme. Y la que agradece que le compres los periódicos, como siempre. Que te intereses por su salud, como siempre. Que te tomes un par de cafés, en donde siempre. De nuevo los nombres de las tiendas, como en las otras guerras ocurría, me ponen un nudo en la garganta: La Vie en Rose, Dernier Crie. Hay una nueva, cuyo nombre, Princess Diane, más bien parece una maldición.

En el hotel, a mi lado, un matrimonio sirio y la tía materna me cuentan que se encuentran aquí para adquirir el traje de novia de su hija y sobrina. No se pueden ir: es carísimo, nada menos que de La Belle Mariée -recuerdo los escaparates rotos, con sus fantasmagóricos maniquíes vestidos de novia, en la Beirut sin luz de las otras guerras- y se lo entregan dentro de dos días. Hasta entonces, habrá que esperar. La chica, Nada, es preciosa. Se casa en un par de semanas. Inshallah.

De momento, en esta zona no se ha ido la luz, pero los generadores están siempre a punto. Y la letanía de los vendedores de cupones de Hamra resulta más certera que nunca: El Yom, El Yom, El Yom. Hoy. Hoy y sólo hoy. La suerte para hoy. Como dice Hassan, afanado en su restaurante: "No pienses. No pienses".

Es el mejor de los consejos. Aquí en Beirut tratamos de seguirlo todos.

EL PAÍS  -  Internacional - 14-07-2006