Glosas
Por JON JUARISTI
¿POR qué no se puede hablar de los judíos?, se pregunta un tal Berlanga en La Razón. Las preguntas estúpidas no buscan respuesta. Son formas de empezar y de encubrir. Exordios y eufemismos. El tal Berlanga no quiere preguntar nada, sino colarnos su opinión (sería excesivo atribuirle un pensamiento) disfrazada de visión del mundo. «¿Por qué no se puede hablar de los judíos?» significa: «¿Cómo que no se puede hablar mal de los judíos? Pasen y lean lo que pienso de esta cuestión». Pensar, lo que se dice pensar, el tal Berlanga, repito, no piensa nada. Shakespeare y Baroja hacen el gasto, Berlanga glosa. Los judíos, dice, se hacen las víctimas para matar más a gusto: esto es de Mein Kampf, Berlanga. No es tuyo, aunque opines lo mismo. Los judíos, dice, protestan todavía de que los expulsaran de la España de los Reyes Católicos y de la Alemania nazi. Opinión errónea, Berlanga. A los judíos no los expulsaron de la Alemania nazi. Los exterminaron. Que sí, Berlanga, ceporrillo. Entérate. No es cuestión de opiniones, como parece que le contestaban a la pobre Hannah Arendt en la posguerra alemana cuando hacía preguntas indiscretas y, al contrario que la tuya, inteligentes: ¿Por qué invadieron ustedes Polonia? No, mire usted, los polacos nos invadieron primero. Pero, oiga, eso no fue exactamente así. Cuestión de opiniones. El nazismo siempre pretendió ser cuestión de opiniones.
A mí me parece que las opiniones del tal Berlanga son perfectamente prescindibles. Me parece incluso que el tal Berlanga es perfectamente prescindible, no ya en La Razón (lo que cae de su peso), sino en la Historia y en la existencia en general. Pero no voy a ponerme a enmendar la plana al Eterno, que, si lo ha creado, algún motivo habrá tenido. Como judío, sé que hasta la más miserable de las criaturas cumple una función en el orden moral. Intuyo, por ejemplo, que Simancas existe para que Aguirre resplandezca. Encontrarle función y sentido a la existencia del tal Berlanga, para qué les voy a engañar, es mucho más difícil. Pero tenerla, seguro que la tiene. Quizá sólo fue creado para que yo escribiera este artículo. Todo un dispendio, una inversión excesiva del Rey del Universo, bendito sea su Nombre. Con lo que ha costado producir al tal Berlanga, cualquier ONG habría salvado de la extinción a varias tribus de la Amazonia o mantenido una red de orfanatos en los Urales. O los israelíes habrían convertido el Neguev en un bosque ártico. Vale, pero no eran esos los designios del Altísimo, que algún día espero conocer, porque me intrigan, y en este caso aún más: me desconciertan.
Ser judío en España no es fácil. No voy de víctima, entiéndase. Ahora bien, cuando te ponen alegremente el sambenito de verdugo, desconfía. Van a por ti. Llamar a los israelíes genocidas es apuntarse a los planes de Irán, que son los de Hitler ¿Cómo? Entonces, ¿no se puede llamar genocidas a los israelíes? Hombre, por poder, sí se puede, como lo demuestran Simancas, Berlanga y un largo etcétera, pero hay que saber dónde te colocas al hacerlo. Contra mí, para empezar, y a muerte. Una web islámica me acusa de estar preparando con otros sionistas el futuro holocausto de los musulmanes europeos. Tal como van las cosas, en efecto, no es imposible un nuevo holocausto en Europa. Pero no será el de los musulmanes, con el barril de crudo a ochenta dólares y la marea integrista inundándonos. Ni siquiera el de los judíos, porque no nos pillarán en otra, pero, si yo fuera cristiano, ya estaría tomando precauciones, lo digo en serio. En cuanto a la pornografía antisemita, pienso en nuestros niños judíos. En los compañeros de mi hijo, por ejemplo, en niños concretos. Y te juro, Berlanga, que ninguno de ellos terminará en un nuevo Auschwitz. O sea que ve tomando nota. Ya sabes dónde me tienes.
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