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el mundo fragmentado

Venecia, una ciudad en palabras

Venecia, una ciudad en palabras

Por Graciela Cutuli

El moro de Venecia, los celos, la tragedia. La silueta de una dama de Henry James. Las baldosas desparejas que pisa Marcel Proust. La sombra de la muerte de Thomas Mann. Hemingway frente a una cerveza y a sus papeles. Los ecos de Petrarca...

Es la magia de Venecia, la ciudad flotante, la maravilla de un mundo del pasado que se resiste a desaparecer. Un vínculo misterioso une a Venecia con la literatura universal: algo en la otrora poderosa ciudad subyuga a los hombres de letras y los atrapa con un abrazo que nace en los canales y termina en el cielo por donde se internan sus torres y campanarios.


Hay muchas maneras de recorrer Venecia, pero para quien quiera una manera más íntima, más esencial, un paseo literario será inolvidable. Un paseo por donde caminaron, vivieron y amaron personajes de papel y autores de carne y hueso, por lugares donde se dan la mano la vida y el arte.

 

Hablar de Venecia, desde luego, es hablar de Thomas Mann. Quienes hayan leído su “Muerte en Venecia” querrán ver el Lido, aquella zona residencial entre la ciudad y el mar que evoca la novela. Esta isla era uno de los lugares más amados también por los románticos ingleses, como Shelley y Lord Byron, siempre deseosos de buscar en Italia aquello que su país no les daba. Sol, sueños, aventura, un pasado glorioso... Con el tiempo, el Lido se transformó en un lugar de moda, frecuentado por la realeza europea y los personajes de moda: es precisamente la época de “Muerte en Venecia”, de aquel Von Aschenbach obediente al llamado oscuro de la belleza y de la muerte que emana de la ciudad de los canales. Aquí, en el Lido, se encuentra también el Hotel des Bains, donde Mann escribió la novela y donde Visconti ambientó la película.

Hubo otro inglés que cayó bajo el influjo de la ciudad. Henry James ambientó aquí parte de “Las alas de la paloma” y su corta novela “Los papeles de Aspern”, escrita en el Palazzo Barbaro, uno de los magníficos edificios que muestran su fachada sobre el Gran Canal. Su Venecia, como la de cada escritor, es una ciudad personal y propia, un escenario a la medida de Mlle.Bordereau y de Jeffrey Aspern, probablemente muy diferente de lo que fue realmente la ciudad a fines del siglo XIX. James también terminó en Venecia el “Retrato de una dama”, en la residencia que lleva el numero 4161 de la Riva degli Schiavoni, otro de los lugares imperdibles de la ciudad por su tradición libresca. Muy cerca de allí en la distancia, pero muy lejos en el tiempo, esta calle era también aquella donde vivió Petrarca durante su estadía veneciana.
La Riva degli Schiavoni recibe su nombre de los antiguos comerciantes dálmatas que pasaban por este lugar, siempre superpoblado de embarcaciones, y tiene el orgullo de albergar uno de los hoteles más conocidos del mundo: el Hotel Danieli, donde en 1630 se realizó la primera presentación de una ópera en Venecia. Los huéspedes del antiguo palazzo tienen nombres ilustres: Charles Dickens, Jean Cocteau, Richard Wagner, Claude Debussy, Honoré de Balzac, John Ruskin, Marcel Proust... Las guías turísticas no dejan de señalar que en este hotel, habitación número 10, vivieron su apasionado y escandaloso romance la novelista George Sand y el poeta Alfred de Musset: “Dans Venise la rouge/pas un bateau qui bouge/Pas un bateau dans l’eau/pas un falot...” (En la roja Venecia, ni un barco se mueve. Ni un barco en el agua, ni un farol...).

 

Hay una Venecia de piedra, de canales, de “carne y hueso”. Y hay una Venecia de palabras, de papel, de literatura. Tal vez nadie como Marcel Proust haya recorrido mejor el camino que hay entre una y otra. El autor de “En busca del tiempo perdido” estuvo sólo dos veces en Venecia, la ciudad de sus sueños de la infancia. De la primera vez, en la primavera de 1900, se conserva su conocida foto en el Lido: en esa oportunidad estaba acompañado por Reynaldo Hahn y su prima inglesa, Marie Nordlinger, gran admiradora de la obra de John Ruskin, y que entre el Florian y el Quadri ayudó a Proust con las traducciones del escritor inglés. El segundo viaje fue en octubre de aquel mismo año, esta vez solo. Será suficiente para hacer de Venecia una de las cuatro ciudades evocadas al principio de su larga novela: “Pasaba la mayor parte de la noche recordando nuestra vida anterior en Combray, en casa de mi abuela, en Balbec, en París, en Venecia...”. En el largo camino de recuperación del “tiempo perdido”, Venecia será al final de la obra la conjunción de la naturaleza y la cultura, de lo soñado y lo realizado, de la literatura y el arte.


Paradójicamente, en su larga historia Venecia tuvo muchas veces una imagen ambigua, un lado de pureza y un lado de corrupción simultáneos, como el reflejo de sus edificios en las aguas de los canales. Esta ciudad ambigua es también la de Ezra Pound, que había visitado Venecia tempranamente, a los 13 años, durante a un viaje a Europa con una tía en 1898. “Oh sol veneciano/tú que alimentaste mis venas/y ordenaste el curso de mi sangre/tú llamaste a mi alma/desde el fondo de lejanos abismos”... Para él Venecia era esencialmente aquella ciudad de piedras vistas a contraluz, de mármoles veteados, de piedra cincelada y de arte que había conocido en sus estadías: pero era también el sinónimo del comercio y la comercialización de ese arte, y por eso también de corrupción. Quienes vayan tras las huellas del poeta, no dejarán de visitar la isla cementerio de San Michele, donde fue enterrado Ezra Pound después de una vida llena de vicisitudes no siempre literarias.


Volviendo atrás en el tiempo, para encontrar fantásticas vicisitudes habrá que recordar también al seductor aventurero Casanova, nacido en una casa de la calle Malipiero, cerca de la iglesia San Samuele, donde hoy lo recuerda una placa. Tiempo después vivió en el Palacio Bragadin, en el barrio de Santa Marina, en la época en que vivió un secreto romance con una monja de un convento de Murano. Pero Venecia no sólo le reservaba placeres: el 25 de julio de 1755, Casanova es arrestado por “muy graves faltas, principalmente de ultraje público hacia la Santa Religión”, según reza en el registro de sus carceleros. Poco después de un año, Casanova se evade junto con otro prisionero y escapa en góndola, dando comienzo a su largo exilio. No volverá a su ciudad natal sino hasta 1774: es cuando vive en Barbaria delle Tole, una larga calle detrás de la iglesia de San Giovanni y San Paolo, en un modesto barrio de artesanos. Es su última dirección en Venecia, antes de volver a partir rumbo a otros destinos más acogedores de la Europa de su tiempo. Hoy día se pueden visitar las celdas de donde se escapó Casanova gracias a una visita guiada por los calabozos del Palacio Ducal, llamada “Itinerari segreti”.

El amor de los hombres de letras por Venecia parece no tener ni principio ni final. Seguir recorriendo la ciudad que los escritores amaron y, a veces, también odiaron, implica por lo menos pasar por la Casetta delle Rose, donde vivió Gabriele D’Annunzio en tiempos de la Segunda Guerra; por el magnífico Ca’Rezzonico, donde el escocés Robert Browning vivió en 1888; por el Palazzo Mocenigo donde se hospedó Lord Byron en 1818, por el imperdible Museo Goldoni (Palazzo Centrani, en la calle dei Nomboli) que reúne objetos de la historia de la Commedia dell’Arte. Pero tampoco se puede dejar de pasar por los célebres cafés Florian -donde gustaban ir Proust, Dickens y Lord Byron- y Quadri, además del más moderno Harry’s Bar, el preferido de Ernest Hemingway.

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