ENCUENTRO
Lo reconoció nada más verlo entrar en aquel bar. Se cruzaron sus miradas un segundo .Temió no ser reconocida. Se encontraba en esa difícil edad, cuando “de casi todo hace ya veinte años”.No era una metáfora literaria, hacía veintiún años que no se encontraban cara a cara.A lo largo de su vida Adela había tenido que echar mano de muchas cajas rusas Algunas tan bien guardadas, que casi había tenido que sepultarlas a la fuerza. Esta caja fue la primera, apenas recién cumplidos treinta años. Ni ella misma imaginaba semejante huracán de emociones. A lo largo de los años algún que otro momento de nostalgia, al amparo de una canción, de una película, de una experiencia vivida, pero siempre se trataba del recuerdo. Ahora Adela lo tenía delante, podía llamarlo, hablarle, abrazarle si él se dejaba.Con el corazón a mil, antes de que se alejara para siempre, se atrevió a pronunciar su nombre en voz alta. Antes de salir él se volvió y se fundieron ambos en un abrazo.El encuentro fue breve, él debía marcharse .Le pidió el teléfono y le dijo que la llamaría. Era un día de otoño lluvioso. Abandonó el bar y se dirigió a su casa llorando abrigada por su paraguas.No era pena, ni nostalgia, era recuperar por un momento su querida caja rusa sepultada., porque aquella caja rusa tuvo que sepultarla. Jamás se hizo añicos, ni se desgastó con el paso del tiempo, simplemente entendió que en aquel difícil momento de su vida, lo mejor era guardarla.El tenía veinte años .Empezaba a vivir y Adela decidió convertir aquella vivencia en su primera caja rusa. No imaginaba cuánto iba a conmoverla con el paso de los años.Desde que se atrevió a destaparla, grabó en su retina su cara y su mirada. En tantos años ni siquiera le había quedado el consuelo de una foto, para aquellos días de nostalgia.Se sorprendió buscando en el mercado de Internet “su música”. Toda aquella música que en veinte años le hacía sin proponérselo recordar su amada caja rusa sepultada. Inundó el teclado de lágrimas y dio las gracias al azar por aquel encuentro.Se moría de ganas de volverlo a ver, pero si él no la llamaba, de igual manera estaba agradecida por la oportunidad de aquel abrazo.Siempre supo cuánto sufrió ella. Cuál fue el precio de sepultar su primera amada .caja rusa.Nunca tuvo la oportunidad de saber cuánto habría sufrido él.Al menos con aquel encuentro le quedaría para siempre una mirada, un cálido abrazo y un haberse sentido recordada. La certeza de no resultar indiferente, de despertar afecto y arrancar ternura.A estas alturas de su vida, ese jueves de esa fecha el calendario le había hecho un precioso regalo.Sus arrugas, su celulitis, su cuerpo esculpido con el paso de los años, seguía siendo el mismo, pero ese encuentro le había proporcionado gratis una liposucción vital.Adela se encontraba en un momento dulce de su vida. Apenas algunos años antes había pasado por un agitado Tsunami No aprendía, no se cansaba, necesitaba alimentar su corazón más que su estómago y de aquella digestión salió mal parada, se quebró como el mármol y sufrió una larga convalecencia.Renunció a sentir, echó mano de la morfina de la indiferencia, del analgésico del miedo y se dio una larga tregua.El encuentro se produjo en su justo momento. Ya recuperadas sus heridas, lamidas a lo largo de años como la felina más constante, arañaba salvajemente si sentía invadido su territorio, incluso si se trataba de dulces recuerdos.En este momento de su vida se permitía sentir. Su patrimonio afectivo era rico. Poca familia ya, pero bien avenidos, unos pocos amigos del alma y bastantes amigas, conformaban su guardia pretoriana.No necesitaba desesperadamente un amor de hombre, un amante, un novio y mucho menos un marido. Convivía en buena armonía con la soledad de vivir sola, que no de estar sola, eran cosas muy diferentes.Ella también había conocido la soledad a dos, que es la peor de todas Aunque no era, nunca lo fue , una devoradora de hombres, su autoestima había llegado a ese plácido lugar donde confiesas que has vivido y que aún quedan ganas de disfrutar lo que ofrece el presente, sin hacer largos planes de futuro.Adela era cabezonamente agnóstica, en su juventud radicalmente atea. Justo el día anterior de este encuentro visitó una ermita, siempre lugar mágico, de un hermoso pueblo de la sierra. Depositó una velita, cual si fuese cubana, para alimentar que le fuera concedido un deseo, recuperar su ajetreado corazón, ya cansado de guardar tantas cajas rusas y permitirse dibujar a carboncillo una emoción fuerte, que actuase como antídoto a la mordedura de la indiferencia, de las corazas de acero protectoras, de los bozales propiciadores de lo conveniente y razonado. Isis se lo concedió.Adela se prometió volver a aquella ermita para dar las gracias, para contribuir al culto de no vaciar el sentimiento, de empaparse de la vida como en un tropical aguacero.Aún es otoño y Adela disfruta de la lluvia, que en su ciudad se convierte cuando cae en tormenta borrascosa acompañada por fuertes ráfagas de viento.Aún no ha llegado el invierno.Cuando el frío muerda en la piel protegerá su cara y abrigará su cuerpo con el calor desprendido por una vieja caja rusa destapada, su primera amada caja rusa y encenderá velas y varillas de incienso para iluminar la vivencia del recuerdo.
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