8 de enero
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Escribe Monterroso, siempre en ese terreno de nadie, y de todos, donde viven el relato y la biografía, terreno fértil como pocos en los escritores hispanos, que fue invitado a dar una conferencia en Italia y se dispuso, antes de leer el texto, a introducir al escaso auditorio sobre quién era él. Conforme avanzaba en los pequeños apuntes de su rápida autobiografía, el escritor se fue dando cuenta que apenas se conocía y los escasos detalles que recordaba y narraba al público no le servían ni a él mismo para definirse. ¿Pero quién era él? Aterrado, dio por finalizada la introducción autobiográfica y se dedicó a leer su conferencia, no sin un ligero temblor de voz que no le abandonó durante todo el acto.
Leo estos días a Céline, autor que cada día me gusta más por su fuerza y su trazo vital. Personaje repugnante en su vida real por su colaboración con los nazis y sus escritos antisemitas, escribe, en la medida que la vida le pone contra su propia biografía, sus mejores páginas literarias, llenas de libertad y fuerza vital, además de una estupenda prosa. Esta contradicción aparente, que se manifiesta en otros muchos escritores y artistas, nos deja ver con claridad que nada, o muy poco, tiene que ver la propia vida, la llamada experiencia, con la creación. ¿Tendría Céline datos suficientes y precisos para definir su vida ante un auditorio? Que sepamos, sólo los encontró en la literatura. Y en la desesperación.
Leo en alguna parte que se ha escrito una novela donde se narra la vida de un personaje a través de las partes de su cuerpo: brazos, manos, piernas, etc. ¿Nuestra biografía es sólo la puesta en escena que creemos recordar? ¿Dónde están todos nuestras partes, todos nuestros cuerpos, en cada uno de esos instantes? Como esas estrellas que vemos ahora pero que desaparecieron hace miles de años, nuestra biografía es ya sólo un recuerdo impreciso que necesita un relato para ser comentado. Somos, sólo, esa narración aparente. Y la narración siguiente.
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aunque el futuro está en la piel
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