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el mundo fragmentado

EL OLVIDO

EL OLVIDO

El único síntoma era un envolvente sudor frío acompañado siempre de una profunda sensación de vértigo. No recordaba la primera vez que debió echar mano de tal recurso ante la necesidad de dar respuesta a una pregunta inoportuna, ante una secreta confesión al oído de una complicidad no buscada, ante un arranque de sinceridad ajena no demandada. Hubiera preferido volar. No carecía de alas.

El viajero que ocupaba el asiento contiguo se limitó a musitar, “he olvidado en qué parada debo bajarme”. El libro comenzó a temblarle entre sus manos, un sabor amargo acompañado de una intensa salivación inundó su boca, ya notaba la espalda empapada adherida al asiento, los goterones se expandían lentamente atravesando los surcos de su cara enrojecida. Los asideros para los peatones de a pie iniciaron una danza macabra como en una ceremonia de budú.Levantó la vista, observó a aquel tipo y lo encontró mirando relajadamente por la ventana sin el menor atisbo de preocupación. Decidió no moverse en tanto no lo hiciera su acompañante. La voz irónica del conductor resonó en todo el vehículo como emitida desde un megáfono. ”Señores, final de trayecto”. Aquel tipo se incorporó y con extremada lentitud se dirigió a la puerta de bajada. Una vez en la calle con paso decidido, como quien sabe perfectamente a donde va, dobló la esquina y a los pocos metros se detuvo ante un ciber-café, cuyo único anfitrión era un joven latinoamericano con cara de pocos amigos y acumuladas horas de cansancio. El desconocido, como en un ritual que a todas luces le resultaba familiar, escribió en el buscador avanzado del Google “lugares perdidos”. En la pantalla asomó una nota. “No se encontró dicha página. Pruebe a introducir todos los datos”. El desconocido escribió “casas perdidas”. De nuevo la misma respuesta. ”Tal vez quiso decir cosas perdidas” Tras darle a intro una larga lista inundó la pantalla. Casi al final leyó: www.desempolvarmemoria.com. Pulsó el ratón. Tras permanecer ensimismado un buen rato, se levantó, pagó la consulta y el agua mineral, se caló el sombrero y musitó “hasta luego”.La curiosidad ante semejante espectáculo había mitigado por completo sus síntomas. Aquel tipo simplemente musitó. No le había demandado ayuda, incluso tenía que estarle agradecido. No recordaba ningún acontecimiento que hubiera suscitado de semejante forma su interés desde hacía tiempo.De nuevo en la calle con paso firme el desconocido cruzó el semáforo y tomó la dirección del parque que se divisaba en la manzana próxima. En el interior, se detuvo ante el estanque, contempló un buen rato los cisnes y enfiló una pequeña calle que le condujo a una glorieta, donde en animado silencio varias personas disfrutaban de la lectura proporcionada por ejemplares dispuestos sobre unos anaqueles de cerámica. Cuando tuvo entre sus manos “El laberinto en la otra esquina”tomó asiento al amparo de un magnolio.El también sacó su libro del bolso de mano y recuperó la página interrumpida. No lograba concentrarse. Era la primera vez que pisaba aquel barrio y aquel parque .El autobús jamás tenía otro destino que la parada más próxima a su casa .Había olvidado por completo lo que significaba dejarse llevar por un buen paseo.Al cabo de una hora el desconocido depositó el laberinto sobre el estante, contempló a modo de despedida el árbol que le había dado cobijo, tomó prestado un jazmín, de cuyo olor fue disfrutando hasta toparse con la salida del parque. En la esquina le esperaba de nuevo otro autobús.Atónito observó que tomaba el mismo número que la vez anterior, aunque en sentido inverso. Volvió a parapetarse en su libro tras volver a sentarse en el asiento contiguo al desconocido. A la siguiente parada éste de nuevo musitó: sería bueno que regresara algún otro día al parque. “Regresara”. ¿Hablaba el desconocido consigo mismo o se refería a él?. Aquello poco importaba en ese momento. Toda su atención se concentraba en contemplar el final de aquella historia. A mitad de trayecto el desconocido se dispuso a salir. En la parada preguntó a una joven ¿Queda lejos la calle sabiduría? Es la paralela a ésta, pero es larga, depende de la altura a la que Usted vaya. De nuevo musitó  “he olvidado la altura a la que voy, ya se verá”.Desde lejos lo divisó entrar en un portal tras llamar al portero electrónico.Se sorprendió a sí mismo musitando “he olvidado por completo que tenía cita en el ambulatorio. Mejor haber conocido aquel parque”.Tras inundar de objetos el perchero de entrada, el ritual parsimonioso de lavado de manos a fondo con el antibactericida de la cocina. Calentó en el microondas las verduras preparadas la noche anterior. Junto al vaso de agua medio lleno,  la fila de grageas convenidas para el almuerzo. Esa tarde en compañía del programa de la radio añoró a su vecino. Había olvidado lo que significaba “echar de menos”. 

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