4 de septiembre de 2006
Me pregunto si habrán vuelto ya todos los pobres y miserables de la tierra de sus veraneos. Si habrán conseguido encontrar sus perdidas casas, sus ausentes calles y el silencio cómplice de los amigos eternamente desaparecidos. Si al llegar, aunque ni ellos ni nosotros sepamos nunca a dónde llegan, habrán abierto sus maletas vacías y mostrado las postales del último lugar recordado. Seguro que entre los objetos de aseo habrá un cartel que ponga : no molesten, adquirido en las tiendas libres de piedad y decoro, que colgarán entre las alas de alguna paloma cercana, más acostumbrada que ellos a los lujos de los paseantes y los restos de comida sobre el asfalto.
La pobreza, y su ángel de miseria, es una estación de doce meses que carece de operación retorno y guardias civiles que vigilen su melancolía. Ahora he visto pasar a uno. Ahora mismo. Mirad, por ahí va. Acaba de llegar. Viene cargado de cuanto ha olvidado, de una memoria de instinto que escupe el filo triste de una navaja en cada suspiro y apenas nos reconoce. Acaba de ponerse su chaqueta de marinero en tierra y tirado su gorra sobre la arena del circo. Han saltado tres monedas como tres liebres.
Vivimos una vida sin red que sólo nos permite reconocerla cuando los héroes nos dejan mirarnos al espejo que ocultan en cada esquina. Y nos produce pánico verlos. Y vernos.
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itaca -