Vicente Verdú
VICENTE VERDÚ
No pocas mentes sensatas auguran, de vez en cuando, que el barril de petróleo alcanzará los 100 dólares. O más. Pero ¿por qué no los 500 o los 1.000 dólares? En este punto, el hombre se habrá emancipado obligadamente del crudo. O dicho de otro modo: cuando se registrara esta imaginada tesitura el ser humano sería radicalmente inducido a prescindir del producto. En ese mismo día y contra las tradicionales voces melancólicas nacerá una inesperada liberación de la especie humana y de la misma Naturaleza.
Así como el Movimiento de Liberación de la Mujer (MLM) ha venido creando, entre costes y sufrimientos, entre avances y retrocesos, la liberación sexual general -incluida la liberación masculina-, el fin del sometimiento al petróleo supondrá el fin de una subordinación secular, anclada en la oscuridad de la Tierra y unida a terribles periodos de catástrofes y deforestaciones.
La liberación respecto al petróleo, una vez descargados de otras graves servidumbres, representa el corte de otro importante cordón umbilical con la Naturaleza. Efectivamente, no podemos vivir sin La Naturaleza, como no es fácil tampoco vivir sin amor, pero sería grave ignorancia confundir la interrelación con la subordinación y la complicidad con la mansedumbre.
Los ecologistas piden respeto a la Naturaleza mimetizando las maneras de respeto a la Madre. El futuro, no obstante, fomentará el amor a la Naturaleza no en cuanto progenitora sino en cuanto amante. No se planteará entonces si abusamos o explotamos, si talamos o succionamos de ese cuerpo materno sin medida. El cuerpo reproducirá al de una amante liberada de la que vamos poco a poco liberándonos, según las pautas del MLM.
Las lubinas de que disponemos sin necesidad del mar, los tomates que rebosan en el mercado sin haber rozado jamás la tierra, los niños que nacen sin cumplir procedimientos carnales, los bovinos generados al margen de la copulación, los materiales de todo orden que no han sido paridos en las entrañas del monte o las medicinas que desde hace tiempo proceden no de las plantas (o sólo vienen de ellas a la manera sexy del amante), componen una nueva realidad al margen de lo natural, un nuevo paradigma civilizatorio que si el petróleo llegara a los 1.000 dólares se redondearía todavía más.
Tarde o temprano, en cualquier caso, estallará este particular apocalipsis mediante el cual la Madre Naturaleza será un viejo monumento y la naturaleza, en cuanto amante, será el movimiento moderno.
El proyecto Gran Simio y todos aquellos de igual inspiración forman parte de la misma tendencia que avanza hacia la liberación de la maternalidad natural. Un simio tiende a ser legalizado como sujeto de derechos humanos. De esta paradoja surge no sólo la humanización del animal sino también, simultáneamente, la disipación de lo salvaje y la consecuente sustitución de la Madre sagrada por la igualación laica. De este modo la interacción se facilita y se allana el escalón natural.
El miedo al petróleo caro o carísimo, como la veneración del oro y la devoción al mar, exponen clases equivalentes de atavismo. Igualmente, en la decadencia de la actual civilización, la mitología del agujero de ozono, el pavor al deshielo de los polos o el terror al recalentamiento del planeta reproducen, a través de su común componente térmico, el pánico sufrido en el medievo ante las fiebres devastadoras de las epidemias.
Ahora el petróleo es como el falo. La probable conclusión de su dominio hace posible imaginar el establecimiento gradual de una escena donde, como en los diseños más benéficos del paraíso, naturaleza y seres humanos retozan y duermen juntos, se aman y se enlazan sin dolor ni temor. Más bien la próxima liberación del ser humano respecto a la Naturaleza coincide con la transformación del hombre en una suerte de mujer, todavía inédita. Una figura en formación, donde, por otra parte, la mayoría de las fantasías más dulces de la historia creían ver culminada la síntesis felicísima del mundo. El amante sin término.
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