7 de abril de 2006
VICENTE VERDÚ
El crecimiento se apoya actualmente en tres pilares: Tecnología, Talento y Tolerancia. Estas tres Tes que enunció Richard Florida en The Flight of the Creative Class (HarperCollins, 2005) han cuajado, aquí y allá, como fórmula contemporánea para el progreso. Ni la amenaza de la deslocalización industrial, ni el outsourcing de numerosos servicios son comparables al pavor que está sembrando en Estados Unidos la emergencia de nuevos centros creativos más allá de sus lindes.
Efectivamente, Estados Unidos llegó al primer puesto mundial por la reunión de factores geopolíticos y religiosos, ideológicos y materiales pero un motor central de su desarrollo y de su influencia cultural procede del apretado grupo de creadores e innovadores, tanto autóctonos como de importación europea.
La alarma pues más viva en el universo productivo norteamericano radica hoy en la emergencia de "ciudades inteligentes" o "comunidades creativas" desde Noruega a Singapur, desde Bombay a Dubai, que atraen la potencia de profesionales-artistas antes casi exclusivamente orientados hacia su territorio. Son éstas gentes relacionadas con la tecnología y las comunicaciones, con las estrategias de marketing y el mundo del espectáculo pero todos imbuidos de una capacidad creadora.
Además de los varios millones de puestos de trabajo industrial que han emigrado desde Occidente a zonas de Asia o Latinoamérica en estos años, hasta veinte millones de empleos más pueden desaparecer en una década, según las previsiones realizadas en Estados Unidos. ¿Cierre a la producción exterior? ¿Proteccionismo ante las mercancías y los servicios provenientes de Brasil, China o India? La única forma de contrarrestar este movimiento consistiría en favorecer tanto el talante creador como la cohesión y conectividad social a través de las prestaciones que brindan las nuevas tecnologías.
España acaba de descender dos puestos en el ranking tecnológico internacional y no se trata tan sólo de un descenso en medios técnicos. También significa un grado de ignorancia más sobre el futuro social y político del mundo. Singapur desarrolla desde hace años su Intelligent Island Plan, Japón invierte sin cesar en su programa interurbano llamado Teletopía. California extiende, desde 1996, su proyecto de Comunidades Inteligentes (Smart Communities). En España -como en Francia o Italia- se han ensayado con timidez procesos que todavía son rarezas. El Talento es un factor de primera necesidad pero se malbarata sin la Tecnología apropiada.
Es necesario, además, el concurso de la tercera T, la Tolerancia, que viene a ser lo más sugestivo del triángulo. Gracias a la tolerancia, sobre usos, credos o fantasías divergentes, se favorecen síntesis insólitas, conocimientos que florecen sobre el contraste puesto que la diferencia es el filón de la información y la materia prima del conocimiento. Más allá de una categoría moral, la Tolerancia es un factor productivo y reproductivo, de modo que si el cruce de saberes creó el salto renacentista, esta época de mestizaje podría recobrar los provechos artísticos de las mixturas.
Significativamente, entre los países que han prosperado mejor en los últimos 15 años destacan aquellos que mantuvieron o introdujeron programas educativos con contenidos artísticos. El énfasis en las enseñanzas técnicas sin el acompañamiento de una formación en humanidades se ha revelado un malísimo negocio para todos. Aprendida esta lección, el Sithx College de la Universidad de California en San Diego, referencia en la formación vanguardista para el siglo XXI, ha apuntalado las horas destinadas a asignaturas de cultura universal tanto como las dedicadas a las nuevas tecnologías. La tozuda idea de que la economía y las humanidades, el arte y la técnica, son antagonistas se colapsa en la actual sociedad del conocimiento y de la innovación sin fin. ¿Artistas todos? Cualquiera puede aspirar a ser ciudadano-artista. Sólo los artistas -y no los funcionarios, no los fanáticos- encontrarán garantizado el porvenir.
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