LOS AMANTES DEL CÍRCULO POLAR
Las malas lenguas decían que estaba loco. Su mirada era fija e inexpresiva. Nadie le conocía relación sentimental alguna. Siempre vivía solo. Sus vecinos lo consideraban un hombre educado y jamás dio un escándalo Caminaba lentamente como quien va a ningún sitio y no tiene a nadie que le espere. No tenía oficio conocido, pero sobrevivía dignamente en un piso de renta antigua, en un barrio con solera rehabilitado en los últimos años. Su única rutina conocida era acudir diariamente al parque para dar de comer a las palomas.
La señora Smith en el otro extremo de la ciudad regentaba un pequeño negocio de numismática. Comenzó a notar que cada día sobre el saliente de la ventana de su escaparate se posaba una paloma. Tardó semanas en percatarse que llevaban algo adherido a sus patas. Descubrió que alguien la invitaba a intercambiar poemas por sellos. No tenía tiempo para entretenerse con semejantes sandeces. Además de atender el negocio debía cuidar a su marido imposibilitado desde hacía años, no estaba para poesías.
Un día observó que una paloma llevaba en su pata un sello vendido por ella hacía tiempo. Aquel loco podía conocerla, saber dónde encontrarla. Sintió miedo. Durante semanas se mantuvo a distancia, pero el miedo comenzó a transformarse en curiosidad, ni un solo día aquellas condenadas dejaban de posarse en su escaparate. Armada de valor se acercó, tomó el escrito y rápidamente se adentró en la tienda, guardó aquella locura en su bolsillo y durante todo el día se sintió inquieta. Por la noche, tras acostar a su marido, se sentó en la butaca de la sala de estar, con las manos temblorosas leyó: “Me siento tan solo como tú” Jamás nadie había osado echarle en cara su soledad.
Por la mañana tras el mostrador esperó la llegada de aquellas mensajeras, pero sorprendentemente ese día no acudieron, ni al día siguiente, ni al otro, así durante una semana. Su curiosidad se transformó en tristeza. Cómo había podido entrar en semejante juego. Algún desaprensivo estaba burlándose de ella. Un día poco antes de cerrar llegó otra de aquellas envenenadas, no llevaba nada en sus patas, pero sí en su pico. Entró de nuevo en el juego y leyó el mensaje:”Tengo tanta tristeza como tú”. No daba crédito quién era aquel sujeto que tan bien parecía conocerla. Nunca había sido infiel a su marido, con los clientes no se había permitido la más mínima confianza, ni siquiera había tenido un amor de juventud, se conocieron con trece años.
La verdad es que no se había atrevido en su vida a llevar la iniciativa en nada, siempre a remolque de lo que el destino le había deparado. ¿Por qué cambiar de comportamiento ahora? Se sentó tranquilamente, tomó un álbum de sellos en sus manos y con impaciencia se dedicó a buscar entre ellos el más adecuado. Eligió uno donde quedaba estampado un paisaje de la Antártida.
En el parque aquel loco cambió el sello por un poema titulado:”Los amantes del Círculo Polar”.
Desde entonces el señor Stone y la señora Smith no se fallaron el uno al otro ni un solo día. A cambio de un sello ella diariamente recibía un poema. Supo así cómo un lejano día que él entró en su tienda se prendó de ella, cómo él sabía que aunque lo intentase, ella no se permitiría la más mínima licencia. No cambiaron sus rutinas. Nadie se percató del cambio operado en sus vidas. El acudía diariamente al parque igual que siempre. Ella regentaba el negocio familiar y atendía a su marido.
Los vecinos siguieron pensando que el señor Stone era un loco solitario, un maníaco obsesivo de las palomas, un incapaz de trascender de sí mismo.
El señor Stone tras una visita rutinaria al médico fue consciente que podía darse el caso que en algún momento no pudiera seguir acudiendo al parque. Decidió echar mano de su vecina la señora Brian a la que rogó encarecidamente que en caso de su fallecimiento remitiese aquel sobre que le entregaba.
La señora Smith, ajena a todo, un mal día recibió dicha carta. Así supo que él ya no acudiría más al parque y que le rogaba dirigirse a la consigna de la estación cercana a su casa para recoger un paquete remitido a su nombre. En él encontró todos los sellos enviados por ella durante años, una moneda de oro antigua de importante valor y una relación de libros de los que había extraído muchos de sus poemas. Además el señor Stone le hacía un ruego:”En tanto acudan palomas mensajeras no pierdas nuestra costumbre”. La señora Smith en tanto acudieron palomas mensajeras no dejó ni un solo día de enviar sellos. Entendió que para seguir sobreviviendo debía poco a poco de hacerse con aquellos libros y elegir ella sola su poema diario. A base de leer entendió que ella misma podía escribir poemas para transmitirle sus sentimientos al señor Smith, dondequiera que estuviese.
La señora Smith atendió a su marido hasta el final. Le sobrevivió diez años durante los cuales no dejó ni un solo día de escribir poemas. En su testamento indicaba que sus cenizas las depositaran en aquel parque. El día que la enterraron sus hijos observaron asombrados cómo justo en aquel lugar se concentraron decenas de palomas sin levantar el más mínimo alboroto.
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Zoemar -