Lo siento muchísimo
Félix De Azúa // Escritor
Es desolador polemizar en público con un amigo, por lo cual avanzo que, a pesar de lo que ustedes van a leer, me sigo sintiendo amigo personal de Pasqual Maragall, si él me lo permite. Sin embargo, su escrito del 21 de septiembre en defensa de Montilla es demasiado interesante como para dejarlo pasar.
La nota, escrita sin duda con muy buena voluntad y contra lo peor del nacionalismo catalán, es un certificado de pureza de sangre ("Pepe, eres más catalán que muchos que se creen catalanes de pura cepa") expedido por alguien capacitado para ello. El bautizo está guiado por la mejor intención, pero es inaceptable. En un país libre nadie debe demostrar nada sobre su nacionalidad. El argumento no puede ser: "Tú no eres judío, Pepe, sino alemán, a pesar de lo que dicen quienes creen ser alemanes de pura sangre". El argumento tendría que haber sido: "Aquellos que separan a los judíos de los alemanes son fascistas". Solo durante el peronismo tenían los argentinos que demostrar que eran (buenos) argentinos.
El mayor peligro de la partitocracia catalana es que su nacionalismo la ha ido empujando hacia posiciones cada vez más derechistas, como a todos los partidos nacionalistas europeos. No es un consuelo, ni mucho menos una justificación, decir que también el PP se inclina hacia la extrema derecha. Es muy peligroso que los socialistas usen argumentos nacionalistas, porque dejan a una inmensa parte de la población catalana fuera del Parlament. Por eso no llegaron ni al 50% en la votación del Estatut. Y veremos si logran recuperar algo en las próximas elecciones.
La definición que aparece en la nota de Maragall ("Tienes el carácter catalán") pertenece a la antropología romántica, cuando había gente que creía en "el carácter inglés" o "el carácter eslavo". Muchas veces he dicho que el nacionalismo catalán y el vasco no son sino adaptaciones del discurso español sobre "el carácter ibérico". He aquí un ejemplo. Dice Maragall que Montilla tiene "carácter catalán" por lo siguiente: "No hablas por hablar, no usas palabras innecesarias, no hablas a tontas y a locas". De lo cual parece desprenderse que los no-catalanes son unos charlatanes tontilocos. Como rasgo de carácter es un invento, y lo comprobará cualquiera que mire de vez en cuando TV-3 o que en el bar caiga cerca de una mesa de culés. Pero como creencia es delirante.
LA SEGUNDA parte de la definición es curiosa: "Eres riguroso, eres serio, eres auténtico". Viene a ser lo que Maeztu decía de los extremeños y pertenece al mito del catalán como viajante de comercio del que te puedes fiar. Esa época ya pasó y hoy no se puede uno fiar ni de internet. En este momento lo único serio, riguroso y auténtico que queda en Catalunya es Sancho Dávila.
La tercera parte empieza a ser inquietante: "No escondes la verdad, no haces pactos extraños, no buscas la foto, buscas resultados". Esto es seguramente cierto de Montilla, pero resulta inaplicable a los dirigentes de CiU y ERC, con lo que uno sospecha que la intención de Maragall es negar que Mas, Puig o Carod son catalanes, lo que me alegraría muchísimo; y por ahí habría que empezar, por hacerles ver a quienes se creen catalanes cuánto se parecen a los nacionalistas maños y maragatos.
Pero en la conclusión regresamos a Terra Mítica: "Eres catalán por convicción. Te has ganado el serlo". He aquí la raíz misma del nacionalismo, su inconfundible origen religioso. Uno no es catalán si vive y trabaja en Catalunya, sino que tiene que ganárselo. Y para eso están los curas, para decirle a cada cual si se ha ganado o no el paraíso, lo que viene a ser un puesto de trabajo. Como decía José Antonio: "Ser catalán es una de las cosas más serias que se pueden ser en este mundo". La nefasta influencia del conservadurismo bávaro de Pujol ha penetrado en el alma socialista y han germinado flores del mal.
Porque este retrato del carácter catalán es incompatible con el socialismo y más perverso que el modelo convergente, el cual solo es la continuación del catolicismo y los negocios del franquismo, dirigido por un grupo de presión muy conservador y algo provinciano, perfectamente adecuado para mandar en una región acomodaticia.
Y este es el drama: en la definición de Maragall no hay ningún rasgo atractivo. No se dice que los catalanes sean abiertos, educados, cosmopolitas, emprendedores, simpáticos, audaces, acogedores, sin complejos de inferioridad, instruidos, divertidos, viajeros, prácticos, investigadores, curiosos, yo qué sé, algo que pertenezca al presente. En esa definición nacional, los catalanes aparecen como pequeños comerciantes, sobrios y trabajadores, modelo 1962. El ideal de la Ferrusola, de Heribert Barrera, del empresario franquista catalanista, de Laín Entralgo, del Avui...
Esta visión raquítica del "carácter catalán" es la que ha hundido la posibilidad de un cambio real en la política catalana, su auténtica modernización, la aceptación de su población real, el fin de los ideólogos, la denuncia del clientelismo y la omertà mediterránea. El fracaso del tripartito no parece haberles enseñado nada, y queda poco para el 1-N. Como no espabilen...
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