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el mundo fragmentado

12 de agosto de 2006

12 de agosto de 2006

A Cándida Outes, de 65 años, le faltan casi todos los dientes pero le sobra energía. Tanta, que sus vecinos han de detenerla casi a la fuerza para evitar que se lance al monte a merendarse las llamas. Asida a una rama de roble que maneja con pasmosa facilidad, Cándida está enfadada. Quiere impedir a toda costa que el fuego cruce el camino y llegue, montaña abajo, a la aldea de Suarriba, en Fisterra: "Hay que ir a por él", grita mientras los demás trasladan a duras penas una manguera de plástico que pierde agua por doquier.

"Estamos fuertes porque somos de campo. Los viejos de ciudad sólo se dedican a jugar al bingo, y así están", dice esta mujer, que aún tiene ganas de sonreír tras dos días de trabajo y tensión.

 

 

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