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el mundo fragmentado

La hija de guardia civil que no osaba confesarlo

La hija de guardia civil que no osaba confesarlo IVAN TUBAU 

Quiet days in Lovelyland. Catalán libre: Bellaterra. En estos días sosegados, los más largos y hermosos del año, cuando el verano ya amaga -el que avisa no es traidor- con ser cruel como suele por estas latitudes, no hay clases. Quedan solo las evaluaciones, lo único que parece importarles a quienes administran guarderías, institutos y universidades. Y a bastantes de los estabulados, para qué nos vamos a engañar.

Como mi facultad tiene nota de corte alta, hay más chicas: siete por cada tres chicos. Casi la misma proporción que en la sandez estatutaria: tres que dicen sí por siete que dicen no o piensan ja us ho fareu. Recibo en mi despacho a quienes quieren venir, persona por persona primero y por equipos de tres después, para ir viendo y comentando juntos lo que han hecho a lo largo del curso. Por ejemplo, el trabajo del primer día: cómo es mi familia, qué me gusta y qué no, por qué he venido a esta facultad, qué cosas he preferido en ella y cuáles he odiado, por qué he elegido esta asignatura.

 

Si hay que creer lo que dicen, todas son de clase media: la hija del constructor de barrios enteros, la del portero, la de la asistenta. Una, no obstante, en principio parece acertar: en su papela indica la condición laboral de papá y mamá: «funcionaris».Intento afinar un poco más, pues funcionarios pueden ser un bedel y un subdirector general: «La meva mare es mestra.» «¿I el teu pare?» Larga pausa. Después: «No m'agrada dir-ho.» He iniciado mis cogitaciones acerca de qué ominosas actividades puede recubrir la condición funcionarial del padre, cuando ella se decide bruscamente, como quien atraviesa la vía mientras se acerca un tren y sea lo que Dios quiera: «Es guàrdia civil.»

 

A partir de ahí ya viene todo. De golpe, atropelladamente. Ha dejado de ser una confesión para convertirse en proclama: sus padres son de fuera pero ella ha sido escolarizada en catalán desde el principio, se siente nacionalista de piedra picada, vota a ERC, su padre le habla en castellano pero ella le contesta en catalán, él no es mala persona pero a ella le da verguüenza decir que es guardia civil. Pregunto: «¿Vergonya o por?» Responde: «Vergonya [pausa] ...i por.»

 

Este es el país que hemos hecho. Por acción o por omisión. O el que nos han hecho. O el que nos hemos dejado hacer. El que nos estamos dejando hacer día a día. Lo de menos es que un catalán de cada tres haya dicho sí al nuevo Estatut. En estos aspectos La Cosa se limita a legalizar lo que los nacionalistas catalanes llevan siglo y medio infiltrando arteramente, subrepticiamente, empecinadamente en la vida real de la gente a través de lo que ellos llaman la sociedad civil.

 

Lo más grave no es -siéndolo mucho- que, por ejemplo, el catalán se convierta absurdamente en la única lengua normal de una escuela donde niños y maestras tienen como propia la castellana o española, de Badajoz o de Lima. Lo más grave es que todo eso lo presida el fanatismo y lo hagan posible el miedo y la vergüenza.

   

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