Viva la catástrofe
Si lo piensas, lo normal debería ser el caos. Quiere decirse que hay pocos cortocircuitos en relación al número de enchufes. Y pocas explosiones de gas en relación al número de bombonas. Hay pocos ictus en relación al número de cerebros y pocos infartos en relación al número de corazones. Hay pocas úlceras en relación al número de estómagos y pocos esguinces en relación al número de músculos. Hay poca ceguera en relación al número de ojos y pocas peritonitis en relación al número de peritoneos.
Lo normal es que hubiera más accidentes de automóvil y más inundaciones y más disgustos familiares y más suspensos en Lengua y Literatura. Lo normal es que el microondas estallara de vez en cuando y que el secador diera calambre. Son tantas las cosas que tienen que funcionar al mismo tiempo para sacar adelante la civilización occidental que parece mentira que no fallen ni los semáforos ni el camión de la basura ni el alumbrado público... Parece mentira que el cura esté en su confesionario, el camarero en su bar, el juez en su audiencia, el periodista en su periódico... Resulta increíble que los grifos funcionen, que las cartas lleguen, que la radio se oiga, que los niños nazcan, que los ancianos mueran, que los pájaros vuelen, que los gatos maúllen, que los enamorados sufran, que las esquelas se impriman.
Es tan frágil, en el fondo, el equilibrio del mundo que me extraña no recibir una carta en la que se me comunique que a partir de mañana queda suspendida la sucesión de los días y las noches, excepto para aquellos que puedan pagársela. Por algún milagro (el mismo que evita la proliferación de úlceras o de trombosis), los fenómenos naturales son gratis todavía. Llueve lo mismo para mí que para Bill Gates. La realidad, increíblemente, continúa sin codificar, pese a los beneficios que produciría su privatización. Y no salgan ahora con aquello de que la realidad, como el fútbol, es un asunto de interés general porque no es cierto.
Viene todo esto a cuento de lo difícil que es que entre el balón en la portería del contrario, o en la propia. Dice Martín Girard que un gol es un accidente porque han de coincidir un montón de cosas para que suceda. Y ya hemos visto lo raros que son los accidentes. Tiene, pues, tanto mérito ganar como perder, pero, no nos equivoquemos, gana el que gana. Y las cosas han quedado como sigue: Sí, 73,90%; no, 20,76; blancos, 5,34. ¿De qué hablamos, si no, cuando hablamos de fútbol?
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