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el mundo fragmentado

29 de Mayo de 2006

29 de Mayo de 2006

Premio colectivo para un gran reparto.

Tres generaciones de mujeres sobreviven al viento solano, al fuego, a la locura, a la superstición e incluso a la muerte a base de bondad, mentiras y una vitalidad sin límites.


Ellas son Raimunda (Penélope Cruz) casada con un obrero en paro y una hija adolescente (Yohana Cobo). Sole (Lola Dueñas), su hermana, se gana la vida como peluquera. Y la madre de ambas, muerta en un incendio, junto a su marido (Carmen Maura). Este personaje se aparece primero a su hermana (Chus Lampreave) y después a Sole, aunque con quien dejó importantes asuntos pendientes fue con Raimunda y con su vecina del pueblo, Agustina (Blanca Portillo).


Almodóvar:

" Volver" no es una comedia surrealista, aunque en ocasiones lo parezca. Vivos y muertos conviven sin estridencias, provocando situaciones hilarantes o de una emoción intensa y genuina. Es una película sobre la cultura de la muerte en mi Mancha natal. Mis paisanos la viven con una naturalidad admirable. El modo en que los muertos continúan presentes en sus vidas, la riqueza y humanidad de sus ritos hace que los muertos no mueran nunca.
“Volver” destruye los tópicos de la España negra y propone una España tan real como opuesta. Una España blanca, espontánea, divertida, intrépida, solidaria y justa.

RODAJE.

Lo más difícil de “Volver” ha sido escribir su sinopsis.
Mis películas cada vez son más difíciles de contar y de resumir en pocas líneas. Afortunadamente esta dificultad no se ha reflejado en el trabajo de los actores, ni del resto del equipo. El rodaje de Volver ha ido como la seda.
Supongo que lo he disfrutado más porque el último (“La mala educación”) fue un absoluto infierno. Me había olvidado de que lo que era rodar sin tener la sensación de estar continuamente al borde del abismo. Esto no significa que “Volver” sea mejor que mi anterior película, (de hecho estoy muy orgulloso de haber rodado “La mala educación”) sólo que esta vez he sufrido menos. De hecho, no he sufrido nada.

De todos modos, “La mala educación” me confirmó algo esencial (que ya había descubierto antes, en Matador y Carne Trémula): que no hay que tirar nunca la toalla. Aunque estés convencido de que tu trabajo sea un desastre hay que seguir luchando por cada plano, cada repetición, cada mirada, casa silencio, cada lágrima. No hay que perder un ápice de entusiasmo aunque uno esté desesperado. El paso del tiempo te da otra perspectiva y a veces las cosas no eran tan malas como uno creía.

CONFESIÓN.

“Volver” es un título que incluye varias vueltas, para mí. He vuelto, un poco más, a la comedia. He vuelto al universo femenino, a La Mancha (sin duda es mi película más estrictamente manchega, el lenguaje, las costumbres, los patios, la sobriedad de las fachadas, las calles empedradas). He vuelto a trabajar con Carmen Maura (hace diecisiete años que no lo hacíamos), con Penélope Cruz, Lola Dueñas y Chus Lampreave. He vuelto a la maternidad, como origen de la vida y de la ficción. Y naturalmente, he vuelto a mi madre. Volver a La Mancha es siempre volver al seno materno.
Durante la escritura del guión y el rodaje mi madre ha estado siempre presente y muy cerca. No sé si la película es buena (no soy yo quién debe decirlo), pero sí estoy seguro de que me ha sentado muy bien hacerla.
Tengo la impresión, y espero que no sea un sentimiento pasajero, de que he conseguido encajar una pieza, (cuyo desajuste, a lo largo de mi vida me ha provocado mucho dolor y mucha ansiedad, diría incluso que en los últimos años había deteriorado mi existencia, dramatizándola más de la cuenta). La pieza a la que me refiero es “la muerte” (no sólo la mía y la de mis seres queridos) sino la desaparición implacable de todo lo que está vivo. Nunca lo he aceptado, ni lo he entendido. Y eso te pone en una situación angustiosa ante el cada vez más rápido paso del tiempo.

La principal vuelta de “Volver” es la del fantasma de una madre, que se aparece a sus hijas. En mi pueblo estas cosas pasan, (me he criado oyendo historias de aparecidos), sin embargo yo no creo en las apariciones. Sólo cuando le ocurren a los demás, o cuando ocurren en la ficción. Y esta ficción, la de mi película (y aquí viene mi confesión) ha provocado en mí una serenidad como hace tiempo no sentía (realmente, serenidad es un término cuyo significado es un misterio para mí).
En los años que llevo de vida, nunca he sido una persona serena, (ni me ha importado lo más mínimo) mi innata inquietud junto a una galopante insatisfacción me han servido generalmente de estímulo. Ha sido en los últimos años, en los que mi vida se ha ido deteriorando, consumida por una terrible ansiedad. Y eso no era bueno ni para vivir, ni para trabajar. Para dirigir una película es más importante tener paciencia que talento. Y yo, hace tiempo que había perdido toda la paciencia, en especial, para con las cosas triviales que son las que más paciencia demandan. Esto no quiere decir que me haya vuelto menos perfeccionista o más complaciente, en absoluto. Pero creo que con Volver he recuperado parte de la “paciencia”, palabra que naturalmente entraña muchas otras cosas.
Tengo la impresión de que, a través de esta película, he pasado un duelo que necesitaba, un duelo indoloro (como el del personaje de la Vecina Agustina). He llenado un vacío, me he despedido de algo (¿mi juventud?) que aún no había despedido y necesitaba hacerlo, no sé. No hay nada paranormal en todo esto. No se me ha aparecido mi madre, aunque como he dicho he sentido su presencia más cerca que nunca.
Volver es un homenaje a los ritos sociales que viven las gentes de mi pueblo en relación con la muerte y con los muertos. Los muertos no mueren nunca. Siempre he admirado y envidiado la naturalidad con que mis paisanos hablan de los muertos, cultivan su memoria y asisten sus tumbas perennemente. Como en la película, el personaje de Agustina, muchos de ellos cuidan su propia tumba durante años, en vida. Tengo la optimista sensación de que me he impregnado de todo esto, y algo se me ha pegado.
Nunca acepté la muerte, nunca la he entendido (ya lo he dicho). Por primera vez, creo que puedo mirarla sin miedo, aunque siga sin entenderla ni aceptarla. Empiezo a hacerme a la idea de que existe.
A pesar de mi condición de no creyente, he intentado traer al personaje (de Carmen Maura) del más allá. Y la he hecho hablar del cielo, el infierno y del purgatorio. Y, no soy el primero en descubrirlo, el más allá está aquí. El más allá está en el más acá. El infierno, el cielo o el purgatorio somos nosotros, están dentro de nosotros, ya lo dijo Sartre mejor que yo.

EL RÍO.

Los recuerdos más alegres de mi infancia están relacionados con el río.
Mi madre me llevaba con ella cuando iba a lavar porque era muy pequeño y no tenía con quién dejarme. Siempre había varias mujeres lavando y tendiendo la ropa sobre la hierba. Yo me situaba cerca de mi madre y metía la mano en el agua tratando de acariciar los peces que acudían a la llamada del casualmente ecológico jabón que usaban las mujeres de la época, fabricado por ellas mismas.
El río, los ríos, siempre eran una fiesta. Fue también en las aguas de un río donde descubrí unos años más tarde la sensualidad.
Sin duda, el río es lo que más añoro de mi infancia y pubertad.
Mientras lavaban, las mujeres cantaban. Siempre me han gustado los coros femeninos. Mi madre cantaba una canción sobre unas espigadoras que recibían la aurora trabajando en el campo y cantando como alegres pajarillos. Le canté los fragmentos que recordaba al músico de “Volver”, mi fiel Alberto Iglesias y me descubrió que era un tema de la zarzuela “La rosa del azafrán”. En mi incultura, nunca hubiera imaginado que aquella música celestial fuera una zarzuela. De esta manera, el tema ha pasado a ser la música que acompaña los primeros títulos de crédito.
En “Volver” Raimunda busca un lugar para enterrar a su marido y decide hacerlo a la orilla del río en el que se conocieron de niños.
El río, como los gráficos de cualquier transporte, como los túneles o los pasillos interminables, es una de tantas metáforas del tiempo.

GÉNERO Y TONO.

Supongo que “Volver” es una comedia dramática. Tiene secuencias divertidas y secuencias dramáticas. Su tono imita a “la vida misma”, pero no es costumbrista. Más bien es de un naturalismo surreal, si eso fuera posible. Siempre he mezclado los géneros y sigo haciéndolo. Para mí es algo natural.
El hecho de incluir en el argumento un fantasma es un elemento básicamente cómico, en especial si lo tratas de un modo realista. Todos los intentos de Sole por ocultarlo a su hermana, o el modo de presentarlo a las clientas provoca escenas muy cómicas.
Aunque lo ocurrido en casa de Raimunda (la muerte del marido) es algo atroz, el modo en que ella lucha para que nadie se entere y la manera en que intenta desembarazarse de él también crea situaciones de comedia.
Aunque la mezcla de géneros sea natural en mí, eso no significa que no esté exento de riesgos (lo grotesco y el grand guiñol son siempre una amenaza). Cuando uno se mueve entre géneros, y atraviesa tonos opuestos en cuestión de segundos, lo mejor es adoptar una interpretación naturalista que consiga hacer verosímil la situación más disparatada. La única arma con la que cuentas, además de una puesta en escena realista, son los actores. Las actrices, en este caso. He tenido la suerte de que todas estén en continuo estado de gracia.
El gran espectáculo de “Volver” son ellas.

FAMILIA.

Volver es una película sobre la familia, y hecha en familia. Mis propias hermanas han sido las asesoras tanto de lo que ocurría en La Mancha, como en el interior de las casas de Madrid (la peluquería, las comidas, artículos de limpieza, etc.)
Aunque con mayor fortuna, mi familia, como la de Sole y Raimunda, es una familia trashumante que vino del pueblo a la gran ciudad en busca de prosperidad. Afortunadamente mis hermanas han seguido cultivando la cultura de nuestra infancia, y conservan intacta la herencia recibida por mi madre. Yo me independicé muy pronto y me convertí en urbanita impenitente. Cuando vuelvo a los usos y costumbres manchegos ellas son mis guías.

La familia de “Volver” es una familia de mujeres. La Abuela aparecida es Carmen Maura, sus dos hijas, Lola Dueñas y Penélope Cruz. Yohana Cobo la nieta, y Chus Lampreave, la Tía Paula, que sigue viviendo en el pueblo. A este grupo habría que añadir a la Agustina, la vecina del pueblo (Blanca Portillo), la que conoce muchos de los secretos de la familia, la que tiene tantas cosas oídas, la que nada más levantarse le toca a la Tía Paula en la ventana y hasta que no la oye no ceja, la que le trae cada día su buena barra de pan, la que la descubre muerta y llama a Sole a Madrid. La que abre su casa al cadáver para velarlo como Dios manda mientras llegan sus sobrinas. La que convierte el duelo de la vecina en el duelo de su propia madre, desaparecida hace años, no sabe dónde. El personaje de Agustina se integra por derecho propio en la familia que encabeza Carmen Maura.
Agustina representa un elemento muy importante en este universo femenino: la solidaridad de las vecinas. Las mujeres del pueblo se reparten los problemas, los comparten. Y consiguen que la vida sea mucho más llevadera. También ocurre lo contrario, (el vecino que odia al vecino y almacena su odio de generación en generación hasta que un día explota la tragedia sin que ellos mismos sepan porqué). Yo sólo he prestado atención a la parte positiva de la España Profunda, que es la que yo he experimentado de niño. De hecho, Volver rinde homenaje a la vecina solidaria, esa mujer soltera o viuda, que vive sola y hace de la vida de la anciana de al lado su propia vida. Mi madre vivió gran parte de sus últimos años asistida por sus vecinas más próximas.
En esas mujeres está inspirada Agustina, de la cual hace una creación soberbia Blanca Portillo. Para mí es la auténtica revelación, porque no la conocía. Sólo la había visto en una función de teatro y me gustó, pero no podía imaginarme que sin casi experiencia cinematográfica fuera una actriz tan precisa, tan rotunda, tan desbordante en su contención. Agustina, sola en la calle vacía, mirando cómo desaparece el coche de Sole, es la imagen de la soledad rural, despojada de todo adorno.
Blanca ha absorbido la esencia de todas las buenas vecinas de mi pueblo y la ha hecho suya.

LA FUERZA Y LA FRAGILIDAD DE PENÉLOPE CRUZ.

Y su belleza. Penélope se encuentra en el esplendor de su belleza, es una frase hecha pero en su caso es verdad. (Esos ojos, el cuello, los hombros, los pechos! Penélope posee uno de los escotes más espectaculares del cine mundial). Mirarla ha sido uno de los grandes gozos de este rodaje. A pesar de que se ha estilizado en los últimos años, Penélope demostró (desde su debut en “Jamón, jamón”) tener más garra en los personajes de plebeya que de superfina. Hace siete u ocho años, en “Carne trémula”, interpretaba a una putilla cateta que se pone de parto y da a luz en un autobús. Eran los primeros ocho minutos de la película y Penélope devoraba literalmente la pantalla.
Su Raimunda en “Volver” pertenece a la misma estirpe que el personaje de Carmen Maura en “Qué hecho yo para merecer esto?!”, una fuerza de la naturaleza que no se arredra ante nada. Cuando se pone, Penélope posee esa energía arrolladora, pero Raimunda también es una mujer frágil, muy frágil. Puede (y debe, por guión) estar furiosa y al instante derrumbarse como una niña indefensa. Esta desarmante vulnerabilidad es lo que más me ha sorprendido de Penélope-actriz, y la rapidez con que puede conectar con ella. No hay un espectáculo más impresionante que contemplar en el mismo plano cómo unos ojos secos y amenazadores de pronto empiezan a llenarse de lágrimas, lágrimas que a veces desbordan los párpados como un torrente, o como en algunas secuencias, sólo los inundan sin desbordarlos nunca. Ser testigo de ese equilibrio en el desequilibrio ha sido apasionante.
Penélope Cruz es una actriz de rompe y rasga, pero es la mezcla con esta emotividad tan fulminante lo que la hace imprescindible en “Volver”.
Ha sido un placer vestir, peinar y maquillar al personaje y a la persona. El cuerpo de Penélope ennoblece todo lo que le pones. Nos decidimos por las faldas estrechas y la rebecas porque son prendas clásicas, muy femeninas y populares en cualquier década, desde los 50 al 2000. Y, también hay que decirlo, porque nos recordaban a Sophia Loren, en sus inicios de pescadera napolitana. Los maravillosos despeinados hay que agradecérselos al peluquero Massimo Gattabrusi y el maquillaje a Ana Lozano. El rabillo del ojo fue un hallazgo. Sólo hay un elemento falso en el cuerpo de Raimunda, el culo. Estos personajes son siempre mujeres culonas y Penélope está demasiado estilizada. El resto es todo corazón, emoción, talento, verdad, y un rostro al que la cámara adora. Como yo.

LA VUELTA DE CARMEN.

No imaginaba que había tanta expectación por nuestro reencuentro. Me sorprende la cantidad de gente que me ha dicho lo contentos que estaban porque Carmen y yo volviéramos a trabajar juntos! Dice una canción de Chavela: “uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida”. Esto se puede aplicar también a las personas.
Siempre existe la incertidumbre, pero afortunadamente la de Carmen se despejó en los primeros trabajos de mesa.

En el guión de “Volver” hay una larga secuencia, casi un monólogo, porque sólo habla el personaje de Carmen, la abuela fantasma. En dicha secuencia Carmen explica a su hija del alma, Penélope Cruz, las razones de su muerte y las de su vuelta, a lo largo de seis intensas páginas y seis no menos intensos planos. Esta secuencia es una de las razones por las que yo quería rodar la película. He llorado todas y cada una de las veces que he corregido el texto (como el personaje que interpretaba Kathleen Turner en “Tras el corazón verde”, una ridícula escritora de novelas rosa, muy kitch, que lloraba mientras escribía).
La noche que la rodábamos todo el equipo era consciente de su importancia. Había mucha expectación. Esto ponía un poco nerviosa a Carmen que quería abordarla cuanto antes.
Empleamos toda una noche en rodarla, y desde el meritorio hasta yo mismo teníamos esa extrema concentración ante las escenas difíciles que justo por ello se convierten en las escenas más fáciles, porque todos damos lo máximo de nosotros mismos.
De nuevo volví a sentir esa complicidad sagrada con Carmen, esa maravillosa sensación de estar ante un instrumento perfectamente afinado para mis manos. Todas las tomas fueron buenas, y muchas de ellas extraordinarias. Penélope la escucha, a veces con la cabeza baja. En esta película se habla mucho, se oculta mucho y para ser una comedia (eso dice el equipo) se llora mucho.
Desde “Mujeres...” hasta el “monólogo de Volver” Carmen no ha cambiado como actriz, y descubrirlo ha sido maravilloso.
No ha aprendido nada porque ya lo sabía todo, pero mantener ese fuego intacto a lo largo de dos décadas es una tarea admirable y difícil que no podría decir de todos los actores con los que he trabajado.

REPARTO.

El resto del reparto ha estado a la altura de sus compañeras. Lola Dueñas probablemente hace uno de sus trabajos más complejos. Es la más excéntrica de las cuatro mujeres de su familia. Lola se preocupó personalmente de dominar el complicado acento manchego. Aprendió los secretos del oficio de peluquera y ha desarrollado una vis cómica inédita en ella. Es intensa, auténtica y rara, en el mejor sentido del término.
Otra de las bendiciones de este rodaje, es que todas las chicas vivían y trabajaban muy unidas, tenían una maravillosa relación, como de familia. Y eso el objetivo también lo capta.
Me emociona mucho la interpretación de la joven Yohana Cobo. Está presente en casi todas las secuencias pero como testigo. Hace una de las cosas más complicadas de actuar que es oír y estar presente. Y que su presencia sea elocuente casi sin hacer nada. Pero el trabajo de Yohana es consciente, sutil y muy rico. Además de “sus” secuencias, su monólogo ante el padre muerto... etc., el resto, siempre pegada a la madre, entendiéndola sin saber qué le sucede, me provoca mucha ternura. Además tiene una mirada abrasiva. Ojalá le vaya muy bien.


Chus Lampreave, María Isabel Díaz, Neus Sanz, Pepa Aniorte y Yolanda Ramos completan el reparto, además de Antonio de la Torre, Carlos Blanco y Leandro Rivera.
José Luis Alcaine, en la fotografía, Alberto Iglesias en la música y Pepe salcedo en el montaje, han sintonizado una vez más con mis secretas intenciones, cada uno en sus respectivos campos.



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