28 de abril de 2006
El mago de la tribu dice que el tiempo va a cambiar: mejores temperaturas durante el puente y algo de viento procedente del Norte. A esta hora temprana el sol ya entra por la ventana y duele. ¿Qué será de nosotros cuando llegue el verano? Ahora recuerdo aquel primer post de este blog con la nieve como paisaje. Ya volverá, esperemos.
Los puentes de Madrid son enormes. Uno se imagina que todos tienen sólo dos pilares. En este caso, el primer pilar que lo sostiene está situado en un viernes y el segundo pilar, de igual tamaño, en la tarde de un martes. El resto del trazado es una carretera que cuelga sobre miles de personajes en busca de no se sabe qué lugar mítico. Al llegar a Madrid me llamó la atención que muchos compañeros de trabajo llevaban el coche los viernes, usuarios del transporte público el resto de la semana: es que nos vamos a la playa. El madrileño se va a la playa siempre, aunque nieve, en esos BMW que lo definen.
Teoría: madrileños somos todos los que vivimos en Madrid. El madrileño se hace, no nace. Al madrileño le gusta hablar de sus raices como de "el pueblo", aquel lugar lejano que sigue creciendo "y que ya no es el que era" y al que se va mayormente a enterrar a los muertos cercanos. El madrileño es un ser que vive en perpetua queja, aunque nadie como él sabe acomodarse a la dificultad. Soporta el atasco con resignación y corre como un gamo cuando tiene seis metros libres de coches. Es una especie de roedor adaptado al mundo urbano. Y es buena persona, estadísticamente hablando.
El sol ha llegado a profanar la habitación. Ahora saldré a la calle, compraré el periódico, tomaré un café de bar y me dirigiré por las calles de Madrid en busca del cometa.
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