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el mundo fragmentado

15 de Marzo de 2006

15 de Marzo de 2006

Europa es un escaparate que empieza a conocerse en algunos ambientes marginales del imperio. Aquellos ciudadanos lejanos, olvidados a su propia suerte, robados hasta en su miseria, quieren conocer la tienda de oportunidades y grandeza, de libre circulación de capitales y mercancías, de derechos civiles propios y enlatados que es Europa. Ese gran snack bar al que hemos convertido nuestro avance civilizado y exclusivo. 500.000 personas esperan en Mauritania  pasar la frontera que les separa de entrar en la tienda de las vanidades que es nuestro club de alterne.

 

La respuesta, hasta la fecha, ha sido la experimentación de nuevas vallas con un mejor poder de convicción para atrapar al negrito en sus sueños. Un atrapa sueños electrificado, laberíntico, tan alto como el castillo de nuestro señores feudales. Y lleno de cocodrilos vestidos por Armani.

 

Mientras prosiguen las campañas contra la obesidad infantil, unos negritos desean quitarnos nuestro bienestar, instalarse en nuestro civilizado discurso, aprovecharse de nuestra maravillosa conciencia social. Son una pandilla de delincuentes que quieren quitarnos lo mucho que hemos conseguido en estos años tan duros. Los 900 euros por vaca europea subvencionada están en peligro y parece que nuestra policía se muestra incapaz de salvarla de la rapiña. Y así, más o menos, nuestros distinguidos conciudadanos se defienden llenando de carteles las calles de Madrid donde piden que no pase ni uno más y que se respeten las vacas, que también son la obra de Dios. Es la respuesta a tanto incivilizado que nos viene del Sur, allí donde nació el sida y otras plagas apocalípticas.

 

Si huelen a carne quemada será que habrán terminado de electrificar la valla, nuestra seguridad mental y nuestra delicada conciencia aburrida. Es el último avance tecnológico de la tecnológica Europa. El problema será qué hacer con tanto excedente de materia prima. Parece que las vacas europeas se han vuelto definitivamente herbívoras, como sus dueños, y prefieren seguir con la campaña contra la obesidad infantil mientras consumen productos más dietéticos y nosotros, sufridos asaltados, seguimos discutiendo si es mejor poner la valla de diez o quince metros de altura o subir la subvención a la maltratada vaca.

Parece que esos 500.000 no están dispuestos a negociar porque ya no les queda nada que poner sobre la mesa, salvo el sueño de ser iguales en derechos que la puñetera vaca europea.

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