Muchos humos
¿Por qué ese horror vacuo de palabras? Como si no hablar significara estar incomunicados. ¿Por qué guardar silencio estaba tan desprestigiado?
Todo dios hablando de la contaminación de humos, sobre todo de los fumadores. En aquel vagón no se podía fumar y no por ello dejaba de estar contaminado. Pese a las indicaciones recibidas al subir a bordo, todo el mundo móvil en mano a voz en grito: “Ya llegando a Córdoba” “No te oigo bien habla más fuerte. Sí, sí, con toda la familia a visitar a los abuelos al pueblo”.
Los más prudentes enviaban mensajes, pero tampoco paraban de escribir ni de mirar fijamente cada dos por tres si salía la melodía establecida para tan prodigioso invento.
Los menos leían, mejor dicho intentaban leer, ante semejante bullicio era difícil concentrarse, aunque llevaran puestos los auriculares con música clásica. Las palabras no sólo son de ida, pierden gran parte de su sentido si también no son de vuelta. La lectura de un buen libro exige silencio, uno no puede leer así como así, en cualquier situación. Por lo menos en el Metro era más llevadero. Empezaban a imponerse otras maneras, cada uno iba a lo suyo pero la mayoría de las veces sin molestar a los otros. Algún que otro cruce de miradas, pero poco más. Decidió tomárselo con buen humor porque lo que se avecinaba a la bajada sería peor. Mientras por los altavoces la azafata recomendaba no abandonar los asientos hasta que se estacionara el tren, la mayoría cinco minutos antes de pié , “ acariciándote”la cabeza con su equipaje de mano y sus abrigos, empeñados en la útil tarea de bajar los primeros, daba igual si les esperaba un coche o un taxi. Eran incapaces de dejar de alimentar la prisa, aunque la mayoría estuviese ya de vacaciones. Al final para nada, todos apiñados entre vagón y vagón, sin poder acceder a las maletas, obligados a bajar cuando se abriese automáticamente aquella puerta......
Distraído en semejantes pensamientos naturalmente se quedó el último, guardó su libro en la bolsa de mano, se enfundó en el abrigo y recogió su maleta ya sola y tumbada en el suelo del portaequipajes.
Era fumador, un contaminador peligroso, aunque naturalmente respetaba escrupulosamente los espacios de no fumadores. Salió al andén y maleta en mano se dirigió a la estación. Le apetecía fumarse un cigarro y tomarse una cerveza, afortunadamente no tenía prisa y estaba de vacaciones. Ocupó una mesa en el reducido espacio del bar destinado a fumadores. Sin dejar de observar su libro y su abrigo, depositados sobre la mesa y la silla, se acercó a la barra porque era autoservicio. Sólo un camarero. De nuevo todos gritando al mismo tiempo: “Una caña, dos cafés, una baguette..........”. Su voz de cuando en cuando sonaba “Por favor cuando Vd pueda, una cerveza”. Al cabo de diez minutos, cuando ya tenía dolor de cuello de mirar de reojo su mesa, que afortunadamente no había sido ocupada, el camarero reparó en él y le sirvió su caña. Al sentarse observó todo el suelo lleno de colillas. Volvió a levantarse y de nuevo en la barra pidió un cenicero. En esta ocasión transcurrió menos tiempo. Por fin el primer sorbo a la cerveza y la primera calada al cigarrillo. En la barra un hombre solitario vociferaba intentando encontrar contertulios sobre la lamentable situación a la que habían llegado los hombres. “Por decir un piropo cualquier tía te puede acusar de acoso, pero qué coño se han creído”.En la mesa contigua tres mujeres charlaban sin parar, mientras sus hijos correteaban por todo el local , de vez en cuando detenidos por tres chillidos al unísono de “niños estaros quietos”,”que vais a cobrar” “como me levante”.
Al salir al exterior la cola de taxis no era muy larga, pronto probablemente llegaría el próximo tren, pero había taxis disponibles.
El taxista no hablaba, pero tras indicarle la dirección puso la radio a todo volumen con el partido de fútbol del día. Volumen que no disminuyó ni siquiera al bajarse para entregarle la maleta y pagarle el trayecto.
Como no tenía cena en casa, ni posibilidad de hacer compra por lo avanzado de la hora, entró en el bar de abajo a picar algo. Sólo un parroquiano en la barra, nadie en las mesas pero la televisión a todo volumen con un entretenido concurso de karaoke. A la tercera vez de sugerírselo el camarero bajó aquel vocerío. Eso sí por todo el local estaba repartida la prohibición de fumar, esperaría a llegar a casa.
Aquella noche, tras tomar una reconfortante ducha, soñó que El Gobierno había aprobado una ley “CONTRA LA FALTA DE RESPETO”.
- Hay que respetar el derecho de los no fumadores.
- Hay que respetar el derecho de los que se sienten agredidos si se les habla a gritos.
- Hay que respetar el derecho de los que esperan una disculpa tras un empujón.
- Hay que respetar el derecho a la no contaminación acústica en un espacio reducido.
- Hay que respetar el derecho de no avasallar al otro en nombre de la prisa.
- Hay que respetar...........................
A mitad de su sueño se despertó sobresaltado con el enorme estruendo de la radio de un coche aparcado debajo de su balcón, que a las tres de la mañana obligaba al pobre Camarón a cantar a pleno pulmón, mientras lo jaleaban cuatro palmeros borrachos. Estaban en la calle. ¿Podía decirles algo? El reivindicaba su derecho a fumar en la calle. ¿Se trataba de lo mismo o eran cosas diferentes? No era momento de reflexionar sobre esto sino de intentar recuperar el sueño.
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