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el mundo fragmentado

La guerra de todos

La guerra de todos Durante 10 años, la fotógrafa Sofía Moro ha buscado y retratado a los últimos protagonistas de la Guerra Civil. La generación del 36 que combatió por sus ideales. Brigadistas internacionales, fascistas italianos, jóvenes falangistas y leales republicanos. A punto de cumplirse 70 años del comienzo de la guerra, éste es su testimonio, también reunido en el libro titulado ‘Ellos y nosotros’ y en una exposición.

JESÚS RODRÍGUEZ
EL PAIS SEMANAL - 07-05-2006

No es lo mismo conocer la Guerra Civil por un libro de historia que te la cuente una mujer a la que, embarazada, asesinan al marido delante de sus ojos. Un soldado que te describe el trágico éxodo republicano hacia la frontera francesa con la nieve sembrada de cascos y armas inservibles. Otro que aún llora al evocar los cadáveres de un bebé y su madre muertos tras un bombardeo. O el falangista que recuerda aquella machacona musiquilla de un tiovivo que envolvía los fusilamientos de sus compañeros”. Ésa ha sido la intención de la fotógrafa Sofía Moro (Madrid, 1966). Retratar nuestra contienda a través de los recuerdos de sus protagonistas. De sus testimonios y sus viejas imágenes. Sin filtros. La historia de hombres y mujeres muy jóvenes; españoles y miles más llegados de todos los rincones del planeta. Con la vista puesta más allá de nuestras fronteras: en el futuro de una Europa que se debatía entre el fascismo y el comunismo, que vivía el preludio de la II Guerra Mundial. Ideales de un mundo mejor. La maravillosa generación del 36. Frente a frente en los campos de batalla durante tres años.

Hoy son ancianos que recitan de un tirón sus recuerdos: Brunete, Gernika, Guadalajara, Teruel, Belchite, el Ebro, Valencia. Escenarios bélicos que conocen como la palma de su mano. Allí, nacionales y republicanos sufrieron el mismo miedo, hambre y frío. Coincidieron en el tiempo y el espacio. Pero cuentan los acontecimientos desde un punto de vista muy distinto. Todos hablan sin odio. Algunos no perdonan. Como la enfermera comunista Trinidad Gallego (Madrid, 1913): 16 cárceles franquistas, y décadas de tortura y vejaciones. Para Trini, contar su historia es la única forma que le queda de hacer justicia. “Siempre seré comunista”. Otros, como Teodomiro Hidalgo y Leandro Pérez, del bando nacional, reconocen después de 70 años que aquello fue un error. “Esta estúpida guerra. ¡Tanto sufrimiento!”.

 

La guerra es la foto ajada que aún preside su cartera. Marcó su biografía. Cambió sus destinos. Se rompieron familias y sueños. Fernando Macarro (Salamanca, 1920) vio morir a su madre en una zanja a las puertas de la cárcel franquista donde estaba encerrado; el hermano del capitán legionario Juan José Orozco (Las Palmas, 1911) expiró en sus brazos en el frente del Ebro. Mercedes Sanz Bachiller (Madrid, 1911) perdió a su marido –Onésimo Redondo, cofundador de Falange, asesinado a los seis días de comenzar la guerra– y al hijo que esperaban. La guerra ha estado siempre presente en sus vidas. “Lo único que me llevé a mi casa desde España en 1938 fue un duro de plata. Cuando me casé, mandé hacer con él mis alianzas. Son éstas”, confiesa Vicenzo Tonelli (Italia, 1916), soldado de la XII Brigada Internacional.

 

También son los bellos recuerdos de juventud. De aventura y romanticismo. Fernando Macarro, el republicano español que más años estuvo en prisión, aún es capaz de proferir: “Miro aquello casi con nostalgia. ¡Joder, aquélla fue una de las épocas más hermosas de mi vida!”. Una afirmación que, al otro lado de la trinchera, al final de sus días, el teniente general Orozco Massieu, el franquista más condecorado, también compartía: “Repaso mi vida, miro mis viejos álbumes de fotos y me doy cuenta de que mi historia es la guerra”.

 

“En el primer momento, lo que más me sorprendió era cómo se podían contar las mismas cosas desde puntos de vista tan diferentes”, explica la autora. “Y llegué a la conclusión de que un relato sobre la Guerra Civil no es real si no cuentas con el relato del bando opuesto. Yo creo que lo que da valor a mi trabajo es que hablen los dos bandos, que estén juntos por primera vez. Es una especie de reconciliación. Ha habido personajes a los que les ha costado entrar en este libro con gente del otro lado. Al final han transigido. Porque no he buscado buenos ni malos. No he querido retratar dirigentes, sino gente corriente, como si te lo contara tu abuelo, para que, a través de su testimonio, todo el mundo se sienta representado. Yo quería saber. Entender. Soy de izquierdas, pero también soy capaz de aguantar un discurso duro de derechas. Mis dos abuelos eran franquistas. Y eso me daba ventaja. Quería saber qué pasó. Y ellos querían que se conociera su historia, que no se olvidara. No por venganza, sino por justicia histórica. Una guerra civil es una gran tragedia, y yo quería saber de dónde salió ese odio que les dividió. Y ellos me lo dijeron”, explica Sofía Moro.

 

De ahí el título, Ellos y nosotros (editorial Blume), que la autora ha rescatado de una vieja foto que tomó Teodomiro Hidalgo (un médico gallego que luchó con las tropas franquistas) en el frente de la Casa de Campo. Está fechada el 20 de febrero de 1938. En ella se contempla la trinchera de los republicanos –“el enemigo”–, en la que sobresalen borrosas las cabezas de los milicianos. Están a sólo unos pocos metros de la trinchera de Teo. En el horizonte, Madrid. Hidalgo escribió en el margen: “Ellos. Nosotros”. Hoy, esa imagen es un documento. Pero aquel 20 de febrero, tras hacer la foto, Teo volvió a disparar su fusil contra esas sombras sin rostro. Tan lejos y tan cerca.

 

Y quizá la expresión más clara de esa visión divergente de los mismos acontecimientos está en el relato que hacen de los últimos días de la guerra. “La espléndida primavera del 39”, en la retórica de los vencedores. Entre ellos, el testimonio del alférez falangista Juan Manuel Cárdenas (León, 1919): “La máxima emoción fue recibir la noticia de la entrada de las fuerzas nacionales en Madrid. Nos invadió una alegría enorme. Y al día siguiente… la resaca. Nos mandaron a Valencia. Allí estábamos de señoritos y de vencedores. ¡Qué felicidad! La guerra había terminado”. En ese mismo instante, en ese mismo escenario, los derrotados vivían “el fin de un sueño”. Y el anticipo de lo que se les venía encima. Lo recuerda Theo Francos (Valladolid, 1914), comisario político de la XI Brigada: “Nos retiramos hacia Alicante, donde los dos últimos barcos debían partir. Nos juntamos millares de vencidos. Habíamos caído en una trampa. Los aviones italianos empezaron a bombardearnos. La desesperación llevó a algunos a suicidarse tirándose del puerto a las rocas. Desmoralizado y vencido, fui hecho prisionero”.

 

En aquel abril de 1939 se abría un nuevo capítulo para Ellos y nosotros. Para los leales a la República empezaba un tiempo de cárcel y exilio. Y de nuevas batallas. Cinco meses más tarde, en septiembre de 1939, estallaba la II Guerra Mundial. Muchos lucharían junto a los aliados en sus ejércitos regulares o capitaneando la resistencia a los fascistas en Italia y Francia. Otros acabarían en campos de concentración nazis. O purgados por Stalin. O en la División Azul. La guerra duraría para ellos en total 10 años. Incluso más. Los brigadistas suizos aún tuvieron que pasar duros procesos de depuración en su país. Y los miembros de la Brigada Lincoln fueron objetivo de la caza de brujas del senador McCarthy en los años cincuenta. La lucha política de los brigadistas nunca concluyó. Su derrota en España contra el fascismo fue la tragedia de su vida. Nunca se rindieron. Hasta hoy. El brigadista norteamericano Harry Fisher (Nueva York, 1911) falleció el 22 de marzo de 2003 tras participar en una manifestación contra la guerra de Irak. Era su última batalla.

 

Para Sofía Moro han sido 10 años de trabajo. En solitario. Arrastrando por España, Francia, Alemania, Marruecos y Estados Unidos sus luces y una grabadora prestada. Una labor de antropología social con el fin de rescatar las voces de la guerra. Los últimos del 36. Una carrera contrarreloj para no perder la memoria de una generación que pronto se extinguirá.

 

Sofía Moro estudió biología, pero siempre quiso ser fotógrafa, como su abuelo materno, que luchó junto a la Falange. Tras dos años rumiando el oficio en el californiano Brooks Institute of Photography, regresó en 1993 a España y comenzó a trabajar en la agencia Cover. “El problema de trabajar en una agencia, con toda la presión del día a día, es que al final no tienes nada tuyo. Me planteé hacer cada año un trabajo fotográfico personal, que no me diera dinero, pero me llenara. En 1994 hice el primero: una semana en la vieja cárcel de mujeres de Carabanchel”.

 

En noviembre de 1996, Sofía Moro cubre para su agencia el homenaje en Albacete a las Brigadas Internacionales, 60 años después de su llegada a nuestro país para luchar contra el fascismo. El acto, al que acudieron 400 brigadistas de aquellos 35.000 de más de 50 nacionalidades que pasaron por España, estaba organizado por la Asociación de Amigos de las Brigadas Internacionales. Su presidenta, Ana Pérez, ha sido un soporte básico en todo el trabajo de la fotógrafa. En estos momentos, esta profesora universitaria ya prepara el 70º aniversario de la llegada de los brigadistas. Será el último. No sobreviven más de 200. “Allí mismo, en Albacete, instalé mi chiringuito, mis luces, mi fondo y empecé a retratarles. Todos estaban orgullosos de posar, de contar su vida y mostrar sus cicatrices. Hice 20 retratos. Cuando los revelé esa noche comencé a darle vueltas; me propuse ir más lejos. Buscar a los supervivientes españoles. Y no ceñirme a los republicanos, sino reflejar lo que era vivir la guerra en ambos bandos. El problema es que no sabía cómo moverme, no tenía información, no conocía gente. La guerra nunca me había interesado. Me parecía como del siglo XIX. Nunca relacioné la guerra con mi realidad. Era como un rollo de abuelos. Tenía que empezar desde abajo”.

 

El golpe de suerte le llega en forma de una beca de fotografía de La Caixa. Un millón de pesetas de 1998 que le permiten comprarse una vieja Hasselblad; una cámara manual, ruidosa, con la que se dispara desde el vientre. Con ella realizará 150 retratos en blanco y negro. Sin más aditamentos que un fondo negro. “Cuando se ofrecían a ponerse un uniforme o un distintivo, aceptaba; pero en cuanto vi las primeras fotos decidí que lo importante eran ellos: sus rostros, sus arrugas, sus miradas, sus manos. Ahí estaba la guerra”.

 

Con el magro dinero de su beca, en 1998, Sofía Moro comienza a armar el rompecabezas de la Guerra Civil. Despacio. Armada de paciencia. Con intervalos de desánimo. Unos contactos le llevan a otros. Tras los brigadistas de Albacete comienza a trabajar con el bando nacional; fotografía al antiguo galán del régimen franquista, Ramón Serrano Suñer, que la recibe, casi centenario, elegantemente ataviado de blanco. Después les toca el turno a los anarquistas afincados en el sur de Francia. Irreductibles. Como en su lucha contra Hitler. Más tarde, los brigadistas americanos en Nueva York. Y los olvidados miembros de las Fuerzas Regulares, en Marruecos. Y los cenetistas catalanes. Y los falangistas de primera hora. Hasta llegar a los fascistas italianos de la División Littorio y los comunistas italianos de la Brigada Garibaldi. El punto final es un piloto de la Legión Cóndor, enviada por Hitler a Franco, al que fotografía en Düsseldorf. Diez años de trabajo, 170 retratos, 170 historias. Y cientos de fotografías históricas de aquellos jóvenes de 1936. Muchos han muerto durante el proceso. Nos quedan sus testimonios.

 

Diego Camacho: militante anarquista

 

(Almería, 1921). Sofía Moro no olvidará nunca la noche de 1998 en que conoció a Diego Camacho. El silbido de La Internacional en el rellano de la escalera de un desvencijado inmueble barcelonés. El encuentro con el viejo anarquista. La botella de tinto y el pitillo en los labios. Las eternas ganas de luchar. “¿Qué quieres que te cuente? Aquello no fue una guerra civil, sino una guerra entre ricos y pobres. Una guerra social y una revolución”. Diego conserva intactos sus ideales anarquistas. Con sólo 14 años se afilió a la CNT; con 15, ya era un líder sindical. Participó en la defensa de Barcelona y en las primeras colectividades anarquistas. Tras la derrota escapó de España y fue internado en un campo de concentración francés. En 1942 volvió a España para combatir con el maquis. Detenido, pasó nueve años en prisión y fue desterrado. Volvió a huir de España, donde no volvería hasta 1975. La foto de la derecha fue tomada en Barcelona en 1937.

 

Juan José Orozco: Capitán de la Legión

 

(Las Palmas, 1911-Madrid, 2002). Un mito para el ejército franquista: el único oficial que consiguió las dos máximas condecoraciones al valor en la contienda: la Medalla

 

Militar y la Cruz Laureada. Sofía Moro le recuerda en su elegante piso madrileño rodeado de trofeos de caza. Y profiriendo sentencias que él consideraba históricas: “Los socialistas y los comunistas son todos unos cobardes…, y eso no es que yo lo diga, eso lo sabe todo el mundo”. Conspirador activo contra la República, afiliado a grupos tradicionalistas, Orozco ingresó en las filas rebeldes como soldado en 1936. Alférez provisional, legionario, herido siete veces, participó en todas las batallas de la guerra. Después marchó a Rusia como miembro de la División Azul, donde Hitler le concedió la Cruz de Hierro. “Impedimos el triunfo del comunismo en España. Si el comunismo gana aquí, ¿qué hubiera sido de Europa”. La foto de la derecha fue tomada en Segovia en 1936.

 

Hans Landauer: brigadista internacional

 

(Austria, 1921). En la foto de la izquierda tenía 17 años. Fue captada durante la despedida a las Brigadas Internacionales, en Barcelona, en 1938. Sin embargo, Hans se resistió a abandonar España. “Me quedé con un grupo de compatriotas hasta el final. El 9 de febrero de 1939 devolví mi fusil en el paso fronterizo de Portbou”.

 

Landauer había llegado a España en el verano de 1937. Tenía 16 años. Mintió sobre su edad para luchar. “El triunfo del Frente Popular nos había llenado de entusiasmo. Por eso nos afectó mucho el golpe de Estado. Y decidí que quería ir a España”. Hans combatió en Brunete, Belchite y Teruel. Tras la guerra fue deportado al campo de Dachau, donde permaneció hasta 1945.

 

Renzo Lódoli: alférez fascista

 

(Italia, 1913). “Soy católico y no me gustaba ver que mataban a tantos curas y las iglesias destruidas. Y soy fascista, y esperaba que el franquismo fuera fascista”. Renzo

 

Lódoli, alférez de la División Littorio, enviada por Mussolini en auxilio de Franco, conserva los ideales que le trajeron a España a comienzos de 1937. Hoy preside la Associazione Nazionale Combattenti Italiani in Spagna, que visita cada año nuestro país y honra a sus caídos en los cementerios de Extremadura, Cantabria y Zaragoza. Lódoli, un voluntario más de aquellos 50.000 soldados y camisas negras que pasaron por España, recuerda su llegada en un barco sin nombre y con un uniforme sin insignias; la batalla de Guadalajara, donde se enfrentó a los brigadistas italianos, y a sus compañeros españoles, “que eran de paredón fácil”. A partir de 1939 lucharía en la II Guerra Mundial contra los aliados. Su foto de la derecha, con gafas, fue tomada en Guadalajara en 1937.

 

Heinrich Neumman: piloto nazi

 

(Alemania, 1908-2003). Contar con un piloto de la Legión Cóndor era la pieza que le faltaba a la autora para armar su rompecabezas. Al final, en 2002, un pollero del barrio aficionado al coleccionismo militar le proporcionó un contacto. La cita fue en Düsseldorf. Neumman estaba casi ciego. Y fue ambiguo al hablar de los bombardeos sobre civiles. Por ejemplo, en Gernika, en abril de 1937. “Soltábamos las bombas intentando dar a objetivos militares, pero a 4.000 metros no podías afinar”. Confesaba que su motivo para venir a España fue la aventura, “aunque también quería luchar contra el comunismo”. Posteriormente fue paracaidista en la II Guerra Mundial. Su foto de la izquierda, vestido de piloto, es de 1940.

 

Trinidad Gallego: enfermera comunista

 

(Madrid, 1913). Trini es de las que no perdonan. Hija de una portera, las desigualdades de la época influyeron en su toma de conciencia social. “Con la República empecé a enterarme de cosas. Conocí la casa del pueblo y vi las primeras manifestaciones anarquistas”. Ahí surgió su militancia comunista y la creación del Comité de Enfermeras Laicas. “Cuando estalla la guerra me fui a la casa del partido. ‘¿Qué hago?’, pregunté. Me contestaron que me fuera al hospital de San Carlos y empezara a funcionar. Allí pasé la guerra sin librar ni un solo día”. En 1939 fue detenida junto a su madre y su abuela, de 87 años. Pasó cuatro años en prisión. Fue violada. Hoy sigue siendo comunista. La foto antigua es de 1936.

 

José Lacunza: oficial y maestro republicano

 

(Huesca, 1916). Uno de los rostros más doloridos y de las historias menos épicas. Lacunza era maestro en un pueblecito del Pirineo. “No militaba, pero tenía ideas progresistas. Aunque del comunismo se decía que les quitaban los niños a las madres y el Estado los educaba”. “Cuando estalló la guerra me fui a alistar. Tenía la mentalidad de un niño: ¡me veía de oficial y con un caballo!”. El sueño duró días. En el frente de Teruel comprendió el terror que le inspiraba la guerra. Que se confirmó durante la retirada del ejército republicano. “Era como lo que hemos visto de Bosnia: carreteras llenas de mujeres, ancianos y niños. Pasé la frontera el 9 de febrero. Fui a un campo de concentración. Luego estuve preso dos años y medio”. La foto de arriba fue tomada en el campo de Rivesaltes en 1939.

 

Mercedes Sanz: bachiller Falangista y fundadora de auxilio social

 

(Valladolid, 1911). El 24 de julio de 1936, Onésimo Redondo, cofundador de Falange, era asesinado. Y su mujer perdía el hijo que esperaban. La guerra había comenzado seis días antes. “Me quedé viuda con 25 años. ¡Una niña! Y con tres hijos. En esos días pensábamos que la guerra iba a durar una semana. Por eso, cuando creamos el Auxilio Social, para ayudar a los huérfanos de la guerra, lo llamamos Auxilio de Invierno”. Ésa fue su particular batalla. Una labor que la enfrentaría con la otra dama del régimen, Pilar Primo de Rivera. “Tenía un poco de calva, la pobrecilla”. Sin embargo, sus ideas nunca cambiaron: “La guerra fue inevitable. La hicimos para que España no fuese Albania. Pero Franco debió marcharse antes”. La foto superior fue tomada en Valladolid en 1936.

 

Fernando AristizÁbal: Soldado vasco

 

(Irún, 1917-Bilbao, 2005). “La guerra es la plaga más horrorosa que puede caerle a un pueblo”. A Aristizábal le sorprendió un domingo volviendo de misa. Era militante del PNV. Ese mismo día se alistó en sus milicias. “Y el 20 de julio, ya estábamos en la frontera de Navarra formando nuestras unidades. El que tenía una escopeta de caza la llevaba. No había uniforme. Las botas de monte y así. La principal diferencia con el ejército nacional era que ellos traían mandos con preparación militar”. Aristizábal, que durante la transición llegaría a ser diputado del PNV, combatió en los frentes de Bilbao y Santander. “Recuerdo Gernika tras el bombardeo, estaba todo destruido. Era desolador”. Hecho prisionero por los italianos, escapó por los pelos de ser fusilado por los carlistas. Estuvo en prisión hasta 1943, y después, en la clandestinidad. En la fotografía, con los gudaris condenados a muerte en la cárcel de Burgos, en 1942.

 

Moisés Broggi: Capitán médico de la República

 

(Barcelona, 1908). “Muchas veces, a mitad de una intervención quirúrgica sonaban las sirenas, se apagaban las luces y teníamos que acabar con la luz de una linterna. En poco tiempo adquirimos una gran experiencia en cirugía de guerra”. Moisés Broggi tenía el grado de capitán. Pero fue, sobre todo, un médico.

 

Se dedicó a salvar vidas. Primero, librando del paredón a prisioneros rebeldes heridos. Después, perfeccionando las técnicas quirúrgicas. En los tres años de contienda trabajó en los frentes de Madrid, Brunete, Belchite, Teruel, el Ebro y Cataluña. Participó en la creación de los primeros hospitales de campaña y las primitivas uvi móviles. Tras la guerra fue juzgado e inhabilitado para trabajar en la sanidad pública. En la imagen, operando en el frente de Aragón, en 1937.

 

Manuel Valdés: Fundador de Falange

 

(Bilbao, 1909-Madrid, 2001). “La guerra fue inevitable. Franco no sólo salvó a España, sino que la transformó socialmente”, explicaba poco antes de fallecer este arquitecto vasco. Era el prototipo del vencedor de la contienda. Defensor a ultranza de un régimen que le premió con la vicesecretaría del Movimiento y una embajada. Su carrera política se inició al lado de José Antonio Primo de Rivera, a los 22 años. Detenido antes de la guerra junto a su jefe de filas, colaborador de los conjurados, días antes del alzamiento ya sabía lo que se avecinaba. Condenado a muerte, escapó de milagro y organizó el espionaje nacional en Madrid.

 

Fernando Macarro: comisario político comunista.

 

(Salamanca, 1920). “Mis padres eran campesinos sin tierra; tan sumisos que cuando pasaba el amo hacían la señal de la cruz, como si fuera un representante de Dios en la tierra”. Pero a los 15 años, Macarro decidió romper con su destino y se afilió a las Juventudes Socialistas. Con 16 marchó al frente, pero fue devuelto por menor de edad. En 1938 volvió a luchar y alcanzó el grado de comisario político. Tras la guerra fue detenido en Alicante, torturado y condenado a muerte. Pasaría 23 años en las prisiones de Franco. “La cárcel fui mi universidad. Coincidí con Miguel Hernández, Buero Vallejo y muchos más”. Allí comenzó a escribir poemas bajo el seudónimo de Marcos Ana. Y comenzó una gran amistad epistolar con Alberti. La imagen superior es en la cárcel de Porlier, en 1939.

 

Leandro Pérez: zapador del ejército franquista

 

(La Coruña, 1916). El 18 de julio de 1936 le pilló en la Residencia de Estudiantes de Madrid. Quería ser ingeniero. Allí coincidió con Lorca, Buñuel y Dalí. Cuando estalló la contienda no regresó a su pueblo. “Mi idea era aguantar. Pensaba que en unos días todo estaría arreglado, pero no fue así”. Fue alistado en una compañía de zapadores minadores. Su misión era volar puentes, abrir trincheras, minar. Ir por delante. “Estuve en todas las batallas. De 183 hombres que éramos, quedamos 23. Vi de todo. El horror. Imágenes que no te puedes quitar de la cabeza. Yo no me acuerdo mucho de la guerra; si no, me volvería loco. Las guerras hay que evitarlas a toda costa. Yo fui del Movimiento, pero si yo llego a saber que la democracia era esto…”. En la foto, Leandro, a la izquierda, en 1937.

 

José Ramón Calparsoro: piloto de la aviación franquista

 

(Guipúzcoa, 1908). “Nunca pienso en la guerra. Tengo más de 90 años, así que la guerra no ha sido más que un tres por ciento de mi vida”. Es curioso que este ingeniero vasco haya borrado de su memoria la Guerra Civil. Él, que fue el piloto de bombardero más condecorado del ejército nacional. Y el primer español destinado en la Legión Cóndor. Para ingresar en la aviación mintió sobre sus escasos conocimientos aeronáuticos. Sólo tenía ocho horas de vuelo. “¡La madre santificada! ¡Estábamos haciendo la guerra! ¡Nosotros! Pero con el ánimo que teníamos nos comíamos el mundo”. Pilotó un Heinkel 46 en los principales frentes. Y recibió la Medalla Militar. Tras la guerra volvió a dirigir la empresa de su familia. En la foto superior, a la izquierda, en el aeródromo de Sanjurjo, en 1938.

 

Vicenzo Tonelli: soldado de la brigada Garibaldi

 

(Italia, 1916). “Cómo no voy a llevar a España en el corazón. Cuando llegamos los brigadistas, los españoles nos recibían con flores y naranjas”. Vicenzo era miembro de las Juventudes Comunistas italianas desde 1934. En 1936 se vino junto a su mejor amigo, Armelino Zuliani, a defender la República. “Cuando me dieron por primera vez un arma se me puso la piel de gallina. ¡Yo, el antimilitarista, aprendiendo a hacer la guerra!”. Y aprendió. “Aunque al horror y el miedo no te acostumbras nunca”. Luchó cuerpo a cuerpo contra los moros de Franco en la Ciudad Universitaria de Madrid; en Brunete, con un calor terrible, y en Guadalajara, contra los italianos fascistas. En 1938 abandonó España y luchó en la resistencia contra Hitler y Mussolini. La imagen superior fue tomada en 1937.

 

Theo Francos: comisario de la XI Brigada Internacional

 

(Valladolid, 1914). Theo Francos se despidió de Sofía Moro con esta frase: “Cuando quieras presentar tu libro me llamas, que doy un golpe de mano y me presento en Madrid”. Theo es el ejemplo vivo de una vida dedicada a luchar contra el fascismo. Francés de origen español, comunista desde los 16 años, “cuando en España se produjo el alzamiento me indigné. Me asustó que el fascismo estuviera ganando posiciones cerca de nuestras fronteras”. Participó en la defensa de Madrid, donde fue herido. Después, Brunete, Belchite, el Ebro. En 1939 fue detenido en Alicante y torturado. Huyó y se unió al ejército británico como paracaidista, participando en la liberación de Europa. La foto es de 1937.

 


 

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