Una noche en la cama de Mark Spitz
Estábamos algo pasados de copas pero controlábamos el cuerpo y las emociones. Me llevó a su casa. Vivía en un apartamento pequeño en el que había que cerrar el armario para abrir la nevera. Me ofreció su cama y se ausentó al baño. Durante largos minutos escuché el agua de la ducha. Para hacer tiempo, encendí el televisor. En la primera cadena salían mezcladas "La 2" y la conversación de tres radioaficionados. Conservé puestos la camisa y los calcetines. Y las gafas. Prendí un cigarrillo. Seguía cayendo el agua de la ducha al otro lado del tabique. Pensé que Mark Spitz había arrasado en la piscina de Munich con la mitad del agua.
Siempre doy con mujeres que se lavan mucho.Yo creo que no se trata de higiene, sino de mala conciencia. No hace falta leer a Freud para intuir estas cosas. Es una manía de los intelectuales, que tienen que leer las cosas antes de hacerlas. Personalmente detesto que las mujeres se pasen tanto rato en la ducha. La mala conciencia y el olor corporal son cosas que no conviene suprimir. El jabón de tocador elimina las defensas y merma el remordimiento. Además, el exceso de limpieza empobrece la vida sexual. No me tiene aliciente que el pubis femenino resulte tan pulcro como un caniche con ropa. El pubis habría que lavarlo con "avecrén".
Pasados diez minutos, cesó la ducha. Se abrió la puerta del dormitorio. Apagué el quinto cigarrillo escupiendo en el cenicero. Apareció ella. Goteaba. Se metió en cama con la prisa de quien se encuentra una "zodiac" durante un naufragio. Se abrazó a mí cuerpo. Le pasé la mano por el pelo. Pesaba como la maroma de la campana del "Titanic". Dudé si realmente me esperaba una loca noche de carne y sudor pero no me cabía duda de que me exponía a un catarro. Con tanta agua, en la cama de aquella mujer no habría desentonado un remo. "Me gusta mucho la higiene, ¿sabes? Todas las noches me enjabono tres veces y me aclaro luego el
cuerpo con un interminable chorro de agua". Pensé que con su derroche en el baño, podría no dar con el hombre adecuado, pero en el peor de los casos, se colocaría sin problemas como hipopótamo en cualquier circo. Después me preguntó qué pensaba de ella. Fui inevitablemente sincero: "Con tanta agua encima, nena, creo que eres una mujer incombustible". Luego me pregunté si no sería una perversión tener sexo con una robaliza.
No hubo nada. Se mantuvo todo el rato con las piernas cruzadas, aparentando recelo. "No te conozco apenas. No sé que pensarás de mí..." Fue tan excitante como echarle torrijas a los patos del estanque. Mantuve la camisa y los calcetines pero creo que habría sido mas sensato llevarme el coche a la cama.
JOSE LUIS ALVITE
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