Los generales asumieron todo el poder
Una conspiración estrictamente militar precedió al pronunciamiento de julio de 1936. Contaba con el apoyo generalizado de la derecha y el soporte económico de Juan March y otros personajes adinerados, sin olvidar que, a última hora, Gil Robles entregó 500.000 pesetas de la caja electoral de Acción Popular. No obstante, la organización y todas las decisiones operativas quedaron en manos de los generales, limitándose los civiles a ser sus colaboradores.
Entre los días 17 y 20 se alzaron 44 de las más importantes guarniciones españolas, pero sólo la mitad del Cuerpo de Seguridad y Asalto y de la Guardia Civil, cuyos mandos también eran militares. Bajo sus órdenes, en unos casos, los guardias se unieron a los sublevados, y, en otros, se les enfrentaron a tiros.
Franco no figuraba en la conspiración porque ésta tenía como jefe a Sanjurjo, que se había sublevado y fracasado en agosto de 1932. Mientras estaba procesado en espera de juicio llamó a Franco, que había servido a sus órdenes en Marruecos, y le pidió que fuera su defensor ante el consejo de guerra. Franco rechazó la petición con una frase terrible: "General, se ha ganado usted el derecho a morir" y lo abandonó a su suerte. Efectivamente, fue condenado a la pena capital, pero el Gobierno de Azaña se la conmutó por una reclusión perpetua. Que no fue tal, porque el Gobierno Lerroux lo liberó y se exilió en Portugal, donde presidió varias conspiraciones contra la República.
Nunca perdonó el desaire de Franco y éste se mantuvo al margen del complot que presidía su enemigo. Hasta que, en la última semana, envió un mensaje de adhesión a Mola, a fin de no quedarse marginado. A pesar de todo, su papel no parecía fundamental porque no había tomado parte en los preparativos y conspiraban otros siete generales más antiguos que él. Incluso Fanjul y Mola, que eran menos importantes en el escalafón, le sobrepasaban en méritos políticos. El primero había sido parlamentario desde 1919 y subsecretario con Gil Robles en 1835; el segundo era el director del contubernio y la mano derecha de Sanjurjo.
La República contaba con 24 generales de división y 57 generales de brigada. De los 18 que formaban la cúpula militar, sólo se sublevaron cuatro: Franco; Cabanellas, liberal y masón; Queipo de Llano, republicano lenguaraz indispuesto con el Gobierno, y Goded, antiguo colaborador de Azaña, técnicamente preparado, soberbio y ambicioso. Con ellos se alzaron 22 generales de los 34 que tenían mando de brigada o similar.
Se les sumaron seis generales que el Gobierno mantenía "disponibles" por considerarlos subversivos. Dos de ellos, Villegas y González Carrasco, no se presentaron en el momento decisivo. En cambio, se alzaron los monárquicos Saliquet y Fanjul y dos generales represaliados por sus conspiraciones notorias: Orgaz, que estaba confinado en Canarias, y Varela, arrestado en un fuerte de Cádiz. Pronto se les unieron Kindelán, Francisco de Borbón y Ponte, monárquicos que habían abandonado el Ejército al proclamarse la República.
Los sublevados trataron cruelmente a los generales leales al Gobierno. Fusilaron a nueve, asesinaron a otro en una cuneta y condenaron a muerte a seis, cuya pena fue conmutada por la prisión perpetua. Los demás salvaron la vida hundiéndose en el exilio.
Sin embargo, los hombres de confianza de Franco no fueron los antiguos generales, sino los hombres de su generación, tenientes coroneles o comandantes que rondaban los 45 años y cuya mentalidad reaccionaria y cruel se había formado en la guerra de Marruecos. Su ambición era tanta que el mismo Franco contó a su primo Pacón cómo el teniente coronel Yagüe había intentado que ningún coronel recibiera mando. Franco no aceptó, pero la Guerra Civil los hizo generales. Luego serían el principal sostén de la dictadura.
GABRIEL CARDONA
El país.es
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