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el mundo fragmentado

11 de Marzo de 2006

El viaje al sur comienza una mañana de sábado desde la estación de Atocha. El viajero habrá tomado un café junto a la densidad de una humedad artificial, como un lodazal moral. Viejos solitarios y solos reponen su combustible ecológico en los asientos que rodean el oasis, quietos como estatuas, junto a las cientos de tortugas que se disponen a contar los pasajeros como si fueran insectos. El café es bueno, como todos los que salen de las máquinas del tiempo. La prensa, ese cordel al que nos asimos con una leve esperanza, trae efemérdes de tragedias. Y el pasajero recuerda que fue hace dos años, justo dos años, allí mismo, donde el horror encontró sus personajes perdidos. Carrusel: arriba y abajo, derecha e izquierda, van y vienen y cada vez son más: la estación se llena. La estación está más parada que nunca: el viajero la mira, sentado en una mesa distante, ya sin el café, con los restos de una realidad leída, esperando su destino.La estación.

Ya en el tren, tomará asiento al encuentro de los recuerdos inevitables, de los aromas perdidos, de las calles estrechas y de los rostros. El viajero sabe y reconoce ese paisaje como propio, modelado en su retina día a día, aunque lo contempla en su memoria como una película en blanco y negro,tesoro de su filmoteca particular, como esa película obligada que el tren poryectará para entretenerle, ahora que ha decidido leer. Leerse.

Y el tren se pone en marcha. Al llegar comprobarás que el billete sigue abierto.

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