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el mundo fragmentado

El Mundial ‘sin hogar’

Otro fútbol es posible. El próximo fin de semana comienza en Suráfrica la cuarta edición del Mundial de los ‘homeless’, los ‘sin hogar’, una iniciativa que trata de insuflarles autoestima. Jugarán selecciones de 48 países. Hemos estado con el equipo español

JOSÉ MARCOS

EL PAIS SEMANAL - 17-09-2006

Han bebido vino peleón a mansalva, han bajado a los infiernos en busca del destello, momentáneo pero intenso, de la heroína o la cocaína, han vendido sus cuerpos por un puñado de parné, por supuesto han robado al despiste o por las bravas… Y defienden con orgullo la zamarra de España. Manuel, Kike, Alfredo, José Ignacio, Paco, Luis Antonio, Jesús y Giusseppe, para algunos, parásitos, gandules, yonquis, con un deterioro físico notable y la autoestima en baja forma, vestirán la roja a partir del próximo fin de semana y durante 10 días en la cuarta edición de la Homeless World Cup de Suráfrica, el Mundial de los desamparados.

“Todo lo que sé con certeza sobre moral es gracias al fútbol”. El memorando, de Albert Camus, cobra sentido cuando se observa a los ocho expedicionarios sin hogar que han acudido a Ciudad del Cabo –que también albergará el Mundial oficioso de 2010– dejándose el alma en los entrenamientos. Se saben afortunados. Más de 50 moradores de las aceras de todas las razas y edades pasan cada año por el proyecto iniciado hace cuatro por la Red de Apoyo a la Integración Social (RAIS) y el Centro de Acogida de San Isidro de Madrid, en respuesta a la llamada de la Red Internacional de Periódicos Europeos de Calle, promotora de tan peculiar torneo. “Es un premio, un reconocimiento a su esfuerzo por salir del pozo. Aunque no necesariamente van los mejores deportistas. La finalidad no es traerse un trofeo, sino que se reincorporen a la sociedad”, puntualiza Saúl Rodríguez, el responsable del grupo. ¿Palabrería barata? No cuando presenta a Jesús Baeza, un hombre de 62 años al que el vicio por el garrafón no se lo ha llevado al otro barrio de milagro. Entre los 16 y 24 años se dedicó a atracar bancos. “Pero sin violencia, no me va eso”, puntualiza. Nunca corrió la sangre. Bastaba con enseñar la recortada. Ahora se convierte en otro cuando le da al balón. “El deporte tiene el poder de transformar a las personas”, apunta Saúl.

Como ya pasó hace tres años en la ciudad austriaca de Graz y a continuación en Gotemburgo (Suecia) y Edimburgo (Escocia), el street soccer ofrece la emoción de una versión del deporte rey donde dos equipos de cuatro jugadores, da igual el sexo, disputan 14 minutos de fútbol extremo repartidos en dos tiempos. Sin defensas, centrocampistas ni atacantes. Sin tener que haber nacido en el país que visten: la patria es la calle, fue el mensaje de los ocho africanos que ganaron para Austria el primer campeonato. “El fútbol sala es lo más parecido, aunque esto es un correcalles, que si todos p’atrás que si todos p’alante; no hay distinciones entre puntas ni interiores”, observa Paco Calixto, de Andújar (Jaén). Tiene 56 años, dice que jamás ha birlado un centavo, y cuenta que hace 15 años lió un hatillo y se fue de casa, harto de las broncas con su señora. “Robar es tentador. Es lo fácil. Yo me gano la vida decentemente, vendiendo abanicos, rebuscando en la basura… Siempre queda un trocito de carne por ahí, en las patas de los jamones”. ¿Qué es lo que más cuesta? “Que te vea el vecino, aunque, por supuesto, siempre se hará el despistado”. El caso de Paco es quizá el más aterrador: nada de bingos, nada de drogas, nada de vivir la noche. Nada de nada, sólo una relación sentimental fallida. “La noche es dura, como la ola de frío de hace un par de años; seis grados bajo cero… Eso es frío”.

El prototipo de las personas sin hogar –un mendigo es aquel que pide limosna; un vagabundo, el que va de una ciudad a otra, y un indigente, el que carece de comida y de ropa– es el de un varón de entre 41 y 65 años, soltero, alcohólico, con problemas de salud y poca formación cultural. Poco a poco, el perfil cambia, conforme al ritmo de la sociedad. “La gente no es consciente de lo fácil que resulta terminar en la calle”, explica José Manuel Caballol, secretario general de la RAIS. “Si tienes un empleo inestable, de poca capacidad económica, temporal, y las relaciones sociales empiezan a resquebrajarse, te sitúas en la línea divisoria. El 90% de los casos se guía por estos patrones”. Puede que la advertencia suene exagerada. ¿O no?

“Sigue imperando la idea de que son unos locos o que están así porque se lo han buscado. Que han optado por una vida romántica, que han nacido en una familia muy pobre. No necesariamente. Es una pobreza muy especial, relacionada con los malos tratos, con el abandono familiar”, explica Manuel Muñoz, psicólogo de la Universidad Complutense y autor del estudio Los límites de la exclusión. Sus conclusiones corroboran la magnitud del problema: el 25% es menor de 20 años, el 15% ha estudiado una carrera, la mitad entra en la categoría de inmigrantes económicos… Se calcula que hay entre 50.000 y 200.000 personas sin hogar en España –no existen datos fiables–; de ellas, unas 15.000 duermen al raso a diario. Las cifras se triplican si se considera a quienes duermen en la calle esporádicamente. “El 90% de estas personas solventa sus problemas en menos de un año. Se levantan después de caerse. Pero hay un 10% reincidente, que por sí solos no pueden”, dicen en la RAIS. “Lo único que deseas es no volver a despertarte”, responden automáticamente quienes lo han pasado. La calle les ha convertido en clones.

La terapia futbolera tiene su ironía. La vida les ha tratado a patadas, y es precisamente así, dando golpes a una pelota, como pretenden rescatarles de los días al raso. Funciona. Más que profundizar en el arte del regate, o de emular a Beckham en los libres directos, el objetivo es que los futbolistas vuelvan a cumplir con unos horarios, que recuerden lo que era el trabajo en equipo. El espíritu olímpico del barón de Coubertain en estado puro. “Vamos, que esto debería servirnos de trampolín, motivarnos para adquirir hábitos, responsabilidades… El fútbol es la herramienta para que te sientas útil, para que te vuelvan las ganas de luchar en la vida”, confirma Luis Antonio Ramírez, el Araña, que ya estuvo en la cita escocesa. “Siempre hay un veterano que hace de guía, que le explica al resto lo que se siente cuando el avión se eleva, cómo es la convivencia con las otras selecciones… Por eso uno repite curso”, esgrime Miguel Buzeta, uno de los entrenadores.

No es fácil meter a ocho tipos acostumbrados a deambular por ahí en un transporte cerrado, a 10.000 metros de altura, sin fumar ni beber, durante 11 horas. Esta vez le ha tocado hacer de embajador al Araña. “Dicen que lo paro casi todo, que tengo 20 brazos”. El año pasado le incluyeron entre los tres mejores porteros del Mundial. “¡Quién me lo iba a decir! Al principio no quería entrenarme; me decía: ‘¡si son unos manguis!’. Y mira”, sonríe.

Un gesto que dice mucho de su recuperación, de lo atrás que queda su erre que erre con la heroína. “Ojalá no le vuelva a ver por aquí, salvo para tomar un café de vez en cuando, como colegas. Eso significaría que ha rehecho su vida”, asiente un voluntario. Manuel Gil, en cambio, acude todos los días al centro de ayuda a la drogadicción detrás de su dosis diaria de metadona. La heroína es la droga que más secuelas físicas deja. Marca a sus consumidores. José Ignacio Aparicio le saca 10 años a Manuel, pero los dos parecen de la misma quinta. “Cuando entré en el mundillo de la droga no había la información que hay ahora. No sabía qué consumía. Ni siquiera las consecuencias”, cuenta. Jamás olvidará su primer chute. “Estábamos en el barrio, llevábamos un rollo muy sano, pero vinieron los mayores y nos ofrecieron heroína para esnifarla. Me puse malísimo, en parte me sentó mal pero me sentó bien, de alguna manera me llamó la atención. Pero esa persona que me la ofreció no me dijo ‘ten cuidado, que si la consumes tres días seguidos vas a tener dependencia’. Y así pasó”. Uno de los principales problemas a que se enfrenta la organización del Mundial es que muchos de sus participantes no pueden pasarse un día sin metadona ni antirretrovirales. “Tenemos que llevarlos encima, en el equipaje de mano. Esperemos que no haya problemas”, explica Saúl.

“Si mantenemos la fe, por pequeña que sea, algún día transformaremos nuestras vidas”, es la misiva que Luis Figo transmite a los participantes. Modesto, que hasta hace poco sobrevivía en la madrileña plaza de Quevedo, es uno de los modelos. Rehabilitado, se gana el jornal como pintor y por 20 euros diarios convive en una pensión con su esposa. Dicharachero en cuanto se habla de fútbol, advierte del “altísimo” nivel de los contrincantes. “En Suecia, los ingleses iban y venían en sus autobuses, con entrenadores del Manchester que grababan en vídeo los partidos de sus rivales”, cuenta. No exagera. Una treintena de futbolistas callejeros han firmado un contrato con algún club o se iniciaron como entrenadores. “Si la Administración se involucra, se notan las diferencias”, apostilla Buzeta. Caso de Portugal, donde el seleccionador, Luiz Felipe Scolari, presentó ante una avalancha de medios a sus ocho representantes.

Pasan las ediciones y el torneo gana adeptos –de 18 equipos en la primera edición a 48– y mecenas como la UEFA, aunque el año pasado a punto estuvo de no celebrarse. “Lo iba a albergar Nueva York, pero si las trabas burocráticas casi impiden entrar a cualquier viajero sin antecedentes, ¡imagínate a 400 personas marginales de 32 países!”, señalan los seleccionados españoles. El cofundador del evento, el escocés Mel Young, movió sus hilos y la competición se terminó disputando en Edimburgo. No logró, sin embargo, sortear los problemas con las autoridades; le acechó la sombra del 7-J, del jueves que unos terroristas musulmanes coordinados segaron 50 vidas en Londres. “A Camerún no le dejaron entrar en el Reino Unido. Argumentaban que no tenían el dinero suficiente para estar, pero era por los atentados. ¿Por qué se relaciona la violencia con estas personas? Los estudios dicen que el 80% son víctimas de ella”, se queja Caballol. Las estadísticas también sugieren que, al contrario de la tesis de Bujadín Boskov, el fútbol es algo más que un deporte-espectáculo. De los más de 200 participantes en Escocia, 80 encontraron un trabajo estable, 95 se reconciliaron con sus familias, 60 comenzaron a estudiar y 62 de 91, aquellos que libraban un combate cotidiano con la bebida y los estupefacientes, han triunfado. Paco va por el mismo camino. “Antes sólo quería pasarme todo el día pedo, pimplando vino”, suspira.

Si el Araña ejerce de gran capitán, Saúl lo es todo para los integrantes del equipo. Tan pronto suelta una regañina al que ve –otra vez– tentado por el cartón de vino como le reconforta con un abrazo. Y se desvive por unas equipaciones dignas, vista la apatía de la federación española; el año pasado aportó varias camisetas y pantalones a la causa una semana después del Mundial de Edimburgo. Eso después de la mediación del Consejo Superior de Deportes. Vodafone y Coca Cola llevan el peso fuerte del patrocinio. El Real Madrid, a través de su fundación, también arrima el hombro, ya sea con ropa deportiva, visitas a su sala de trofeos, encuentros con futbolistas de otra galaxia o entradas para los días de partido. “¡Se les ponen unas caras! Es como si vivieran un sueño”, sostiene Paulino García, de la institución madridista. “¿El Bernabéu? Precioso”, cuenta José Ignacio, el más futbolero de los ocho. Con diferencia. “El Madrid podría haber prescindido de Van Nistelrooy, soy más partidario de la cantera. De Soldado, por ejemplo, cedido a Osasuna. Se saldrá en Navarra”, barrunta. Cuesta creer que haya pasado por la cárcel. “Pero lo hice. Me junté con unos carteristas, y como no cumplía los arrestos domiciliarios porque no tenía casa…”, prosigue desmenuzando el pasado.

Más que la pobreza, los expertos alegan que la mejor explicación a la presencia de más y más personas sin hogar está en lo que denominan “sucesos vitales estresantes”. Todos tenemos alguno: separación, maltrato, pérdida del trabajo, muerte de un familiar cercano… La media de estos sucesos en una persona normal es de tres; la de los sin hogar es de casi ocho. “Con la particularidad de que además están muy agrupadas en el tiempo. No es lo mismo que los vivas a lo largo de la vida que en uno o dos años. No es lo mismo que se te muera el padre o la madre a que el otro te abandone o te maltrate, y que entonces no puedas con la casa y te echen de ella por motivos legales, porque unos meses antes no te han renovado en el trabajo… Vas sumando. Hay que tener mucha fortaleza para afrontar eso”, sostiene Muñoz.

Las historias de seleccionados y reservas darían para muchas telenovelas venezolanas. Jesús enseña sus antebrazos, repletos de cicatrices. Cada una vale por un intento de suicidio. “Me las hice con cristales rotos. Es que echo de menos a mi madre”. “Hay casos por ahí que ¡buff!…”, responde el último entrenador que le dio la Copa de Europa al Madrid, Vicente del Bosque, que ha participado en varias campañas de sensibilización. La mayoría de la población pierde a sus padres en torno a los 40 años. Manuel los vio irse de sopetón. “Mi padre palmó cuando tenía 11 años, y mi madre, con 15 cumplidos”, recuerda con un café de por medio. Era el mayor de tres hermanos y no pudo con la presión. “Era pinche de cocina y tenía mi chica hasta que llegó a casa un colega enganchado y me quise tomar unas vacaciones… Todavía no las he terminado”, añade con ironía.

A Alfredo Momomete, ecuatoguineano de 25 años, le cuesta hablar; si lo hace, es con la cabeza gacha, sin mirar a los ojos. “A ver si salimos adelante”, se dice. Aunque no destaca por sus dotes de orador, ya no es el tipo solitario que se refugiaba en el whisky. O en el vodka. O en el ron. Terminó yéndose de casa. Como Paco y Kike. Como tantos.

A sus 39 años, Kike es la víctima de la cocaína, la droga de moda. “Llevo dos meses sin probarla”, narra. Se nota que cuenta los días, horas y minutos, pero no se resigna a abandonarse de nuevo. El problema le vino por triunfar con 22 años. “Era relaciones públicas, me levantaba 3.000 euros al mes… Me creía el amo del mundo. El puto amo”. Cuando se rehabilite, igual vuelve por sus fueros, a sus tiempos como monitor de piragüismo, esquí acuático o manejo de veleros. El Araña no se corta: “Hay millones de personas que le dan al vicio los fines de semana. Ese gramo de cocaína les puede llevar en un par de años a comprarlo todos los días. No consiento que luego me vengan a dar sermones, ni que me miren como a un yonqui”.

Hay miradas que lo dicen todo. “Parece increíble, pero en Escocia, con simples miradas y con cuatro señas, te entendías con los chinos, rusos, noruegos… Éramos similares, con vivencias muy parecidas. Cuesta menos que hablar con tu vecino”, continúa la charla.

Gane o pierda España, el Mundial es la estación anterior de otra meta: montar una liga nacional para los sin hogar, como las que proliferan en los países nórdicos. “Me han contado que sueltas a llorar cuando escuchas el himno. Igual o más sentimiento tiene una persona de la calle que Fernando Torres, Raúl o Casillas”, concluye Manuel. Se levanta y se va a por su metadona, mezclada con Tang de naranja. “Nos ahogamos en un vaso de agua”, se despide. “Soy como soy, no puedo cambiar”, añade Jesús resignado. “La gente debe de pensar: ‘Vaya cristo se ha montado en Líbano y a éstos les pagan una semanita en Suráfrica”, apostilla el Araña. “Estamos con ellos, juntos vamos a meter un gol a la exclusión”, es el mensaje grabado en vídeo de Michel Salgado. Con ellos, el fútbol regresa a sus orígenes. Al lugar donde nació. A las calles.


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