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el mundo fragmentado

Todo está en todas las cosas


 
"Bastó sólo abandonar la estación ferroviaria y vislumbrar desde el vaporetto la sucesiva aparición de las fachadas a lo largo del Gran Canal para vivir la sensación de estar a un paso de la meta, de haber viajado durante años para trasponer el umbral, sin lograr descifrar en qué sonsistía esa meta y qué umbral había que trasponer.¿Moriría en Venecia? ¿Surgiría algo que lograra transformar en un momento mi destino?¿Renacería,acaso, en Venecia?"
 

 
[...] "De pronto me encontré en la Piazzeta, dispuesto a comenzar mi recorrido. Mi miopía de ningún modo atenuó el deslumbramiento. Llegué a la Plaza de San Marcos y tomé mi primer café en Florian, el legendario lugar reseñado por todos los escritores y artistas que alguna vez visitaron Venecia.[...]Comencé a caminar. Se me escapaban los detalles, se desvanecían los contornos: por todas partes surgían ante mí inmensas manchas multicolores, brillos suntuosos, pátinas perfectas.[...] Todo estaba inmerso en la neblina como en las misteriosas Vedute de Venezia, coloreadas por Turner. Caminaba entre sombras. Veía y no veía, captaba fragmentos de una realidad mutable; la sensación de estar situado en una franja intermedia entre la luz y las tinieblas se acentuó más y más cuando una fina y trémula llovizna fué creando el claroscuro en el que me movía.

[...] Caminé tanto que aún hoy me queda la impresión de que aquel día incorporó una inmesa mulitud de días. En la marcha, extasiado, repetía, una y otra vez una frase de Berenson: el mayor regalo que nos han dado los venecianos es el color.

 
[...] Partí después hacia la Galleria. Recorrí sus salas colmadas de prodigios: Giorgione, Bellini, Tiziano, Tintoretto, Veronese y Capaccio: el inmeso legado de formas y color que Venecia ha dejado al mundo. [...] Me pierdo después. Sólo sé que caminé al azar durante muchas horas, recorrí innumerables calles y crucé varias veces el gran puente Rialto, y otros muchos menos majestuosos, hasta algunos ruinosos que cruzan los canales pequeños en barrios sin prestigio.

 
[...] Creí localizar el palacio Mocenigo donde Byron vivió dos años de estruendosas orgías y fecunda creación; el palacio Vendramin que alojó a Wagner, y aquel otro donde Henry James consiguió un apartamento para escribir Los papeles de Aspern, me puse a imaginar cuál fue el de Juliana Bordereau, la centenaria protagonista que custodia esos codiciadísimos papeles, y la casa donde murió Robert Browning, y aquella donde Alma Mahler asistió a la agonía y muerte de su hija, y la otra donde se suicidó la hija de Schnitzler pocos días después de casarse. El mero nombre de la ciudad enlaza los grandes fastos amorosos con los momentos mortuorios. No por nada uno de los grandes títulos literarios es Muerte en Venecia. Vi palacios por docenas, y también iglesias, claustros, puentes. Vi torres, almenas y balcones. Vi ojivas y columnas, vi caballos de bronce y leones de mármol. Oí hablar italiano y alemán y francés en torno mío, y también el dialecto véneto, salpicado de viejos vocablos españoles, que alguna vez debieron hablar en esas callejuelas mis antepasados[...]

 
[...] Esa noche, al subir a mi vagón creía conocer Venecia como la palma de la mano.¡Qué iluso, pobre diablo! La fatiga me vencía; sentí de pronto el esfuerzo brutal realizado durante el día...El milagro se había consumado : había cruzado el umbral, el acerado huevo de Leda comenzaba a romperse y en el fondo de las sepulturas se fundían los contrarios...Recordé una frase que está al final de Al Faro: Sí, también yo he tenido mi visión, y me quedé dormido.
Texto : Sergio Pitol. "El arte de la fuga". Editorial Anagrama.
Fotos : Paz

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