A ***betelgeuse*** , responsable de todos los gatos y gatas del mundo.
La gata parió seis crías. Una sucumbió de inmediato bajo las ruedas de un todoterreno, pero las otras cinco viven. Dos son negras, dos de color champagne, y de las dos blancas queda una. Parece imposible que semejante amasijo de vida haya salido del cuerpecillo esquelético de esta gata a cuyo lado un Giacometti parece un Gordillo. Estaba en los huesos, descarnada, exhausta, demacrada, toda ojos y en esos ojos sólo había muerte.
En anteriores ocasiones, los labriegos en cuya casa suele parir la libraban de tres o cuatro crías, pero esta vez hay obras en la casona, van a construir un turismo rural, y la gata se ha venido a parir a mi choza, que está medio abandonada desde hace bastantes meses y nadie puede molestarla.
Tiene a las crías escondidas en un amasijo de tallos espinosos, el laberinto de una buganvilla salvaje que ha crecido sin cuidados ni podas hasta sobrar por encima del recinto. En cuanto entré en el patio con mis bolsas, saltó del murete y se abalanzó sobre mí maullando con desesperación, como diciendo: “¡Mira lo que me está haciendo la naturaleza! ¡Haz el favor de tomar cartas en el asunto!”. Me conoce de años anteriores y siempre que ha tenido problemas le he echado una mano, así que me fui con el coche a todo trapo hasta la gasolinera en busca de latas para felinos.
Tres días más tarde tengo a los seis gatos en el patio, los pequeños destrozando con furiosa energía cuanto se mueve, en especial unas alegrías que no les gustan nada; la madre se los mira con filosófica superioridad, meditando sobre la inconsciencia de la infancia. De momento se han salvado, pero en cuanto me vaya sólo podrá sobrevivir uno de ellos, quizás dos. Y yo sé cuáles son. Este siniestro privilegio, me incomoda.
Desde que les puse el primer pocillo de barro lleno de carne desmenuzada, la madre comió vorazmente, pero los niños se mantuvieron en su refugio, aterrados por mi presencia. Sólo uno de los de color champagne se lanzó sobre su madre gruñendo como una fiera y la apartó del pocillo amenazándola con sus garras diminutas, parecían dibujos animados. La madre obedeció dócilmente y desde cierta distancia, con ojos adormilados, observó cómo daba cuenta de toda la comida hasta salir dando tumbos como un borracho.
Aunque es ella la que necesita urgentemente la comida porque está dando de mamar a la camada, ni aún poniendo en juego toda su fuerza podría apartar a este gatuco de la comida. Una mano invisible sacrifica su vida y la de los cinco hermanos para que sobreviva el más valiente, el más decidido, el más audaz, el mejor preparado, el ejemplo.
Cuando Nietzsche se refiere a los derechos de los fuertes contra la tiranía de los débiles, hay que entender “fuerte” en este sentido. El gato que se impone a su madre y a sus hermanos no es más fuerte físicamente. La madre podría matarlo de una dentellada. Sus cuatro hermanos lo liquidarían en segundos. Su fortaleza no es simple e inmediata, sino compleja y formal. El gato que sobrevivirá es fuerte porque demuestra ser fuerte aunque carezca de fuerza física. En la guerra a eso se le llama valor o coraje. Es la representación de la fuerza lo que hace al fuerte. El fuerte es el representante de la fuerza. Su apoderado.
Por eso la versión fascista de Nietzsche es un error colosal que sólo podía cometer su hermana, aquella insensata casada con un majadero. Nadie como él sabía hasta qué punto los derechos de los fuertes son por completo ajenos al ejercicio de la fuerza fáctica. Si encarnan la fuerza es por delegación de los demás, de aquellos que les dejan libre el lugar de la fortaleza por admiración ante su juego.
Las gentes se apiñan para ver al equilibrista atravesar un abismo caminando sobre un cable. Para Rilke, esa es la representación misma de la fuerza. El más fuerte es sencillamente el mejor bailarín. Aquel en quien es imposible distinguir al danzarín de la danza. El ejemplo viviente.
De hecho, uno de los dos negros ya ha entendido la lección y ahora que les pongo dos pocillos se ha quedado con el segundo y aparta a todo el mundo con gruñidos y zarpazos muy bien imitados.
Voy a probar con tres pocillos. A la madre le pongo aparte.
(Félix de Azúa.- Blog)
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