El Hombre duplicado............................José Saramago
El día que descubrí que me había quedado sin pensamientos me sentí morir. No es que hubiera perdido la capacidad de pensar, no. Toda actividad pensante estaba orientada a la observación de mí mismo, cual si de un extraño se tratase. Tenía un yo duplicado .Uno vampirizaba al otro. Mi otro yo me examinaba continua y despiadadamente. No era un observador imparcial. Se permitía en sus juicios utilizar la culpa, el sentido de dignidad, “el factor dios”, la manipulación de sentimientos y cuántas maldades hicieran falta para asesinar cada momento vivido. No permitía la más mínima espontaneidad. ¿Por qué te has rascado la cabeza? ¿Por qué has mirado en esa dirección y no en aquella? ¿Por qué has sonreído? ¿Por qué has parpadeado? ¿Por qué has respirado profundamente? ¿Por qué.......................?. Iba sin tregua minando mi vida con sus por qué. Si no encontraba una inmediata respuesta para cualquier acción que emprendiera me inundaba la parálisis. Mi mente y mi cuerpo se habían convertido en enemigos acérrimos. Nada que emprendiera el uno le parecía bien a la otra. Mis únicos momentos de calma me los proporcionaba el sueño. Hasta las pesadillas eran reconfortantes, en ellas no había mordazas .Desesperadamente tenía que encontrar una solución para aniquilar a semejante asesino. No podía pasarme todo el día durmiendo. Yo no quería morir, por el contrario se trataba de vivir. Probé a dejar mi mente en blanco a través de la meditación. En cuanto dejaba de meditar comenzaba la persecución. Una buena estrategia podría ser actuar a la inversa, anticiparme a su jugada, no entrar en el juego de los por qué. Para ello tenía que afianzar mi propio yo y ser capaz de rebelarme, plantarle cara, hacerle frente, despreciar las seguridades firmes, las respuestas absolutas, no inmolarme en el altar de la única verdad respuesta de cada cosa. Así paulatinamente introduje los matices, las aristas, los diferentes perfiles, la ausencia de respuestas. Aprendí a columpiar la vida con la soga de la duda. No lo sé, tal vez sí, tal vez no, depende, en mi opinión, a mí me sirve, si a él le vale, lo dudo mucho..... Deserté del mundo de los salvadores con respuestas para todo, vendedores de la Verdad. No fue fácil. Exigió una disciplina férrea, cuanto más dudaba mi mente mejor respiraba mi cuerpo. La vida exigía respuestas evidentemente, pero no inmediatas, ni imparciales, ni asépticas. Las respuestas debían estar hechas a mi medida. Frente a la Razón Absoluta, el discernimiento placentero, vivido, elegido, personal e intransferible. Aquel juez implacable se fue desmoronando ante mi insolencia, comenzó a darme por perdido. En mi estrategia sin darme cuenta aparecieron otros “yo”, salidos de mi único y exclusivo “yo”. Mi yo dejó también de ser una verdad absoluta, un ser sin aristas, sin perfiles, sin matices. La vida resultó así mucho más rica. Tras asesinar a mi juez aparecieron mis otros yo cómplices, al abrigo de un personaje rescatado de una lectura, de una película, de un ensayo, de una obra de teatro, de un amigo, de un vecino, de un semejante desconocido..........
La mirada dejó de ser fija para convertirse en caleidoscópica, que no es lo mismo que escéptica. Yo no dudaba de todo, simplemente elegía mis propias verdades. Me había costado tanto esfuerzo conseguirlo que a partir de entonces, aunque no elegí el camino de hacerles la guerra, me pongo en alerta y a veces huyo despavoridamente de los “yo duplicados”, sobre todo si se trata de otros seres humanos. Esos que no militarán jamás en el bando de la duda porque no podrán permitírselo, pero sobre todo de aquellos otros que para poder convivir con su “yo duplicado” necesitan a su alrededor reproducir seres clónicos para así sentirse seguros y poder seguir viviendo. Los clónicos como todos necesitan sus fetiches: líderes, banderas, fronteras, dioses, libros sagrados.....El problema estriba cuando los utilizan como armas arrojadizas contra sus semejantes, abocados por su misión redentora de apartarlos del camino de la perdición, por no entender que cada cual tiene el derecho de perderse como le venga en gana, mientras no salpique a otros. Si no la guerra, al final con ella perdemos todos, si sería tal vez conveniente no alimentar sus consignas, declarándonos pacíficamente en huelga de brazos caídos, teniendo nuestras propias repuestas y argumentos para defenderlas, recreando sin vergüenza la vida cada uno con sus alternativas, reividincando nuestro derecho a no ser un “yo duplicado”.
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