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el mundo fragmentado

A LA OTRA ORILLA.

A LA OTRA ORILLA.  

Me desperté creyendo que estaba en La Habana y Olguita, la camarera del Hotel Plaza, golpeaba con sus nudillos la puerta, dispuesta a adornar mi cama con un cisne de felpa blanca. Pero no, no estaba en Cuba. Los amaneceres son muy diferentes a la otra orilla del Atlántico.

La hora del desayuno tocaba a su fín .El tiempo que podía invertir en utilizar el comedor resultaba incalculable .En este detalle sí me parecía estar en Cuba.

Llegué “just in time” al desayuno. Me esperaba una mesa libre.¡Augurio de un feliz día!

Café, leche, pan tostado y mermeladas varias sobre el mantel de cuadros, bordado a manchas. Apuré las últimas caladas del cigarrillo y me dispuse a emprender el rito iniciático que me había llevado allí: bajar a la playa.

El mar me esperaba a una distancia lo suficientemente larga para ir a pié. ¡Adiós  adorada sombra del parking! En los futuros días estaría condenada a achicharrarme bajo el sol abrasador y dentro de mi coche.

En apenas dos minutos que duró el trayecto, afloró esa nostalgia de las pequeñas cosas La silla de playa, alta, enjuta, de loneta a rayas decidió hacer rabona esa mañana y quedarse escondida tomando el fresco mañanero, al amparo del toldo  de la terraza de la habitación del hotel.

Miré mi reloj, las doce del mediodía . Abrazaba una tumbona conseguida a cambio de diez euros, protegida por un chamizo de cañas, toneladas de aceite bronceador y unas gafas de sol.

La felicidad no es un estado permanente, ni siquiera para los imbéciles. Es una sensación, un fantasmita, un soplo.

Llegaron mis vecinos de tumbona. El abuelo, la abuela, el padre, la madre y dos criaturas que me saludaron llenando de arena mi toalla y mi espalda. Los abuelos con una sabiduría esculpida en años nada más llegar se durmieron. El viejo roncaba. El padre , instalado en el único espacio libre entre la enorme nevera portátil  y el resto de la familia , intentaba leer. De cuando en cuando amenizaba su lectura entonando la nueva canción del verano ¡Niños estaos quietos, que a la próxima os caliento!.

Yo soñaba con que a esas criaturas les gustase el agua, jugar con las olas, corretear por la orilla, levantar húmedos castillitos de arena....Nada de eso .No se movieron de mi lado en todo el tiempo. Resultaron ser de secano .Dije adiós al mar y allí seguían.

Llegué ilesa al coche .Cientos de peregrinos iniciaban el camino de vuelta en dirección al parking.

A las dos y media crucé de nuevo el umbral del comedor .Sólo era cuestión de abrirse paso entre aquella multitud hambrienta, que cambiaba la sopa boba por un vaso de gazpacho, y conseguir una mesa libre.

A las tres y media, tras competir denodadamente en el buffet libre, logré poner a buen recaudo de aquellas alimañas una ensalada alemana, una ternera en su jugo, lo del jugo era metafórico y unas natillas. Tuve que compartir mesa con otro solitario, tras llegar a un pacto culinario para ocupar conjuntamente mesa y así evitar las enfurecidas críticas de la mayoría decididamente partidaria de que ocupar en soledad una mesa constituía un crimen. Numeroso comentarios” si viajan solos, se coman un bocadillo en la tumbona”. Mi partenaire era alemán. Apenas cruzamos las necesarias frases en inglés para devorar rápidamente aquellas viandas, pues todavía había gente esperando mesa.

Era la primera vez y la última que elegía aquel sitio, aquel hotel y aquella forma de pasar mis vacaciones Un pack “todo incluido”: piscina, clases de Aerobic, hora feliz, orquesta nocturna, cercano a la playa, al campo de golf y con privilegiadas vistas. Es cierto que en la lejanía se divisaban gaviotas y que en el plano figuraba cercano un protegido parque natural.

Si terminas de comer a semejantes horas y defiendes la buena costumbre de la siesta, descarta disfrutar de la playa por la tarde, a no ser que con preclara inteligencia, optes por  aterrizar por la orilla a la hora de la puesta de sol. La fisonomía del paisaje cambia por completo. Cada centímetro de arena perfectamente delimitado en pequeños compartimentos, a modo de estadios de fútbol donde poder jugar al fútbol-playa, al voleiball, mientras audiciones de música a toda pastilla provenientes de modernos compactos amenizaban los inicios de la botellona.

El único hueco, donde poder ponerse a salvo de aquella marabunta, eran las rocas. Salpicaba de vez en cuando la marea , al golpear contra ellas, pero siempre resultaba lo menos molesto .Disponías de unos segundos de intimidad y cierto aislamiento.

Cuando la marea subió lo suficiente para obligarme a remangar mis pantalones a la altura de las rodillas, poner a salvo mis sandalias y mi bolsa, decidí retornar a la gran manzana: un pueblecito costero que mutaba sus escasos mil habitantes de invierno por cientos de miles en los meses de canícula.

Opté por caminar en dirección al hotel .Fue tan sólo divisar el edificio del comedor para que mi mente levantase una imaginaria pancarta con el lema” no más hambre” .Me dirigí al bar del hotel y consumí una cerveza y una bolsa de pistachos.

Las habitaciones eran confortables. Me senté en la terraza dispuesta a saborear una buen libro. Esa sería mi única cena.

Mis vecinos de habitación tuvieron la misma idea Un matrimonio de mediana edad a los que tan sólo en un día llegué a conocer como en toda una vida .Desde el baño, la cama y ahora desde la terraza, daban móvil en mano el parte de cuanto les ocurría a sus hijos, familiares y amigos. En esta ocasión ella hablaba con la suegra:”Sí, sí, todo estupendo. La comida abundante, el servicio atento, la playita cerca .Qué falta nos hacía descansar. ”Llegué a dudar si compartíamos el mismo hotel, si habíamos elegido el mismo lugar de vacaciones, si no habrían sido abducidos durante el día a algún esotérico lugar.

Naturalmente no lograba concentrarme en la lectura y además tenía el estómago vacío .Escasa recompensa a cambio para vestirme de nuevo y bajar al bar por una bolsa de pistachos.

Imaginé mi próximo día de vacaciones, al tiempo que contemplaba fíjamente la sillita de playa, aunque sin intención de comérmela. Me entró tal llantina, debía ser el hambre, que tuve que refugiarme en el interior de la habitación para evitar preguntas escabrosas por parte de mis vecinos. No se mantendrían al margen .Ellos seguro preguntarían.

Sin darme cuenta mientras emitía gemidos y devoraba lágrimas , en apenas diez minutos había recogido todo mi equipaje. Abandoné aquella habitación, me dirigía al parking y dispuse en perfecto orden mi maletero.

Sentada al volante en compañía de Vivaldi, con el aire acondicionado a tope, me detuve en la gasolinera y llené el deposito. Me esperaba un largo viaje de placer.

Otro pack, “todo incluido”:ciudad despoblada, reducción de atascos, facilidad para acceder a espectáculos, nada de ruidos, tranquilas visitas al supermercado sin necesidad de prisas, ausencia de continuas llamadas telefónicas, uso alternativo del ordenador, cervezas solitarias en el bar de la esquina. De nuevo mis ojos se llenaron de lágrimas y no precisamente por perderle el cariño a setecientos euros. Un mal día lo tiene cualquiera. El que elegí semejante forma de pasar las vacaciones no fue afortunado. Pero todos alguna vez en nuestras vidas sucumbimos ante “ella”, la dichosa frase, “No hacer nada y que me pongan todo por delante”.

Mereció la pena conducir quinientos kilómetros en busca de la otra orilla .Mi privilegiada, exclusiva, personal e intransferible Marina Dors, ciudad de vacaciones me esperaba con los semáforos abiertos.

Nada mejor al regresar de un largo viaje que devorar una buena lata de Melva en aceite de oliva, regada con una cerveza fría, desparramada sobre el sillón de casa, imaginando olas, rocas, gaviotas y golfistas a cientos de kilómetros, solitaria en el bloque, con los ascensores siempre libres a mi completa disposición, contemplando un excelente reportaje de” la dos” sobre el lince ibérico de aquel protegido parque natural.

1 comentario

zoemar -

Una buena película de piratas después de comer es lo más parecido a la felicidad.
Cerveza y melva era lo único que se podía tomar en el puesto de Inés, aunque tanto la una como la otra eran insuperables.