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el mundo fragmentado

24 de julio de 2006

24 de julio de 2006

Gracias al fútbol, y a los mediados años 70, ya tan lejanos, pude descubrir dos cuestiones básicas:

 a) el paso del tiempo juega siempre contra uno.

 b) el fútbol debe verse siempre de una manera impresionista.

 

Cuando yo admiraba a Joaquín Sierra Vallejo, delantero centro del Betis, número 9, que es el número clásico de los clásicos delanteros, hijo de Juan Sierra, poeta sevillano, y trianero,  de la generación de 1927, mi edad, muy inferior a la de Quino, así conocido el pelotero objeto de mi idolatría, me hacía pensar que todos, absolutamente todos los futbolistas del mundo serían siempre personas mayores que yo, de más edad, y a los que yo nunca alcanzaría, no ya por cuestiones evidentes de las leyes físicas, sino porque yo sería eternamente joven y todos esos señores vestidos de pantalón corto *necesariamente* debían ser mayores que yo para admirarlos (¿cómo admirar a alguien que es más joven que uno cuando uno es demasiado joven?) Pero lo que uno piensa de forma ejemplar en la juventud el tiempo lo vuelve una estupidez, como es sabido. Llegó un momento, no deseado, y para mi asombro absoluto, que los futbolistas empezaron a tener menor edad que yo, o yo comencé a ser de mayor edad que ellos, sin que las señales de peligro me avisaran de tal catástrofe e infortunio. Intuí que yo iniciaba mi etapa de madurez y que los futbolistas podían, si así lo querían, dejarme pasar en la carrera de los años pero que yo jamás volvería a situar a ninguno de ellos entre mis ídolos. Esa fue mi venganza. Así que Quino fue el último de ellos y ahí sigue en el altar.

La otra cuestión que agradezco al pelotón es comprender que no son necesarias las gafas para disfrutar del espectáculo. No es imprescindible ver *bien* este deporte y para comprenderlo es mejor verlo *mal*. Cuando mi vista comenzó a decir que también quería algún protagonismo en mi vida, yo no necesitaba reconocer o ver  a los jugadores para disfrutar del juego. Y así sigue. Me refiero, lógicamente, a verlos en el campo de fútbol, en directo, desde las alturas de las gradas. El fútbol es un juego impresionista que no necesita del detalle. Los espacios son pinceladas gruesas a la caída de la tarde y todo se intuye y adivina . Quienes aplican el criterio realista a este deporte suelen terminar mal del estómago. Es algo comprobado científicamente.

Todas estas cuestiones me han venido a la mente leyendo a Rodrigo Fresán. (Hace calor, mucho calor en Madrid)

Les dejo, eso sí, con un verso de Juan Sierra, poeta del 27 y padre de Quino, como he escrito, para tragedia de la literatura y gloria del fútbol, que otra cosa hubiera sido si Quino fuera el hijo de Juan Sierra, algo que en este país es un imposible y además no puede ser.

 

"el lagar donde cruje la noche es una estrella"

Que sea fresca la noche.

Besos.


1 comentario

itaca -

Me alegra comprobar que el calor no afecta a sus neuronas,cada día disfruto más con sus artículos.Si a Vd le ocurre semejante cosa, imáginese a mí.Pero no se preocupe, todo llega como un proceso natural.Yo, desde que cumplí los cincuenta, hasta me alegro cuando me dicen Señora, detesto el Señorita.Lo que es la vida.